MISIÓN IV: Besa la Pasión.

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—Ya dije cuál era el escritorio quería y ese no es —replicó Dante a dos hombres uniformados—

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—Ya dije cuál era el escritorio quería y ese no es —replicó Dante a dos hombres uniformados—. ¿Acaso ese se parece a este? —Les mostró en las caras el anuncio de una revista con la imagen de un mueble con grabados antiguos de color café oscuro cuya principal atracción era su anuncio de oferta.

El mueble que aguardaba en medio de su negocio era muy distinto. De color claro y más pensado para un oficinista que para un extraordinario cazador de demonios Dante lo miró con asco. Estaba irritado.

—Señor —habló el empleado con una paleta de madera en brazos—, por milésima vez el pedido fue hecho a su nombre con su tarjeta. A menos que alguien se la haya robado y haya hecho todos los trámites en su nombre para traer ese escritorio a su negocio, me temo que no hay ningún error.

—Dame eso.

El cazador le arrebató la paleta y la miró.

Mientras Dante y los empleados se enfrascaban en su discusión, Trish, vestida únicamente con una bata oscura que cubría pobremente sus piernas se acercó al trío.

—¿Pero qué pasa? —Musitó tallándose los ojos importándole poco si los hombres humanos abrían ligeramente las bocas al verla.

El joven demonio pudo haberse enfadado por ello, pero estaba demasiado ocupado leyendo el recibo. Su dinero estaba en juego.

—Esto debe estar mal —masculló sintiendo las manos de Trish sobre sus hombros.

—No, no lo está —dijo ella arrebatándole la paleta, le quitó el bolígrafo de la camisa al muchacho que antes había estado discutiendo con Dante y firmó—. Aquí tiene, es usted muy amable.

Tragando saliva, el muchacho asintió tímidamente al oler la suave fragancia que despendía el cabello de la fémina.

—Y-y-yo...

—¿De qué estás hablando, Trish? Esa cosa no...

—Yo la pedí —le entregó la paleta de madera al joven y los acompañó hasta la puerta—. Son muy amables al traer mi escritorio nuevo, caballeros. Lamento los inconvenientes.

Apenas viendo cómo iba vestida la mujer, Dante salió de su sorpresa para dar paso al enfado. Parcialmente por cubrirse tan poco estando a merced de cualquier mirada, y parcialmente por el olor del dinero echado a la basura.

—¿Y se puede saber por qué lo compraste sin consultármelo? —Quiso saber, más enfadado por la compra que por haber peleado innecesariamente con los empleados.

—¿De qué estás hablando? Sí lo consulté contigo —dijo Trish delicadamente, estudiando cada centímetro de su nueva adquisición—. Pero como siempre preferiste enfocarte más en la pizza que te llevabas a la boca que en mí —se excusó sentándose arriba de él, cruzando sensualmente sus piernas—, tú no me prestaste atención cuando te dije que tomaría prestada tu tarjeta y que firmases los papeles necesarios para ejecutar la compra. Básicamente es tu culpa por no prestar atención cuando te hablo.

Purificando Demonios | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora