Capítulo 1.2

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Entró sin que le hiciera ninguna señal y avanzó muy segura de sí misma, cuando no se sentía así para nada.

El despacho era algo... curioso. El de Leighton era minimalista, reducido a sus necesidades y extremadamente pequeño para lo que era un jefe; el de Aiko Sandoval era mucho más amplio y femenino, aunque sin que la decoración resultara agobiante. El despacho de Jesse, en cambio, parecía la habitación de un adolescente. No era de extrañar que recibiera a los clientes en la sala de reuniones en lugar de allí, donde el póster a escala real del desnudo de Brigitte Bardot y el rock a todo volumen podrían restarle profesionalidad.

—He pensado que el café podría ser invisible, pero si lo fuera, lo habrías derramado por toda la alfombra debido a la posición de tu brazo. Los británicos suelen sostener las tazas así. —Hizo el gesto—. Nosotros nos copiamos porque no tenemos personalidad. Se puede levantar el meñique para darle un aire aristocrático... Pero en general no llevas los brazos en vertical cuando le traes a tu jefe una taza a rebosar.

«Gilipollas».

Hizo un gesto elocuente con las cejas y medio sonrió.

«Gilipollas muy sexy».

—Ahora iré a por él —dijo sin mucha convicción—. La verdad es que antes necesitaba hablar con usted sobre algo.

—No sé si tengo la capacidad de hablar sin azúcar en el cuerpo.

—Dada su facilidad de palabra y basándome en la experiencia, diría que no necesita ni siquiera oxígeno para hablar.

—¿Estás diciendo que soy un portento, Galia?

—Solo del arte de la conversación, porque la memoria la tiene un poco atrofiada. En realidad no me llamo Galia.

—Pero eres francesa.

—Y usted es americano, y creo que no se llama como la antigua colonia inglesa —replicó, impacientándose—. Me da igual que no se sepa mi nombre, imagino que debe ser difícil retener demasiada información en un espacio de almacenamiento tan pequeño. Solo quería a solicitar un cambio.

—No me cabe duda de que lo necesitas, Galia. El corte de esa falda no es nada favorecedor.

—Lo que sí debe serlo es comentar la longitud de una falda cuando como abogado se defienden casos de discriminaciones por género.

—No estaba hablando de longitud, y ni mucho menos que fuera corta: su equivalente espiritual debe ser el promedio de vida de las ballenas de Groenlandia, que si no recuerdo mal es de 211 años. ¿Tu falda no mide 211 centímetros? —Ladeó la cabeza—. Ya digo que ese no es el adjetivo que utilizaba. Simplemente es fea.

Lea desencajó la mandíbula.

—¿Le ha hecho algo mi falda para que esté haciéndole bullying?

—La pregunta correcta es: ¿por qué dejas que la falda te haga esto? Ella es la única bully aquí.

«Tranquilo, no le importaría hacerte llorar».

—No hablaba de un cambio de imagen. Hablaba de un cambio de jefe.

—Dudo bastante que Leighton quiera dejar de serlo. Parece muy humilde, tan callado y responsable, pero sería capaz de apuñalar a tu madre con un abrecartas si se te ocurriese arrebatarle el puesto.

¿La estaba jodiendo?

—Creo que no nos estamos entendiendo.

—Partiendo de que no entiendo a las mujeres, esa me parece una afirmación muy correcta. Empecemos de nuevo: hola, Galilea Leone Velour. ¿Puedo hacer algo por tu espantosa falda?

Desatar a la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora