capitulo 4

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Me tumbé en la paja, pero no conseguí dormir. Repasaba los sucesos del día. Lo que más me chocaba eran los modales cariñosos de aquellas gentes. Recordaba muy bien el trato de los salvajes aldeanos la noche anterior, y decidí que, cualquiera que fuese la actitud que adoptara en el futuro, por el momento permanecería en mi cobertizo, observando e intentando des- cubrir las razones que motivaban sus actos.

Mis vecinos se levantaron al día siguiente antes de que amaneciera. La joven arregló la casa, y preparó la comida; el joven salió después del desa- yuno.

El día transcurrió de manera igual al anterior. El muchacho trabajaba fuera de la casa y la chica en diversas tareas domésticas. El anciano, que pronto me di cuenta de que era ciego, pasaba las horas meditando o tañendo su instrumento. Nada podría superar el cariño y respeto que los jóvenes demostraban para con su venerable compañero. Le prestaban todos los servicios con gran dulzura y él los recompensaba con su sonrisa bonda- dosa.

Pero no eran del todo dichosos. El joven y su compañera con frecuencia se retiraban, y parecían llorar.

No comprendía la causa de su tristeza; pero me afectaba profundamente. Si seres tan hermosos eran desdichados, no era de extrañar que yo, criatura imperfecta y solitaria, también lo fuera. Pero ¿por qué eran infelices aque- llas gentes tan bondadosas? Tenían una agradable casa (pues así me pare- cía) y todas las comodidades; tenían un fuego para calentarlos del frío y deliciosa comida con que saciar su hambre; vestían buenos trajes, y, lo que es más, disfrutaban de su mutua compañía y conversación, intercambiando a diario miradas de afecto y bondad. ¿Qué significaba su llanto? ¿Expre- saban sus lágrimas dolor? No podía, al principio, responderme a estas pre- guntas, pero el tiempo y una sostenida observación me explicaron muchas cosas que a primera vista parecían enigmáticas.

Pasó bastante tiempo antes de que descubriera que la pobreza, que pade- cían en grado sumo, era uno de los motivos de intranquilidad de esta buena familia. Su sustento sólo consistía en verduras del huerto y leche de


su vaca, muy escasa durante el invierno, época en la que sus dueños apenas podían alimentarla.

Creo que a menudo pasaban mucho hambre, en especial los jóvenes, pues en varias ocasiones los vi privarse de su propia comida para dársela al anciano. Este gesto de bondad me conmovió mucho. Yo solía, durante la noche, robarles parte de su comida para mi sustento, pero cuando advertí que esto los perjudicaba me abstuve, contentándome con bayas, nueces y raíces que recogía de un bosque cercano.

Descubrí también otro medio para ayudarlos. Había observado que el joven dedicaba gran parte del día a recoger leña para el fuego; y, durante la noche, a menudo yo cogía sus herramientas, que pronto aprendí a utili- zar, y les traía a casa leña suficiente para varios días.

Recuerdo la sorpresa que la joven demostró, la primera vez que hice esto, al abrir la puerta por la mañana y encontrar un montón de leña fuera. Dijo algunas palabras en voz alta, y el joven salió y expresó a su vez su asombro. Observé, con alegría, que aquel día no fue al bosque, y lo pasó reparando la casa y cultivando el jardín.

Frankenstein- Mary Shelley (completa )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora