Eran las 3:07 de la madrugada, según vi en mi reloj de buró, cuando salté de la cama con súbito sobresalto, y es que los escalofriantes rasguños procedentes de la puerta de cristal que daba a mi balcón se hicieron cada vez más agudos y persistentes. Eran arañazos sutiles, de esos que al oírlos causan pavor. Sabía que no eran ruidos causados por Centella, porque él estaba recostado conmigo bajo las cobijas.
Mirando entre las penumbras resollé con la insistencia con que lo hiciera una persona que se está asfixiando, cuando de pronto nuevos arañazos rasparon lentamente el cristal, rompiendo el silencio. ¡Por Dios! Aun si era presa de la somnolencia, me incorporé y me tallé los ojos para agudizar mi mirada, apartándome los cabellos de mis oídos a fin de refinar el audio y corroborar que lo que oía era real.
Ahí mi entendimiento me advirtió algo, aunque más que un presentimiento fue una aseveración: en el exterior, quizá con la nariz pegada en el cristal de la puerta, un hombre alto y ancho con atuendos oscuros estaba de pie, observándome nítidamente aun si las cortinas se interponían entre él y mi vista.
Las lánguidas flamas procedentes de mis lámparas proyectaban sombras fantasmagóricas en la bóveda y en las frías paredes, formando figuras ininteligibles. Cuando creí que ya nada más horrible podía ocurrir se oyó a lo lejos un áspero y gutural susurro como surgido por el viento en medio de una tormenta que dijo:
—¡Sofíaaa!
Por poco el corazón se me sale por la boca. Con el alma en vilo, sentí que el cuero de mi cuerpo se encrespaba por el terror que me había causado escuchar mi nombre de una voz sin locutor. ¡Padre santísimo! Noté, con la mandíbula estremeciéndoseme, que el pecho me temblaba al ritmo cardiaco de mi corazón desbocado...
«¡No fue real! ¡No fue real!», me decía en mi fuero interno.
Inmóvil, con mis dientes castañeando, fui testigo de un nuevo susurro que provino del exterior de la habitación.
—¡Sofíaaa! —El rumor fue más claro y preciso que el anterior.
Sin dudarlo era la voz de un hombre, aún si la presencia de éste se mantenía en secreto. Mis ojos se llenaron de lágrimas en tanto la garganta se me cerraba, dificultándome la posibilidad de emitir ningún tipo de sonido.
—Pronuncio tu nombre y con él me apropio de ti. —Las palabras no lograban penetrar más allá de la ventana, pero flotaban entre el viento, errantes y frágiles, golpeando cualquier clase de valor que pudiese guardar conmigo—;En mi sonoridad evoco veneno, ¡ah, que lo quieres probar!
En medio de mi estremecimiento provoqué que mi cama temblara. Arrastré despaciosamente las gruesas cobijas hasta más arriba de mis orejas para ocultar mi cabeza como si debajo de ellas fuese encontrar un refugio que me asegurara supervivencia.
—¿Sabes a qué sabe el miedo? —me preguntó su voz entre las sombras—, sabe a ti, y tu sapidez me provoca deseos de tomarte. El miedo se destila en tu sudor, y eso me fascina, me vuelve loco; adormece lo que me es nocivo y resucita lo que ha expirado en mí.
Los arañazos reincidieron y yo solo acerté a volverme a descubrir la cabeza, agitándola de un lado a otro, respirando profunda y reiteradamente, padeciendo un calambre punzante que nació entre un hueco de mi cabeza. Centella ronroneaba, mientras yo me aferraba a su pelaje embargada de terror.
¿Quién era él y por qué estaba allí?
—¿Qui...quien, quién eres? —pude proferir en un fino susurro que por poco se quiebra con la atmósfera fúnebre.
El viento agreste me respondió golpeando la puerta de cristal, y por si a caso hiciera falta agregar más horror a la situación, las luces de las lámparas se apagaron.
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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©
ParanormaleLas reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la estrella que está en el centro del tablero, introducirás la llave negra en la puerta del averno, y por último, invocarás la presencia de un...