El desayuno de esa mañana consistió en fruta con miel y una taza de té. Portia no solía preocuparse mucho por su alimentación, y ella misma sabía que no lo hacía porque tenía el recordatorio constante de su madre pidiéndole que comiera correctamente.
Ahora que no lo tenía, debía hacerlo por sí sola.
Una vez que terminó, y con los nervios erizándole todos los vellos del cuerpo, se dirigió a la Escuela de Negocios Booth, en donde el decano Roach estaría esperándola.
Con suerte a esa hora pudo conseguir un taxi y llegar con diez minutos de anticipación. El campus era enorme, lo suficiente como para perderse en él. Se maldijo en voz baja. No podía perderse en su primer día. Su orgullo era muy grande como para tener que pedirle ayuda a alguien más y al mismo tiempo quedar en ridículo.
Caminó por pasillos angostos repletos de estudiantes con expresiones aletargadas. Aun así, no dejaban de moverse decididamente y con velocidad.
Una vez que estuvo frente a una gran puerta de madera gruesa y con una placa que marcaba DECANO ROACH, se deshizo de todas sus inseguridades. Era todo, era su oportunidad. Tal vez su matrícula ya estaba pagada, pero debía impresionar al presidiario de su futura alma máter.
Tocó la puerta con sus nudillos huesudos, y pronto fue recibida por una mujer bajita, regordeta y que utilizaba unas gafas tan gruesas que le hacían lucir los ojos como una caricatura.
—Buenos días —saludó amablemente la rubia—. Tengo una reunión con el decano... Es mi primer día aquí.
—¡Ah! Sí, sí, usted debe ser la señorita Dinapoli, ¿cierto? —La invitó a pasar, y mientras la que Portia supuso que sería la secretaria cerraba la puerta, continuó hablándole—. El decano la recibirá ahora.
—Muchas gracias. —No le quedó más que agradecerle con una sonrisa fingida y se dirigió a la puerta del fondo. Se encontraba entreabierta y se giró para preguntarle con la mirada a la mujer si era correcto entrar. Ella asintió con la cabeza y giró sobre sus talones para volver a su escritorio.
Cuando puso un pie dentro del despacho, un fuerte olor a colonia y a habano se impregnó en sus fosas nasales. ¿Así eran todos los hombres poderosos o de dinero? ¿No podían oler a algo más normal?
Recordó a su padre. Él olía a loción, la misma que su madre, o ella, le regalaba cada Día del Padre o en su cumpleaños.
—Buenos días, señorita Dinapoli. Debo decir que es un placer por fin conocerla. —La voz masculina la tomó por sorpresa. Cuando ella entró a la oficina, no había visto a nadie directamente. El hombre le hablaba desde el otro extremo de la habitación mientras se acomodaba los botones de su saco sastre. Portia se llevó una mano al pecho.
—Decano... Lo siento, es... Es un placer para mí también. —Se acercó a él a paso lento pero decidido. Estiró la mano para que el decano la estrechara profesionalmente.
—Discúlpame si te asusté —se rio un poco y la invitó a tomar asiento. El cuero frío de la silla parecía de pronto muy incómodo—. Estoy sorprendido, debo decir.
Ella también lo estaba. No esperaba encontrarse con un hombre así. La expectativa que Portia tenía no se asemejaba nada a la realidad. Albern Roach era un hombre de mediana edad, de cabello cobrizo y con una barba de candado. Sentía sus ojos como una daga sobre su piel.
—¿Sorprendido? —Aferró los dedos al borde de su falda denim y tragó saliva, intentando lucir lo más tranquila posible.
—Me contaron maravillas de ti, Portia. No sé si lo sepas, pero el señor Nixon es uno de los benefactores más importantes de esta universidad.
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CHICAGO ©
ChickLitLos caprichos de una niña mimada y el corazón de un hombre enamorado nunca pudieron haber formado una peor conexión. Portia lo tenía todo gracias a él. Jasper sólo la deseaba a ella.