capitulo 7

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Esta era la historia de mis queridos vecinos. Me impresionó profundamente, y, de los aspectos de la vida social que encerraba, aprendí a admirar sus vir- tudes y condenar los vicios de la humanidad.

Todavía consideraba el crimen como algo muy ajeno a mí; admiraba y tenía siempre presentes la bondad y la generosidad que infundían en mí el deseo de participar activamente en un mundo donde encontraban expresión tantas cualidades admirables. Pero al narrar la progresión de mi mente, no debo omitir una circunstancia que tuvo lugar ese mismo año, a principios del mes de agosto. Durante una de mis acostumbradas salidas nocturnas al bosque, donde me procuraba alimentos para mí y leña para mis protecto- res, encontré una bolsa de cuero llena de ropa y libros. Cogí ansiosamente este premio y volví con él a mi cobertizo. Por fortuna los libros estaban escritos en la lengua que había adquirido de mis vecinos. Eran El paraíso perdido, un volumen de Las vidas paralelas de Plutarco y Las desventuras del joven Werther de Goethe.

La posesión de estos tesoros me proporcionó un inmenso placer. Con ellos estudiaba y me ejercitaba la mente, mientras mis amigos realizaban sus quehaceres cotidianos.

Apenas si podría describirte la impresión que me produjeron estas obras. Despertaron en mí un cúmulo de nuevas imágenes y sentimientos, que a veces me extasiaban, pero que con mayor frecuencia me sumían en una absoluta depresión. En el Werther, aparte de lo interesante que me resultaba la sencilla historia, encontré manifestadas tantas opiniones y esclarecidos tantos puntos hasta ese momento oscuros para mí, que se convirtió en una fuente inagotable de asombro y reflexión. Las tranquilas costumbres domés- ticas que describe, unidas a los nobles y generosos pensamientos expresa- dos, estaban en perfecto acuerdo con la experiencia que yo tenía entre mis protectores y con las necesidades que tan agudamente sentía nacer en mí. Werther me parecía el ser más maravilloso de todos cuantos había visto o imaginado. Su personalidad era sencilla, pero dejaba una profunda huella. Las meditaciones sobre la muerte y el suicidio parecían calculadas para lle- narme de asombro. Sin pretensiones de juzgar el caso, me inclinaba por las opiniones del héroe, cuyo suicidio lloré, aunque no comprendía bien.


En el curso de mi lectura iba efectuando numerosas comparaciones con mis propios sentimientos y mi triste situación. Encontraba muchos puntos en común, y, a la vez, curiosamente distintos, entre mí mismo y los personajes acerca de los cuales leía y de cuyas conversaciones era observador. Los com- partía y en parte comprendía, pero aún tenía la mente demasiado poco formada. Ni dependía de nadie ni estaba vinculado a nadie. «La senda de mi partida estaba abierta», y nadie me lloraría. Mi aspecto era nausea- bundo y mi estatura gigantesca. ¿Qué significaba esto? ¿Quién era yo?

¿Qué era? ¿De dónde venía? ¿Cuál era mi destino?

Constantemente me hacía estas preguntas a las que no hallaba respuesta.

El volumen de Las vidas paralelas de Plutarco narraba la vida de los prime- ros fundadores de las antiguas repúblicas, Grecia y Roma, y me produjo un efecto muy distinto del de Werther. De éste aprendí lo que era el aba- timiento y la tristeza; pero Plutarco me enseñó a elevar el pensamiento, a sacarlo de la reducida esfera de mis reflexiones personales, a admirar y a querer a los héroes de la antigüedad. Mucho de lo que leía rebasaba mi experiencia y mi comprensión. Tenía un conocimiento muy confuso acerca de lo que eran los imperios, los grandes territorios, los ríos majestuosos y la inmensidad del mar. Pero respecto a ciudades y grandes agrupacio- nes humanas, lo ignoraba absolutamente todo. La casa de mis protectores había sido la única escuela donde pude estudiar la naturaleza humana; pero este libro me abrió horizontes desconocidos y mayores campos de acción. Por él supe de hombres dedicados a gobernar o a aniquilar a sus semejantes.

Frankenstein- Mary Shelley (completa )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora