[007]

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Llegamos a su casa en Nueva York, una mansión mucho más grande de la que había en Chicago; las seis de la tarde rosaban el cielo con la noche representándola, entramos a su casa, ella nunca me soltó la mano. Esperándonos al pie de las escaleras había dos jóvenes, eran mayores que mí, eso lo podía notar, ellas al instante llevaron su mirada a nuestras manos, mientras Elizabeth seguía llevándome hasta ellas.


– Señora Miller, un placer tenerla de vuelta. – Dijo una de ellas, Elizabeth no dijo nada, simplemente asintió mientras subía conmigo.

– ¿Quién es ella? – Murmuró su acompañante muy bajito, pero pude escuchar.

– No lo sé, nunca había traído a nadie y mucho menos de la mano. –

– Dile a Carlos que suba en 10 minutos. – Le solicitó Elizabeth, lo que hizo que las chicas se callaran.

– Si, señora Miller. –


Así que soy la única...

Llegamos a la planta de arriba, había como 20 cuartos, ella me llevó a uno en específico y me señaló que sería mío, que dormiría ahí las veces que me quedara.

Indicó con un breve recorrido el clóset, el baño y la cama. El clóset estaba totalmente equipado con ropa para dormir, para salir y de playa. Tomé el traje de baño para verlo mejor.


– ¿Te gusta? –

– Si, aunque nunca he ido a la playa. – Le sonreí y ella entre abrió sus labios. – ¿Iremos a la playa? –

– Eso tengo pensado. – Bromeó y sonrió. – No te digo que sea pronto, pero por ahora, tenemos todo un mes. – ¿Por ahora dijo? Besó mi frente y me abrazó.


Debo admitir que ella era muy dulce, es cierto que tenía sus arranques medio Christian Grey, pero, ella sabía sacar ese potencial que tiene y enloquecer de distintas maneras a quien quisiera.

Con timidez, rodee su cuerpo, devolviéndole un poco el abrazo que me había dado, llenando mis pulmones con su aroma.


– ¿Qué colonia usas? –

– No sé cómo se llama. – Respondió algo adormilada, quizá disfrutando del abrazo. Quizá. – ¿Te gusta? ¿Quieres una? –

– No, lo digo porque este aroma te queda, es como si fuese un aroma naturalmente tuyo. – Estar entre sus brazos y rodeada de este olor me embriaga, ya me sentía en estado etílico por ella.

– Me alegra que te guste, siempre he usado esta fragancia, sabes. – Ella empezó a mecerse lentamente conmigo en sus brazos, moviéndose arrítmicamente, como si bailáramos. – Siempre te ha gustado. – Se separó lentamente y sin verme, se dirigió a la puerta. – Baja en 5 minutos, Anita. – Fue lo último que dijo.


Con el entrecejo fruncido quedé admirando por donde ella se fue, sin saber que pensar, ¿Qué quiso decir? No entiendo nada, esta mujer tiene un increíble don de dejarme así. Con más dudas que respuestas días tras días.


– Elizabeth... ¿Qué me estás haciendo? – Susurré sonriendo con la mirada en el suelo y mi mente en el limbo. Con algo de miedo por lo que estaba aconteciendo. Esto no era bueno... pero se sentía tan bien.


***


| Adolescente en renta |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora