El Rey Omega.

2.

La primavera estaba a muy poco de arribar, ya los pajaritos empezaban a construir sus nidos para empollar a la próxima generación, el bochorno se hacía cada vez más insoportable.

Personalmente, su estación del año favorita no era la primavera precisamente.

Siempre se despertaba muy temprano, casi a la misma hora que los sirvientes del Palacio, todo para poder recorrer los jardines reales, esos hermosos jardines que la Reyna Hyuna más amaba, se podría decir que amaba más a la inmensa cantidad de rosas, petunias, girasoles, lirios, y más, que a su propio hijo, el Rey. Eso era gracioso sin duda, gracioso e irónico.

Ya en el quiosco del jardín, en el centro de todas las bellas flores, en total silencio; de sus pequeños y gatunos ojos oscuros empezaron a brotar fríos cristales en forma de gotas, resbalando por sus mejillas pálidas.

Sí, maldita sensación de soledad.

Nadie conocía ésta faceta, y pretendía que así se quedara.

Ya cuándo el sol se reflejaba e iluminaba levemente por entre las cuantiosas nubes blanquecinas, era el momento de regresar a su habitual encierro, no tenía muchas opciones, prefería estar encerrado que experimentar el rechazo absoluto por quien llevaba la misma sangre.

Al llegar a sus aposentos, tomó su libro favorito y lo continúo desde donde se había quedado la noche anterior.

Eso hacia todo el tiempo, leer, en su habitación tenía cientos y cientos de libros, todos de diferentes géneros y autores, usualmente terminaba de leer una obra en sólo una semana.

La trama de este libro en particular era muy interesante, siempre había tenido preferencia por las novelas de fantasía, aún que lo consideraba algo infantil, pero le fascinaba, no podía evitarlo.

Unos casi inaudibles golpes en la puerta le hicieron dejar de prestarle atención a las letras impresas en el papel.

Sabía perfectamente quien estaba tras su puerta.