i dormí dos horas fue mucho. Tener que estar al pendiente de que Alfaíth, mi espíritu acosador, no se apareciera entre la madrugada y me causara daño, provocó un gran conflicto entre mi cansancio, el miedo, y las ganas que tenía de dormir. Aun así creo haber conciliado el sueño al menos entre breves pestañeos, aunque pronto el velo de la aurora cayó sobre la ciudad aquel segundo lunes de junio.
Para cuando mi madre se internó en mi habitación yo ya me había vestido con el uniforme de gala que debíamos de llevar los lunes a la prepa: una elegante falda tinta de pastelones, una blusa blanca de manga larga, a la cual se le adhería una corbata negra con franjas tintas, y sobre éstas últimas dos prendas, un saco del color de la falda con botones plateados, unas botas negras, y una boina negra que me calé sobre la cabeza luego de haberme peinado con mi peculiar cola de caballo. También ya había retirado las prendas con las que Ric había ocultado los objetos reflejantes y, además, había recogido todo el desastre que mi enemigo había dejado la noche anterior.
Ella se sorprendió de que ya estuviese acicalada, por lo que, otorgándome un beso en la frente, me dio los buenos días y me condujo a la cocina donde desayunamos juntas. Mi padre todavía dormía, e intuí que continuaría durmiendo buena parte del día debido a la borrachera del día anterior (dijo mamá que después de la cena se la pasó bebiendo cerveza en su habitación). Por otro lado me alegré que el saco ocultara mi tatuaje.
Ya idearía cómo hacer para nunca más exhibir mis brazos públicamente.
Puesto que la ventana de la cocina daba hacia la calle, pude ver con precisión que un auto parecido a Sebastián, el deportivo rojo de Ric, se estacionaba a las afueras de mi casa. Seguramente mi madre intuyó que el propietario de ese lujoso auto se había parqueado en el exterior de la casa por un motivo que competía a nuestra familia, porque antes de que tocaran el timbre ella ya había ido a abrir la puerta.
Para mi asombro, allí estaba Estrella Basterrica, con su larga cabellera dorada precipitándose por sus costados, con la mitad de sus torneadas piernas descubiertas debido a lo rabón de su falda, y con su peculiar fatua sonrisa describiendo su petulante semblante. Sus labios estaban pintados con un rosa brillante, como siempre.
Antes de que mi madre pudiera decir nada, la rubia se adentró, me tomó por los hombros y me condujo hasta el umbral de la puerta no sin antes decirme:
—¡Pero mira nada más esas espantosas ojeras que tienes: creo que un mapache viejo tiene mejor semblante que tú! —se horrorizó al verme—. Pero bueno, ya te las quitaré con mi maquillaje. Que tenga buen día, señora Cadavid —dijo a mi madre—, le traeré a su hija de vuelta sana y salva tan pronto terminen nuestras clases, mi chofer nos espera —mintió, puesto que el piloto era Ric, quien no solo distaba mucho de ser el chofer de Estrella, sino que era el propietario del auto.
Mi madre, pasmada, solo atinó a correr a mi habitación y traerme la mochila, darme la bendición y un beso en la frente. Me alegré haber guardado mi emblema de Excimiente entre la bolsa interna de mi saco, junto a las tres retribuciones que mi ángel me había obsequiado. Puesto que mi madre siempre me había acompañado hasta la puerta de la prepa, se me hizo extrañísimo que tal costumbre se hubiera visto interrumpida por Estrella... o quizá por una idea que el mismo Ric había propuesto.
Por mucho que se odiaran estos dos, todos los días solían llegar juntos a la preparatoria. Para nadie era secreto que entre ellos había algo, aunque nunca imaginé que ese algo fuera "masoquismo" si no, ¿cómo podían estar juntos si no se toleraban uno y otro? Tal vez perdurara una vieja amistad tras el recuerdo de su antiguo romance.
—No hay nada mejor que comenzar la semana con la Excimiente en mi auto favorito —dijo Ric como saludo cuando abordé el auto—. ¿Tuviste dificultades para que tu madre te permitiera venir con nosotros? Supuse que si Estrella, que es chica, pedía permiso a tus padres para que pudiéramos pasar por ti todos los días les generaría más confianza que si lo hacía yo.
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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©
FantastiqueLas reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la estrella que está en el centro del tablero, introducirás la llave negra en la puerta del averno, y por último, invocarás la presencia de un...