Eslabones en sus ojos

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La veía marcharse, como mira uno a esa golosina que, desestimada por una madre, queda abandonada en una góndola de supermercado.

Con pasos solemnes, melancólicos pero firmes y su pelo inclinado por la orientación del viento.

Era el fin. 

Me lo merecía, estaba claro. Todo lo sucedido, realmente me lo tenia merecido, incluso esa bofetada de vergüenza que impactó de lleno en mi mejilla izquierda, y la cual seguramente se hará viral en Internet.

¿Que he hecho para merecer esto? Bueno. Primero la engañé, luego la hice a un lado. Ignoraba cuanta opinión emitía. Dejé de acompañarla a ver ese simio que a ella tanto le gustaba ver en el zoológico. Desestime cada palabra que salia de su boca. Una vez llevé a mi amante a su casa, le dije que era una chica que vivía en la calle, una jovencita pobre, que necesitaba ayuda. La convencí de que se quedara en casa por una semana y cuando ella se dormía, me iba a la habitación de mi amante y lo hacíamos sin pudor alguno.

La humillé de modo aberrante y en sobremanera aumente su desdicha.

Bien merecido me tenia aquel cachetazo. El problema es que ahora si la extraño, y recién ahora desprecio el placer de la infidelidad. 

"Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde" dicen por ahí.

Cuando su silueta terminó de desaparecer a lo lejos, en el final de la calle. Me dispuse a caminar automáticamente hacia aquel lugar, el zoológico. En donde contemplábamos aquel primate de ojos llorosos. Y sí, ahí estaba, al igual que yo con los ojos llorosos y la melancolía impulsando una mirada nostálgica o triste, no lo sabia. Quizá esa era su cara, y simplemente me daba esa impresión porque aquello era lo que yo sentía, melancolía y nostalgia. En ese momento quería ser ese mono que tenia eslabones en sus ojos, con los cuales siempre cautivó a mi amada.

Lo miré a los ojos, y me veía a mi mismo ahí parado, con los brazos apoyados sobre unas rejas. Me miraba desde abajo. Comenzó a llover y aquel hombre que alguna vez fui yo, abrió un paraguas negro con los alambres todos doblados, peleó un poco para que termine de abrirse bien y finalmente se marchó.

Esta peluda piel mía, se estaba humedeciendo por la lluvia, y me encontraba parado sobre un charco que recientemente acababa de formarse. Caminé apoyando cada dos pasos mis brazos, ya que me costaba mantener el equilibrio con este nuevo cuerpo. Tomé una hoja gigante de esas plantas que dan el aspecto selvático a la fosa y me senté sobre una roca.

Coloque aquella hoja sobre mi cabeza y me quedé esperándola, sabia que ella como de costumbre vendría a ver con su mirada cautivadora a aquel simio, su marido.

Eslabones en sus ojosWhere stories live. Discover now