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El cielo se teñía de azul marino. Estaba anocheciendo. Pequeños copos comenzaban a caer sobre los tejados parisinos. La felicidad inundaba las calles. La festividad favorita de muchos había llegado.

—¡Feliz Navidad!—Exclamó Marinette, mientras le daba un regalo a sus padres. Ellos sonrieron, agradecidos, y se lanzaron a abrirlo.

Todo era perfecto en esa casa. Pero no toda la ciudad era feliz. Aún quedaba los restos de una familia rota. Aún quedaban los recuerdos de la familia de los Agreste.

Adrien estaba en su sofá, pensativo. No podía sentir ni la más mínima gota de felicidad. ¿Cómo iba a hacerlo? Eso era misión imposible para él. No lo conseguiría... No si su madre no estaba a su lado.

Plagg dormía plácidamente en el borde de la cama de Adrien. El rubio miraba desde su asiento sus grandes ventanales. Un silencio profundo inundaba la sala.

¡Qué solitario era ser huérfano de madre!

Evitaba que lágrimas cayeran, mas sus ojos eran cristalinos, y se estaban tornando rojos. Apretó lo párpados con fuerza, y cerró sus puños para evitar hacer ruido.

¿Cuanto tiempo seguiría fingiendo?

Suspiró. Abrió sus ojos. Las pequeñas gotitas saladas le impedían ver con claridad. Solo distinguía luces rojas, verdes y amarillas desde su ventana.

Se dejó caer en el respaldo de su asiento. Sollozó. Plagg lo escuchó, pero no se atrevía a pronunciar palabra. Su torpeza podría causarle más daño. Era peligroso entrometerse en el tema de su madre.

El pequeño kwami suspiró, con sus grandes ojos medio cerrados, mientras sus orejitas perdía fuerza y caían sobre su cabeza.

—Maldita Navidad...—Suspiró Adrien. Frotó sus ojos, y por fin se fijó lo que había sobre su mesa. —¿U... Una nota?

Se acercó, y con débiles y suaves movimientos, alcanzó la pequeña hoja.

"París te necesita"

El chico se alarmó, respiró hondo.

—Plagg, creo que es hora de salir. —El pequeño kwami sintió una pequeña alegría en su pecho al notar el firme tono de voz que tenía su portador.

Adrien invocó su transformación. Saltó por los tejados nevados, a la vista de todos los parisinos. Él iba serio. Paró, y comenzó a contemplar la ciudad, buscando con la mirada alguna pista.

—¿Tú también has recibido la nota?—Preguntó una voz femenina detrás de él. El gato se sobresaltó un poco, pero se relajó al ver quién era.

—Ah, Ladybug. —Dijo sonriente. Verla sería lo mejor de esa Navidad. —Sí. Apareció en mi habitación como si nada.

—Me ha pasado exáctamente lo mismo. —Habló la dama de rojo.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer? En el papel no pone nada más.

Una luz los cegó. Todo se volvió blanco. Sus alrededores brillaban.

—¿Pero qué...?—La voz de la fémina se apagó al contemplar dónde se encontraban.

—Es la casa de los Agreste. —Dijo Chat Noir, tragando en seco. —No, por favor.

—¿Te has fijado? Hay plumas de pavo real en el suelo.

—Sí...—Una parte de Adrien le decía que recordaba algo relacionado con ese animal en esa casa.

—Papá, mamá está tardando, ¿dónde está?—Chat se sobresaltó al oir su propia voz. Se asomó por la puerta para contemplar aquella escena, que se estaba desarrollando en el salón.

Øne Shøts || Miraculous Ladybug Donde viven las historias. Descúbrelo ahora