Capítulo 3

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Capítulo 3.
La importancia de llamarse Jessica Aranda

—Escúchame, cariño. Me hace muy feliz que te emociones tanto cuando me ves, pero no puedes armar estos líos porque luego soy yo el que tiene que resolverlos, ¿entiendes? —explicó Jesse, en tono cándido. Se sentó en las escaleras del porche de la casa, y puso los brazos en jarras—. Esto no es exactamente lo que hablamos la última vez. Me prometiste que no volverías a avergonzarme delante de un amigo. Has incomodado a Wentworth, y eso está muy mal.

—Yo estoy bien, eh —intervino el susodicho, levantando las manos—. Sin problema.

—No, claro que hay problemas. Uno debe ser firme en su palabra si pretende prosperar. Por Dios, llevábamos dos semanas haciéndolo perfectamente, y justo hoy decides ridiculizarme. ¿En qué clase de persona pretendes convertirte si sigues faltando a tu palabra de esta forma?

—¿Exigirle a un perro que se convierta en un tipo de persona no es un poco inhumano, y nunca mejor dicho?

Jesse se giró hacia su amigo con los ojos entornados.

—Prozac no es un perro, es una marca registrada. Y llevo meses entrenándolo para que deje de mearse de ilusión cada vez que me ve llegar a casa. Quedamos en que si dejaba de hacerlo, le daría una galleta al aparecer... Lo que significa que se ha quedado sin recompensa.

—Me parece muy jodido que castigues al perro..., perdón, a la marca registrada, por darte una calurosa bienvenida. Ya me gustaría a mí que alguien me recibiera con tanta emoción.

—Habría que ver si te emocionaba lo mismo limpiar el porche de arriba a abajo todos los días. Venga, Prozac —continuó, mirando al gran collie de pelo largo—. No trabajo tanto como para que la espera te parezca dolorosa, y vas al apartamento de tu madre dos semanas al mes. No estás precisamente solo para hacerme quedar como el hombre que te abandonó. En fin... Voy a por las galletas, pero que sea la última vez. Si tienes que mear en alguna parte, que sea en la cabeza de Went.

—Suerte con eso. Soy más alto que tú, chaval —se regodeó Wentworth—. ¿Me vas a dejar pasar y agarrar una cerveza, o tengo que sacar la porra?

—¿Qué porra pretendes sacar?

—La que tú prefieras, nena.

Jesse se rio e indicó al perro que podía entrar en la casa. A los dos perros, más bien. O... No, era mejor dejarlo en un perro. Prozac era todo un señor, no como Wentworth, que era un vago intento de ser humano... Además de mejor amigo y compañero de crímenes.

Dejó las llaves sin usar sobre la mesilla del recibidor y se dirigió cómodamente a la cocina, ignorando los ladridos de su mejor amigo sobre lo peligroso de no echar el cerrojo viviendo en un barrio acomodado. A Jesse siempre se le olvidaba cerrar. De hecho, se le llevaba olvidando desde que le dieron su primer manojo de llaves. Y nunca habían entrado a robar, así que, ¿por qué tanto revuelo? Es decir... Era normal que Wentworth le echara la bronca. Trabajaba como inspector de policía. Pero es que todo el mundo insistía en que debía blindar la casa, como si hubiese algo de valor ahí dentro.

Prozac se paseaba por el jardín y sabía defenderse solo, nadie encontraría sus novelas eróticas preferidas estando camufladas entre las contraportadas de cuentos infantiles y en cuanto al hilo dental, mucho se temía que nadie le daba la misma importancia que él. La discografía de Johnny Cash estaba pertinentemente escondida. Así que... ¿Qué iban a robar? ¿La tele de plasma? ¿La alfombra persa traída por Marc de uno de los innumerables viajes que hacía para desconectar? ¿La vajilla de porcelana? Que le dieran por culo, eso él no lo valoraba. Era un hippie en el cuerpo de un abogado, un cuerpo hambriento y cansado de no haber hecho nada en todo el día.

Desatar a la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora