II

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Phoebe, aquel nombre tan desconocido, tan abrumador pero a la vez tan significante, estaba representando un grave problema en la mentalidad de aquel miserable chico, no dejaba de pensar en ella y recordar sus luceros verde olivo. Poco a poco se convertiría en su más sublime obsesión.

Aquella sonrisa tierna y llena de magia le estaba enloqueciendo de una manera tan inefable que le resultaba imposible no pensar en ella ni un efímero segundo, era su más letal veneno, Phoebe se estaba convirtiendo en su más dulce perdición.

Día a día la observaba caminar en los senderos del campo, y se preguntaba ¿Qué podría hacer una pequeña como ella, ahí? Viendo a la nada, correteando con su blanco equino, algunos días riendo y otros llorando. Por primera vez en mucho tiempo Markus sintió que su corazón volvía a latir. Se imaginaba una vida junto a aquella desconocida mujer, ambos imaginaban que podían llegar a ser felices, pero solo quedó en eso, una simple y llana imaginación.

La actitud de Phoebe, aquellas ganas de vivir, aquella sonrisa risueña y aquellos sueños por cumplir contrastaban en su totalidad con la miserable e inclusive pesimista existencia de Markus.

Ella a pesar de los obstáculos presentados, de los caminos truncados y las metas destrozadas estaba ahí, sonriéndole a la vida con ganas de seguir soñando y procurando ser mejor persona cada día. Ella era feliz. Lo era.

La vida de Phoebe Lancaster no fue precaria pero si problemática, tener que vivir una vida según como otros quieren que la vivas es en su totalidad complicado y agonizante, una vida construida por otras personas, siguiendo los parámetros que implanta la retrograda sociedad. Es por ello que sus sueños se vieron truncados al permanecer su madre a su alrededor, corrigiendo la mínima acción que su hija realizase y procurando que se superase a si misma día tras día y es que, algunos padres desean lo mejor para sus hijos, pero no saben cómo ayudarles a conseguir sus objetivos, llegando así al completo hostigamiento.

La chica de cabellera rojiza siempre vivió una vida que su madre deseó que viviese, se comportó de acuerdo a los reglamentos indicados y sumergió en su totalidad sus sentimientos, sus deseos e inclusive opiniones más reales por temor a ser juzgada sin piedad. Ella añoraba caminar a su manera, hablar con los modismos de la época, ella quería ser feliz en realidad. Porque Phoebe Lancaster era un alma libre en un cuerpo enjaulado.

Es por ello que en cada crepúsculo se sumergía en los robustos campos para olvidar su realidad, para olvidar que era un alma sometida que gritaba con fuerza libertad aunque muchos pretendían no escuchar. Allí imaginaba con fervor la llegada de un príncipe azul, un príncipe que la rescataría de aquel averno y que la llenaría de completa felicidad.


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Un día mientras olfateaba el petricor de la lluvia y observaba al sol alejarse bajo las grisáceas nubes, se percató que estaba bajo la atenta mirada del que ya había apodado el chico de los verdes campos, a Phoebe le encantaba percibir su presencia, le fascinaba sus ágiles movimientos tras los árboles y le enloquecía su inconmensurable sonrisa y es que, ella no notaba su aura oscura, no notaba su enfermiza sed. 

Vínculo Sangriento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora