Esa noche soñé con una mujer llamada Ananziel. La misma con la que había soñado las últimas veces, sólo ahora sabía su nombre: Katalin Ananziel Fuentes Vilchet. Era la época colonial, a juzgar por su vestido, y hablaba con Alfaíth sobre cómo debía de matar a una de sus criadas por haberlos descubierto besándose. En el sueño, Ananziel era la prometida de mi ángel, y mi ángel, a su vez, era hermano de Alfaíth. O sea que Ananziel engañaba a Zaius con su propio hermano... ¡y por eso querían matar a la pobre criada que los había sorprendido!
Iban a arrancarle la piel a la muchacha estando aún viva, a fin de torturarla, y luego Ananziel la usaría como alfombra, además le extraerían toda su sangre y la pondrían en una vasija de vino. Al final le arrancarían la cabeza con los dientes y la enterrarían en esa casa... que más que casa parecía una hacienda.
¿Por qué habría soñado aquello perversidades semejantes? ¿Sería obra del Mortusermo para desequilibrarme? ¿Quién era Ananziel y por qué soñaba tanto con ella? ¿Qué relación había entre ella, Zaius y Alfaíth en la realidad? ¿En verdad podrían tener los vínculos que había visto yo en las escenas oníricas?
Sin embargo, lo que más me había aterrorizado del sueño era que cuando Ananziel se presentó frente al espejo... me di cuenta que tenía el mismo rostro que yo.
Una caricia en mi cabeza me despertó, y cuán sorpresa me llevé al advertir que el autor de tal cosa era Ric, quien me contemplaba con expectante curiosidad, recargado en la amplia cabecera de la cama, semidesnudo, con sus piernas tirantes hacia lo largo de la cama y tarareando la misma canción que habíamos interpretado horas atrás.
Mientras jugaba con mi pelo también fumaba un cigarrillo con la actitud de un bohemio. Me levanté tan pronto como pude, envuelta en los gruesos edredones, y luego, inconscientemente, me alejé de su cuerpo al menos diez centímetros como la oveja que se aparta de un feroz león. Él sonrió, dando otra calada a su cigarrillo, y vi cómo la partidura de su mentón se hacía más prominente. Sus rizos negros eran mucho más amplios y ensortijados sin la goma que solía embarrarse sobre ellos y sus ojos verdes se me antojaron mucho más rutilantes que cuando la luz del sol los empapaba.
—Buenos días, amor —me dijo, con una nueva sonrisa.
Cuando el primer sonido que escuchas al amanecer es la gruesísima voz de Ricardo Montoya es imposible respirar sin que te recorra un escalofrío desde la coronilla de la cabeza y hasta los dedos de los pies.
—Bue...nos días, Ric —tartamudee tragando en seco.
Salté de la cama y me calcé. Noté que el aroma a tabaco de la habitación era diferente a la pestilencia que solía brotar cuando fumaba mi padre. Me pregunté qué clase de cigarrillo era ese. En silencio me trencé el cabello y reflexioné de nuevo sobre aquél sueño tan vívido que me había perturbado esa mañana.
—Pareces... inquieta, cariño —murmuró Ric, sacándome de mi monólogo.
—Es que... no dormí bien —aclaré, acariciándome las sienes.
Abocané aire y mis pulmones se llenaron del aroma de su cigarrillo.
—Es natural —dijo con su embriagadora tonalidad un tanto altanera—, siempre que se acuesta una chica conmigo... difícilmente suele dormir.
—¡Ric, por Dios! —chillé, presa del bochorno.
Oí su ronca risa y luego el sonido del colchón cuando se levantaba de la cama.
—Mi niña, ¿quieres que nos bañemos? —me preguntó. Hinqué mi vista sobre él tras la impresión de sus palabras y me encontré con que lo único que tenía puesto eran unos bóxer blancos de licra. Me terminé de atragantar cuando advertí, en una estudiada rápida, que sus escalofriantes atributos no tenían desperdicio. Con las mejillas ardiéndome, volví mis ojos hacia la ventana del cristal, con el corazón latiéndome desenfrenadamente—.Bañarnos separados, desde luego, niña de pensamientos cochinos —me aclaró, partiéndose en carcajadas—. Amanecí un poco acalorado, ¿tú no? —Y aprovechó que eché mi vista hacia su rostro para guiñarme un ojo al tiempo que pasaba su jugosa lengua por sus labios.
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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©
FantastiqueLas reglas del juego son muy sencillas, recitarás en latín el conjuro inicial, esparcirás tu sangre sobre la estrella que está en el centro del tablero, introducirás la llave negra en la puerta del averno, y por último, invocarás la presencia de un...