13. ¿Y tú qué eres?

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Una vez que terminó de atar su cabello en una coleta alta, se echó un último vistazo al espejo. Tomó una gran bocanada de aire, de pronto le costaba mucho trabajo respirar. Se alisó la falda del vestido, que como Jasper le había indicado, quedaba a unos centímetros por encima de la rodilla. La pierna izquierda se le tambaleó mientras se ponía las zapatillas. Los pendientes dorados fueron el toque final antes de escuchar que alguien llamaba por el interfón. El auto ya había llegado por ella.

Sintió que el móvil vibraba dentro del bolso, pero lo ignoró. Lo llevaba haciendo desde el principio de la mañana, cuando Elliot empezó a buscarla para confirmar su cita de aquel día.

El vehículo se detuvo afuera del hotel Marriott. Muchas veces había acompañado a Jasper a reuniones parecidas, simplemente para tomar el papel parecido al de un premio. Él la llevaba de un lado a otro, presentándola ante cualquier persona que Jasper conociera. Portia se limitaba a sonreír, asentir y llevar esa cara por el resto de la noche hasta que estuvieran solos.

—Muchas gracias —le dijo al conductor, quien respondió en silencio con un asentimiento de cabeza. Portia se apeó del auto y poco después vio que Jasper se acercaba a ella.

Usaba un distinguido traje confeccionado a la medida, como siempre, y le mostraba una sonrisa que bien sabía que era falsa. Él no estaba para nada feliz con ella, y eso lo sabía perfectamente. Todo eran simples apariencias.

—Hola, Jas —lo saludó y le plantó un beso en la mejilla. Él hizo lo mismo, pero sobre los nudillos de Portia.

—Hola —respondió secamente. La rubia no parecía muy sorprendida por la actitud que estaba tomando. De cualquier modo, Jasper tomó su mano fría y dirigió a Portia al interior del edificio. Mientras caminaban en el vestíbulo, él soltó una pregunta que la tomó desprevenida—: ¿Qué traes debajo del vestido?

—Nada —suspiró.

Jasper le agradeció con una sonrisa y pronto estuvieron rodeados de personas completamente desconocidas para ella. Apenas distinguía uno que otro rostro, pero su obligación era sonreír y parecer interesada en las conversaciones en las que era partícipe. Respondía cuando debía y también se permitía reírse de los malos chistes de los hombres. Las mujeres se limitaban, en la mayoría de los casos, a observarla de arriba a abajo, a cuchichear entre ellas y a negar con la cabeza de vez en cuando.

Pero eso era algo a lo que Portia estaba acostumbrada. Había gente que la quería y la que pensaba que simplemente era una caza fortunas. Y sí, era cierto, pero nadie tenía por qué enterarse.

—Voy al tocador —le murmuró a Jasper al oído para no interrumpir su conversación. Él asintió y apretó el agarre sobre su cintura.

Cuando entró al baño de damas, por fin sintió que el oxígeno regresaba a sus pulmones. Las mejillas le dolían por estar sonriendo falsamente y su pecho parecía estar a punto de explotar. Frunció el entrecejo frente al espejo para relajarlo, así como también hizo muecas con la boca. Mientras se retocaba el labial, una chica morena y alta entró al baño. Se colocó a un costado de Portia, frente al espejo.

—Así que tú eres la nueva novia de Nixon —no parecía una pregunta, a lo que Portia reaccionó dirigiéndole la mirada a través del espejo. Los ojos de la rubia se encontraron con los de la otra chica. Eran tan marrones que parecían negros azabache.

Nueva no. —Respondió sin más. Presintió que ella podría haber sido una de los Twinkies anteriores. El simple pensamiento hizo que su quijada se tensara.

—Yo soy Charlotte —estiró la mano para que Portia la tomara. Titubeó, pero terminó aceptándola—. Vengo con Oliver Brown —suspiró sin ganas.

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