La habían marcado durante 20 años.
Solía soñar con una vida distinta, en alguna otra dimensión, pero rodeada de las mismas personas que la mataron.
Ella le solía decir lo poca cosa que era y que se había arrepentido de haber bailado alguna vez en su tormenta.
Así que se quemó como un fuego forestal, y nunca lloro en el taxi de camino a casa.
Porque nunca fue a casa,
No tenía una casa.
Y a nada podía llamar hogar.
Se ahogaba constantemente, estar en su piel la ahogaba, la marchitaba.
Pero un día callo en el país de las maravillas y aún no está claro que pasó con ella.
Algunos dicen que encontró felicidad en la madriguera del conejo, pero yo sé que la encontró en su propia piel.