Ilusión

107 9 1
                                    

Estampar el puño contra la pared es lo único que podía hacer en aquel momento. Lo único que la podía relajar. Lo único que le permitía sacar toda esa frustración retenida desde hace meses.
Sus manos rojas empezaban a ser recorridas por hilos de sangre. No le dio importancia.
La pared rugosa manchada de rojo tampoco le importaba.
Llevaba tanto tiempo aguantando ese sentimiento tan desgarrador que poco a poco fue quemándole el sentido común. Tanto tiempo, que su corazón ya estaba podrido.

Pero ahora nada de eso importaba.

Había pasado más veces por esto. Podría aguantar el tirón, solo que en ese momento, necesitaba destensarse.

Otro puñetazo tras otro. Sin perder el ritmo ni la fuerza fue agrandando las heridas de las manos, aunque seguían sin compararse con las de su corazón.

Sintió como aquel último puño no tocó la pared, se mantuvo a pocos centimetros de ella. Alzó la vista encontrándose con una mano notablemente más grande y robusta que la suya. Al ver el anillo de plata supo quien era sin ni siquiera molestarse en mirar la cara al sujeto.

- ¿Qué crees qué estás haciendo?- Le preguntó alarmado.

No quería verle. No por ahora.

Se zafó de su agarré y  se alejó unos pasos. No se atrevió a dirigirle la mirada.

- Nada.- Espetó.

- Tus manos no dicen lo mismo.

- No te importa lo que esté haciendo, ¿¡vale!?

Él se quedó mirándola, analizandola. Intentando descifrar su comportamientos y emociones. Agachaba la cabeza para esconder entre su cabello las lágrimas que recorrían sus mejillas. Cerraba los puños con fuerza clavandose las uñas y provocando que las heridas se abrieran más. Todo su cuerpo temblaba de rabia. Y él lo supo ver. Sin embargo, la duda le invadió. Camino lentamente hacia ella y la estrechó igualmente entre sus brazos.

- No tienes por qué hacer esto. Déjame ayudarte.- Susurró en su oido.

Solo consiguió un sollozo por parte de ella. Su amabilidad le dolía cada día más y su afecto la consumía.

- No puedes ayudarme...- Dijo en un hilo de voz.

- Cuéntamelo, por favor.

- Me haces daño...- Dijo entre sollozos consiguiendo que él frunciera el ceño.

- ¿Yo te ha...?

- Sí, tú.- Sentenció con voz quebrada levantando la cabeza de su pecho mirandole a los ojos.- Tú me has hecho esto.

- ¿Qué estás diciendo?- Preguntó extrañado.

- ¡Qué te quiero, joder!- Gritó volviéndose a ocultar en su pecho.

Él se quedó paralizado. Sin saber qué hacer. Ella mientras tanto lloraba desconsoladamente.

- Y sé que no puede ser porque me ves como un animal indefenso... sólo soy una niña pequeña para ti... pero es que te quiero tanto...

- Laura, eres mi mejor amiga yo...

- ¡Lo sé! ¿¡Vale!?... Lo sé.

Se separó de él secándose las lágrimas, que al poco tiempo serían remplazadas por otras.

- No pasa nada. Sé que te he puesto en un aprieto. No te preocupes ya no me volverás a ver.

- Oye, yo no dije nada de dejar de ser amigos.

- Pero yo sí.- Cortó.- Llevo meses así. Esto es una tortura.

Y tal como lo dijo se fue. Dejándolo allí con mil dudas. Dejándolo solo y vacío.

Ese mismo día cumplió con lo que dijo llena de dolor.

Él, no la volvió a ver.

Mini Historias Y PoemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora