Las cajas continuaban siendo selladas por una chica que usaba visera y le echaba ojeadas constantes a Portia, quien estaba sentada en el alféizar de la ventana mirando hacia la nada. Tenía su teléfono en mano y se mordisqueaba insistentemente el labio inferior.
Se había pasado toda la tarde del domingo dividiendo las cosas que tiraría y las que conservaría; retirando las fotos y retratos que colgaban de la pared o qué decoraban el mobiliario. También, por la noche, vació su armario tres veces porque no decidía con qué prendas quedarse.
A las tres de la mañana el sueño la había vencido, y a las nueve en punto el equipo de embalaje llamó a su puerta. Ese día no había dormido bien y las ojeras que se cargaba podían ser visibles a la distancia de no ser por el maquillaje que se había hecho.
Volvió a chequear la pantalla de su teléfono: nada. Ni una llamada perdida o un mensaje de texto sin leer. Jasper le había dicho que se pondría en contacto en cuanto llegara a Chicago, pero eso seguía sin suceder.
Resignada, se dispuso a salir a caminar. El equipo no la dejaba hacer nada —y tampoco era como que Portia quisiera hacer algo—, así que no tenía por qué ahí.
La idea de visitar a su familia le ocasionó una punzada en el pecho. No, aún era muy temprano. Holden estaría en la escuela y sus padres en el trabajo. Ella debía haber ido a la facultad, pero ya no le vio el sentido. Dentro de una semana ya estaría en Chicago, en una escuela diferente y estudiando otra cosa.
Tomó las llaves del apartamento casi vacío y marchó. Bajó por el ascensor tarareando una canción de Division of Verona y salió a la calle.
El clima estaba fresco, lo suficientemente decente como para no morirse de frío en sus pantalones deportivos y una camiseta Adidas. Lo que menos hacía era ejercitarse en esos días, pensó, así que anotó en su agenda mental ir al gimnasio en cuanto se estableciera en su nueva residencia.
Cavilando y, aún con esa canción en la cabeza, vio a lo lejos una figura que se le antojaba conocida. Le conocía, de eso estaba segura. Se llevó por instinto las manos a su mata rubia para cerciorarse de que su coleta alta luciera impecable.
Tanto tiempo y ¿tengo que encontrármelo mientras voy vestida así? Se recriminó.
No era ni más ni menos que Mason. Al enviar su correo electrónico no esperaba que uno de ellos se decidiera visitarla al siguiente día, pero luego recordó lo impredecible que era él.
Mason también la divisó casi al mismo tiempo. Sonrió para sí y aceleró el paso, chocando accidentalmente el hombro con un hombre que caminaba con calma. Después de pedirle disculpas en voz baja, terminó de acortar la distancia entre él y Portia.
No dijeron nada una vez que estuvieron, casi, en un encuentro cuerpo a cuerpo. Estaban tan cerca que cada uno podía sentir la respiración del otro. Mason la tomó entre sus brazos con fuerza, aspirando el aroma que Portia desprendía tan naturalmente.
Ella también se aferró al abrazo.
—Sí te recordaba guapa, pero esta mañana has amanecido espectacular —le sonrió el chico de ojos color miel.
—No me veo así todos los días.
—Madre mía.
—Mase, recuerdo todo lo que escribí en el e-mail, eso de venir a verme, pero no creí que lo leerías tan pronto.
—Lo abrí justo cuando lo enviaste. Lo habré leído unas veinte veces porque no me la creía —se rio. Portia sonrió sin mostrar los dientes, haciendo resaltar más sus pómulos—. Perdón, ¿ibas a algún lado?
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CHICAGO ©
Literatura KobiecaLos caprichos de una niña mimada y el corazón de un hombre enamorado nunca pudieron haber formado una peor conexión. Portia lo tenía todo gracias a él. Jasper sólo la deseaba a ella.