Capítulo 1
No me toques las faldas que me conozcoNo había ni una parte de su cuerpo que no supiera lo que estaba a punto de ocurrir. Lo que ocurría cada vez que entraba en su despacho, tratando de mantener a raya la emoción. Debía armarse de serenidad para no levantar sospechas al cruzar el umbral y permanecer quieta delante de su escritorio, esperando a que él terminara de hablar por teléfono... A que dejara de pretender que no existía, cuando ambos estaban rígidos por el deseo de tocarse.
Le gustaba que se hiciera el interesante y no le dedicase una sola mirada hasta que se aseguraba de que la puerta estaba bloqueada y las tupidas cortinas cubrían la cristalera de la oficina. Le gustaba también que sus largos y elegantes dedos jugaran con los botones del aparato, pulsando, acariciando... Sabiendo que ella lo estaba viendo y se imaginaba esas mismas manos tocándola en lugares prohibidos. Le gustaba cómo la camisa remangada se ceñía a sus músculos, y cómo el último botón, rebelde como sus mechones, mostraba un pecho perfecto, laureado con fino vello caoba. Le gustaba el modo en que se humedecía los labios distraídamente al cruzar miradas con el largo de su falda. Le gustaban tantas cosas que necesitaba terminar con el trabajo que le mandaba lo antes posible para pedirle más, y más, y más, y tener una excusa para entrar en sus dominios y admirarlo de cerca.
Lea dejó las pruebas documentales sobre la mesa y se fue a dar la vuelta para regresar a su puesto, pero él se lo impidió con un simple gesto: ponerse de pie. Lea se quedó parada delante del escritorio, sintiéndose pequeña e insignificante en comparación con el magnífico ejemplar de hombre que le dedicaba una mirada abrasadora. Vestía pantalones estilo 20's con sus respectivos tirantes cruzados a la espalda. No vestía como las normas dictaban. Él no podía seguirlas, iba contra su naturaleza, y Lea lo prefería así, porque eso significaba que nada podría pararlo si decidía volver a tocarla. Que su aventura fuera prohibida le daba un sabor especial.
—¿Necesitaba algo, señor Miranda? —preguntó en cuanto colgó.
Jesse sonrió de lado; esa sonrisa canalla que le había visto dedicar a todas las mujeres del bufete sin excepción. No habló de primeras, sino que llevó las manos con un floreo al nudo de la corbata. Lo deshizo muy despacio, estirando los segundos hasta volverla loca. Lea asistió al momento con la garganta atascada. Había algo en él que le hacía salivar, porque no era el más guapo de los hombres. Debían sus ojos amarillos, o el modo en que se le ondulaba el pelo al caer sobre sus orejas, o simplemente su cuerpo esbelto y estilizado. Lea no podía quitarle el ojo de encima a las venas que surcaban sus brazos, a sus poderosos muslos, a su melena a veces punky... Sus estilos eran tan contradictorios que le causaba curiosidad. Un gamberro disfrazado de caballero que lograría conquistarte mostrando cualquiera de sus facetas.
Jesse se acercó a ella con la misma lentitud dolorosa. Lea era muy pequeña. Diminuta. Menos de un metro sesenta. Y él era lo bastante alto para cubrirla por completo. Aunque no hizo eso. En su lugar, levantó su barbilla con un dedo. Esa mirada de superioridad con la que la aguijoneó desde el primer día la puso a vibrar contra todos sus principios. Lea odiaba sentirse menospreciada, pero que él la tratara como a su muñeca, como su objeto de placer y nada más, la excitaba.
—Sí que necesito algo —pronunció con ese tono exasperante. Lea abrió la boca, y él se la cerró poniendo un dedo entre sus labios. Descendió desde allí, haciéndole cosquillas en la barbilla, seduciéndola silenciosamente por la línea del cuello. Se detuvo a las puertas de su escote.
Abrió la blusa de un tirón, revelando un sujetador de encaje elegido especialmente para la ocasión. Estaba orgullosa de sus pechos y él también. Los veneraba, estaba loco por ellos. Ese día no le dedicó menos atención de la acostumbrada. Liberó uno de ellos de la copa y se inclinó, desplazando la lengua paulatinamente alrededor del pezón erecto. Lea gimió y lo agarró del pelo, suave y sedoso. Contoneó las caderas hacia él, pidiendo un trato más brutal, que él le concedió rasgando su piel con mordiscos.
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Desatar a la bestia
RomanceHay hombres que no creen en el amor a primera vista... por eso hay que pasar por delante unas cuantas veces más. Todos en Leighton Abogados coinciden en que Lea Velour sería la letrada más destacada del bufete si su jefe no insistiera en tratarla co...