capitulo 6

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Pasó algún tiempo hasta que conocí la historia de mis amigos. Era de tal naturaleza, que no podía por menos de grabárseme profundamente en la memoria, al revelar una serie de circunstancias muy interesantes y maravi- llosas para un ser ingenuo como yo era entonces.

El anciano se llamaba De Lacey. Descendía de una buena familia de Fran- cia, país en el que había vivido muchos años, rico, respetado por sus supe- riores y estimado por sus iguales. Educó a su hijo para servir a la patria, y Agatha trataba con las damas de la más alta alcurnia. Unos meses antes de mi llegada vivían en una gran ciudad llamada París, rodeados de amigos y disfrutando de todo lo que la virtud, la cultura, el gusto y una considerable riqueza pueden proporcionar.

El padre de Safie había sido el causante de su desgracia. Era un mercader turco, y llevaba viviendo muchos años en París, cuando, por alguna razón que no logré saber, cayó en desgracia ante el gobierno. Fue aprehendido y encarcelado el mismo día en que Safie llegaba de Constantinopla para reunirse con él. Se le juzgó y condenó a muerte. La injusticia de esta sen- tencia era flagrante. Todo París estaba indignado, pues consideraba que sus riquezas y su religión, más que el crimen que se le imputaba, habían sido la causa de su condena.

Félix había estado presente en el juicio, y su ira al escuchar la sentencia fue incontenible. Hizo al instante una promesa solemne de liberarlo, e inició de inmediato la búsqueda del medio que le permitiera llevar a cabo su juramento. Tras muchos infructuosos intentos de penetrar en la prisión, encontró en un ala poco vigilada del edificio una ventana enrejada, que iluminaba la mazmorra del infortunado mahometano, que, doblegado bajo el peso de las cadenas, aguardaba lleno de desesperación el cumpli- miento de la bárbara sentencia. Por la noche, a través de la ventana, Félix comunicó al prisionero sus intenciones de ayudarlo.

Sorprendido y encantado, el turco intentó espolear el entusiasmo de su liberador con promesas de grandes riquezas. Félix rechazó la oferta con desprecio, mas cuando vio a la bella Safie, a quien permitieron visitar a su padre y que por señas le mostraba su agradecimiento, no pudo por menos


de pensar que el cautivo poseía un tesoro que compensaría con creces todo esfuerzo y peligro.

El turco pronto advirtió la impresión que Safie había producido en el muchacho, y quiso asegurarse más su celo prometiéndosela en matrimonio en cuanto fuera conducido a un lugar seguro. Félix era demasiado cortés como para aceptar la oferta, pero sabía que aquella probabilidad consti- tuía su máxima esperanza.

Durante los días siguientes, mientras se preparaba la huida del mercader, el entusiasmo de Félix se vio incrementado por varias cartas que recibió de la hermosa joven, que encontró el medio de expresarse en el idioma de su amado gracias a la ayuda de un viejo criado de su padre, que sabía francés. En ellas le agradecía efusivamente la ayuda que intentaba prestarles, a la par que lamentaba discretamente su propia suerte.

Tengo copias de estas cartas, pues mientras viví en el cobertizo pude hacerme con útiles de escribir; y Félix o Agatha a menudo tuvieron las cartas en sus manos. Antes de partir te las enseñaré; probarán la veracidad de mi relato. De momento, sólo podré resumírtelas, ya que el sol comienza a declinar.

Frankenstein- Mary Shelley (completa )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora