13. INCONVENIENTES

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Llegamos a las piedras del Sochule casi arrastras. Por las prisas resbalé al menos cuatro veces durante la subida. La montaña estaba oculta por tinieblas, apenas se veían los peldaños rocosos y la maleza. Cuando íbamos a mitad del ascenso, miré hacia la ciudad y advertí que también estaba cubierta por densas nubes renegridas, en tanto las motas de las lámparas de las calles solitarias escasamente eran visibles como puntos de luz. Aun si nos habíamos equipado con impermeables y paraguas que Estrella nos había dispuesto, cuando entramos a la cueva bajo las piedras nos dimos cuenta de que estábamos empapados.

Además de mojada estaba contrariada, y es que durante el trayecto, Ric apenas si me había dirigido la mirada, cuanto menos la palabra. Su frío comportamiento para conmigo distaba mucho de las palabras dulces y protectoras con las que me había confortado la noche anterior. En cuanto el siniestro libro apareció ante mis ojos, todas mis mortificaciones se solidificaron. Allí estaba en el centro de la cueva, sublime, cerrado, con su pasta negra brillante por las llamas de los cirios que lo rodeaban.

—Todo estará bien, ojitos —me dijo Rigo frotando con su mano libre mi espalda.

—Eso me han dicho todas las veces —denuncié—, y... bueno. Sólo por referir algo, ayer hasta me morí.

—¿Quién carajos está detrás de todo esto? —preguntó Ric a nadie en especial—. Reitero que es imposible que los cirios y el libro surjan de la nada.

Nos sentamos a pos del Mortusermo y ésta vez fue Rigo quien se colocó a mi costado, y frente a nosotros los chicos de ojos claros. Ric giró la pasta de aquél escalofriante ejemplar al tiempo que un poderoso rayo se encajaba en alguna parte del exterior de la cueva, estremeciendo las piedras con magnitud.

Ahí estaba la estrella de cinco picos sobre el tablero y la página de instrucciones vacías. Procedimos como siempre, colocando nuestras figurillas donde correspondía. Entonces el pentagrama comenzó a girar hasta que la punta de mi emblema de Excimiente, mi águila dorada, se detuvo en una casilla roja que decía: «Vidas cobradas».

—¿Vidas cobradas? —se extrañó Rigo, reclinándose hacia el libro. Ric asintió, tragando en seco.

Y posterior a la leyenda «Vidas cobradas», apareció el nombre completo de Pichardo.

—No tiene sentido —reflexionó Ric para sí mismo—, ¿por qué está el nombre del pendejo ése en la casilla de «Vidas cobradas»? Se supone que Pichardo no murió.

Entonces nuestras miradas se encontraron, recorriéndose un rostro con otro, con una sospecha pendiendo en nuestros pensamientos.

—¿Están seguros? —pregunté con los nervios reflejados en mis pestañeos—. ¿Vieron que él realmente estaba vivo? ¿Qué pasó con Alfaíth?

Las piedras me calaban en mis asentaderas, pero aún más la incertidumbre.

—Durante mi proyección astral combatí con Alfaíth, eso creo que lo viste, Sof. Él era muy fuerte. Entonces, en lugar de aparecer Padre Mort, vi que desde tu pecho evocaba un portal. ¡Tú eras el portal! —Me dije que eso era exactamente lo que había intentado decirles antes de morir asfixiada—. En ese momento las tinieblas revolotearon desde muy dentro de tu pecho, hasta proyectarse hacia afuera. Unos tentáculos eléctricos que salieron de ahí nos agarraron a los tres espíritus, al de Pichardo, al de Alfaíth y al mío. Los tentáculos me querían aspirar al vacío, aunado a las garras de Alfaíth que me estaban llevando con él. Seguro lo habría logrado de no ser por el ataque que Estrella le lanzó. Entonces mi cuerpo reclamó mi espíritu, volvía a él y conseguí despertar.

—Y casi a los cinco segundos Pichardo también despertó —complementó Estrella—, lo que quiere decir que...

Pero los cuatro nos quedamos callados, absorbidos por meras suposiciones. Mi mente comenzó a trabajar de manera vertiginosa, urdiendo conjeturas poco claras. Es cierto que, según lo que decían mis amigos, el cuerpo de Pichardo había despertado casi al tiempo que el de Ric, aunque ahora no estábamos seguros de cuál espíritu había retornado a él, si precisamente el suyo o... ¿el de Alfaíth?

Al tiempo que lo pensaba, nuestras punzadas en los brazos donde permanecían pintados nuestros tatuajes nos sacudieron. Los cuatro jadeamos, expectantes. Entonces Ric, resoplando, acercó su mirada hacia tan obsceno manuscrito y leyó:

—"Contendientes, la contienda tres ha... —Se detuvo. Pude ver en su semblante taciturno un halo de horror: luego prosiguió, por primera vez con una voz temblorosa—... La contienda tres ha sido fracasada".

Toda mi sangre descendió hasta los talones, Estrella se llevó los puños a la boca, mientras que a Rigo se le dislocaba la mandíbula por la impresión.

—"El espíritu que debía de ser devuelto al expiatorio antes del cuarto creciente de luna fue reemplazado por el de un mundano —leyó Ric, y así entendimos que el mundano era nada menos que Pichardo—, mismo que ha sido tomado como tributo. El espíritu que escapó del expiatorio sigue fuera, por lo que se sancionará a cada uno de los contendientes con un castigo de mediana intensidad. Como parte del castigo, el Excimiente ha de depositar sobre la estrella de cinco picos una de las tres retribuciones que le fueron dadas por el Liberante como instrumento de defensa, para que sea destruida.".

Mi corazón se sacudió y toda mi piel tembló cual si tuviese paludismo. Sin demorarme coloqué en el centro de la estrella una de las retribuciones de color bronce, y ésta explotó, haciéndose cenizas.

—"Además —prosiguió Ric—, como parte de la contienda número cuatro, una horda de espíritus condenados ha sido liberada provisionalmente del expiatorio. Ellos no buscan un cuerpo, sino la perturbación, el desasosiego, la calamidad y el hurto de las almas de los contendientes. Si el Excimiente, Guardián e Intercesores logran sobrevivir íntegramente hasta después de la luna llena, se dará la contienda cuatro por aprobada. Sino... la muerte habrá caído sobre ustedes.

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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora