10. ¿Cuánto cuesta un Blancpain?

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Portia parpadeó unas tres veces, perpleja por completo. Elliot frunció el ceño y negó con la cabeza sin saber qué era lo que estaba pasando, mientras que, por otro lado, Cece lucía una expresión de superioridad.

—No sé de qué mierda estés hablando, Cece, pero voy a pedirte de la mejor manera que te vayas. —Le dijo Elliot en tono serio. Las pocas señales de su amistad ya se habían evaporado.

—Nos veremos esta noche, de todos modos. —Cecelia sonrió sin ganas.

Nadie dijo nada más. La chica giró sobre sus talones y emprendió camino lejos de ellos.

Portia no podía cerrar la boca de la impresión. Había imaginado mil y un escenarios en los que se reencontraba con su mejor amiga. En todos había abrazos, una que otra lágrima de felicidad, pero en ninguno de ellos Cece terminaba comportándose como una completa extraña. La rubia sintió que su corazón explotaba de coraje y le latía la vena del cuello justo como a su padre.

Instintivamente, se llevó la mano a la nuca.

—¿Estás bien?

—No.

—Oye, lamento mucho...

—Me mentiste —farfulló—. Todo lo que ella dijo me dolió, lo admito, ¿pero tú? Juraste que no la habías visto en tu vida, y resulta que es más cercana de lo que pensé.

—No tiene importancia, Portia. Para mí, Cece es... más o menos una desconocida. De no ser por Rhys, yo jamás la hubiera metido en mi vida.

Elliot se rascó la parte trasera de la cabeza sin saber cómo continuar con la conversación. Portia de repente parecía muy interesada en su vaso de café que comenzaba a enfriarse.

—¿Vendrás a lo de mi cumpleaños o...?

—Sí —soltó—. Soy tu cita, ¿lo olvidas?

—No podría hacerlo. —Sonrió.

Todavía con la dignidad y el ego dañados, Portia se despidió de Elliot con la gentileza que la caracterizaba. Tuvo que volver a casa aun con la cosquilla de encontrarse con Jasper ahí.

Sin embargo, al poner un pie dentro del apartamento se percató que estaba sola. La ropa de Jasper, su cartera y las llaves de su auto ya no estaban. Sintió que el alma volvía a su cuerpo. No estaba preparada y tampoco tenía ganas de charlar con él respecto a lo que había sucedido la noche anterior. No encontraba las palabras después de enterarse que su vivienda y el Mercedes Benz ya estaban a su nombre. Una vocecita necia en su cabeza le repetía que no era justo, que no debía quedarse con nada de eso. Que ella no lo merecía. Jasper le había dado tanto a cambio de tan poco.

Su autoestima estaba dañada, y mucho. Cuántas veces pensó en retirarse de ese mundo, alejarse de Jasper y volver con su familia. No le faltaría nada. Lo material era sólo eso. Todo era superficial.

Pero extrañaba a su madre, a su hermano y, de vez en cuando, la ayuda paternal infalible. Echaba de menos las cenas en casa los fines de semana, o los domingos yendo a caminar por el parque mientras todos comían un helado. Las noches de película o despertar entre semana con un desayuno fugaz antes de ir a clases.

El torbellino de sentimientos la atrapó de sorpresa. Se preguntó mentalmente si se aproximaba ya su periodo, porque de lo contrario no había manera de sentirse tan cursi. Las lágrimas rodaron incontenibles por sus mejillas y tuvo que abrazarse el cuerpo al momento de explotar en llanto. Arrastró los pies hacia su habitación y se tiró en la cama con un dolor en el estómago insufrible gracias al esfuerzo que estaba haciendo en sollozar.

CHICAGO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora