El otro lado

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Siempre existió ese muro de cristal, y nunca nadie se atrevió a cruzarlo. No sé por qué la gente hace su vida normal, sin preguntarse por qué aquella pared transparente se encontraba ahí y de qué nos separaba. Yo siempre quise saber qué había al otro lado, desde pequeña cuando mi madre me llevaba al colegio andando veía de que nos separaba. Un paisaje vacio, sin hierba ni árboles, ninguna señal de algún ser vivo, después giraba la cabeza hacia el lado contrario encontrandome con madres, padres, niños, animales... ¿Por qué en el otro lado no había nada? Yo sabía que era imposible que nadie se haya preguntado alguna vez lo mismo que yo. No podía ser la única que quería encontrar una respuesta, seguro.

Un día iba con mi madre de vuelta a casa mientras jugaba con una pelota, en un momento se me escapó y se metió entre unos matorrales que estaban a pocos centímetros del muro de cristal. Fui a por mi pelota y me arrodillé entre los matorrales para poder encontrarlo. Estuve un rato buscando sin éxito alguno. Suspiré fastidiada aguantando las lágrimas porque me gustaba esa pelota y no quería perderla.

- Psssst.- Levanté la cabeza curiosa. No sabía quién o qué había hecho ese sonido, pero en vez de asustarme como hubiera hecho cualquier niña de seis años, fui en dirección a donde había escuchado ese sonido. - Psst.- Volvió a sonar. Entonces me apresuré en llegar pasando atraves de los matorrales hasta que me encontré con un niño detrás del cristal, más o menos de mi edad, con aspecto desaliñado y sucio.- ¿Eso es tuyo?- Dijo con voz fina y quebrada, señalando con su pequeño dedo a la pelota que se encontraba. Sonreí ampliamente y cogí mi querida pelota sin perder tiempo.

- Si... gracias.- Contesté. Volví a verlo y me detuve a examinarlo un poco. Piel morena, al igual que su pelo y ojos, muy delgado, boca pequeña y labios finos, ropa rota y sucia.- ¿Por qué estás ahí?- Pregunté curiosa. El niño alzó los hombros.

- No lo sé. Siempre he estado aqui.

- ¿Siempre?

- Sí.- Fruncí el ceño.

- No puede ser, al otro lado no hay nada.- Volvió a alzar los hombros quitándole importancia.

- Pues estoy aquí, y que yo recuerde desde siempre.

- ¿Y tus padres?

- No tengo.- Le miré extrañada. Preguntas empezaron a recorrer mi mente ¿Cómo no iba a tener padres? Al otro lado no había nada, ¿qué comía? ¿dónde dormía? ¿Estaba él sólo? ¿cómo logró cruzar?

- Mi seño dice que si no comes no puedes moverte. Ahí no hay nada ¿verdad?- El niño giró la cabeza y observó el paisaje desolador, volvió la cabeza hacia la niña y negó.- Entonces, ¿cómo puedes moverte?- Se encogió de hombros.- Oye tú no sabes muchas cosas, ¿no?- Y volvió a negar con la cabeza.- ¿Por qué ahora no hablas?

- Nunca había hablado tanto con alguien del otro lado.

- ¿Por qué?

- Nadie quiere hablar conmigo. Me tienen miedo.- Lo miré sorprendida y curiosa.- Nadie quiere ser mi amigo...- Dijo en susurro. Me acerqué más al muro y apoyé una mano sobre este.

- Yo seré tu amiga.- Y le regalé una sonrisa. Él sonrío tímido y puso su mano sobre el muro a la misma altura que la mía. Fue entonces cuando escuché a mi madre llamarme preocupada y me dispuse a irme.- Mañana también vendré, ¿vale?- Asintió otra vez y agitó su mano lentamente en el aire.- Hasta mañana.- Y me fui junto a mi madre.

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