9. SENTIMIENTOS EN BATALLA

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Al tiempo que corrí hacia la profesora Carmen Luz, la sirena de alerta sonó por toda la institución mientras un puñado de chicas sufría una crisis nerviosa a nuestro alrededor.

—¿Cómo lo supiste, Sofía? —me interrogó la profesora Carmen Luz entre lágrimas cuando me hube arrodillado junto a ella en un espacio donde no había cristales rotos—, ¿cómo supiste que el cristal reventaría? —Al tocar sus muñecas noté que estaban heladísimas. Su grueso cuerpo temblaba por la conmoción y eso me aspaventaba.

—Yo... solo vi que el cristal... vibró —mentí. Mi voz tiritera me delataba. No podía decirle que había visto al demonio de la muerte detrás de sí.

—¿Ves los pedazos reventados? —me preguntó, mirándolos con pánico—. Habría muerto si uno de ellos se hubiese encajado en mí, ¡habría muerto! —Ahora gorgoteaba, anegada en un llanto convulso.

Entonces la doctora Crisanta, acompañada por el decano, tres policías y dos enfermeros, se aproximó con diligencia hasta donde había ocurrido el infortunado desastre. No a bien se había inclinado a pos de la accidentada, unos gruesos dedos oprimieron mis hombros, halándome hacia atrás. Sobresaltada, vi al causante de quien tiraba de mí. Sus ojos verdes ardían dentro de sus cuencos, en tanto, con su tétrica expresión me ordenaba:

—Ven conmigo ahora.

—Pero la profesora... —traté de refutar.

—¡Ahora! —concluyó.

Incorporándome, y dado que sabía que dejaba a la profesora Carmen Luz en buenas manos, perseguí a Ric esquivando a los estudiantes que se apiñaban en la escena de la desgracia, hasta que se introdujo a la capilla de Santa Clara de Asís en el fondo del pasillo sur. Allí nos esperaba Estrella, asustada, sentada en una banca, con sus largas pestañas agitándose cual abanicos mientras nos observaba llegar. Ric esperó a que yo entrara para entrecerrar las puertas de madera y encender las lámparas que colgaban de la bóveda.

—¿Qué ocurrió? —fue lo primero que me preguntó él. En su voz noté un atípico halo de frialdad al dirigirse a mí—. Sentí de nuevo el presentimiento de que estabas en peligro, y de repente oí el estruendoso sonido del cristal al reventar.

—¡Vi a Padre Mort! —vociferé, entre una mezcla de miedo, terror y desesperación—. ¡El demonio de la muerte! Llegó en un caballo negro luego de que se abriese el portal del inframundo, es decir, del expiatorio, ¡y yo lo pude ver! —Me estremecí tan solo recordarlo—. Pronuncié su nombre y él me miró, me dijo que sellaría con la guadaña a la profesora Carmen Luz y que en siete segundos ella moriría. Yo también tuve un horrible presentimiento, algo en el fondo de mi alma me anticipó que el cristal reventaría y que un fragmento se clavaría en el cuello de la profesora, matándola.

Me contuve para no soltar en llanto, mas no pude evitar sentir un nudo en la garganta.

—¡Esto no me puede estar ocurriendo! —balbucí, agitando mi cabeza, exasperada—. ¡No quiero ser testigo de la muerte de las personas! Mi calidad de Excimiente hará que yo presencie el momento en que Padre Mort aparezca y selle a quienes morirán.

—Solo ocurrirá si esa persona que morirá está cerca de ti —dedujo Ric—, hoy coincidió, tristemente, que justo estuvieras delante de quien estaba destinada a morir, pero te aseguro que no ocurrirá más... la gente no muere tan seguido. Además, es poco probable que una persona que va a morir esté cerca de ti.

—¿Por qué apareció en forma de un jinete? —preguntó Estrella notablemente afectada, desviando la conversación. Parecía absorta y sus labios rosas le trepidaban.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora