Capítulo 2

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Capítulo 2.
Siempre nos quedará el voyeurismo


Lo primero en lo que Lea pensó conforme fichó en el recibidor, fue que Jesse se habría olvidado de la conversación del día anterior y no tendría ningún caso del que encargarse cuando cuadrara el trasero en la silla del infierno. Fue una satisfactoria sorpresa que no solo hubiera cumplido con lo que prometió —pongamos que lo prometió, aunque solo le diera tres consejos ridículos—, sino que se hubiese tomado la molestia de dejarle la información sobre la mesa. Bueno, eso lo agradecía a medias. A fin de cuentas, una parte de ella —la que se moría por un polvo— disfrutaba yendo y viniendo según sus caprichos, y eso significaba que no lo vería en todo el día...

Error, sí que lo vería. Porque lo que pensó antes de separar las anillas del archivador, fue que Jesse le habría adjudicado la clase de caso para imbéciles que podía resolverse por sí mismo. Y eso habría estado bien. Lea no aspiraba a más cuando era el pelirrojo quien debía encasquetarle sus responsabilidades. Lo que no estuvo bien fue encontrarse lo que se encontró: no una excusa para hacerlo, sino la obligación de plantarse en su despacho y preguntarle si estaba de chiste.

Lea no era una persona de sudoración en cantidad, pero sí el cortaúñas humano. Cuando se ponía nerviosa y le parecía bien exteriorizarlo, empezaba a arrancarse padrastros hasta que sus dedos podían servir de actor secundario en una película de Tarantino. Ese era un excelente momento para practicar; ya se arrepentiría de haberse jodido la manicura, que igualmente era una ridiculez de uñas postizas discretas.

Descolgó el teléfono y pulsó el botón que conectaba con Jesse Miranda. Podía verlo desde su cubículo si se ponía de pie: era él quien se encargaba de todos los asociados, y por ello su despacho era el que regía la sala. Pero no podía apartar los ojos de su primer caso como abogada independiente.

Wazzuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuup —exclamó Jesse al otro lado de la línea, probablemente sacando la lengua. Lea se quedó en silencio—. ¿Hola...? ¿Eres Marlon?

—Eh... No. Soy Lea. Siempre soy Lea cuando la luz roja se enciende, señor Miranda. ¿Espera una llamada de su hermano?

No, solo es el único que no se ríe ni me responde lo mismo cuando contesto al teléfono con esto. Sobre lo de la luz, soy daltónico. Y sobre lo de tu silencio... Por Dios, no me digas que no ha tenido gracia. O peor: que no has visto Scary Movie. No podría soportar tener una adjunta que no aprecia una de las grandes joyas del cine.

—Disculpe, pero si quiere que aprecie sus contestaciones al teléfono evocando joyas del cine, va a tener que citar Dial M for Murder.

¿Entiendo con eso que quieres que te deje colgada al auricular diciendo hola durante dos minutos, y luego que pruebe la asfixia con cuerda por detrás...?

—En realidad era una especie de fular, no una cuerda. El cuello de Margot Mary Wendice merecía un trato exquisito. Y... No, gracias. Creo que los asociados no querrían presenciar un espectáculo como ese.

De acuerdo, entonces improvisaré. Llámame de nuevo.

Y colgó. Lea miró el auricular como si le hubiese mordido, y aunque se planteó mandarlo al carajo en persona por hacer el imbécil en horario de trabajo, acabó siguiéndole el juego y llamó. O a lo mejor lo hizo porque era su deber hacerle caso a aquel... aquel... attention whore.

—¿Miranda?

—«Bueno, Clarisse... —pronunció, con la voz desgastada de Anthony Hopkins—. ¿Han dejado de chillar los corderos?»

Lea aguantó una carcajada y en su lugar soltó una exhalación ahogada.

—«Doctor Lecter...» —musitó en tono afectado. Jesse se rio al otro lado—. Ese sí es un clásico, señor. [1]

Desatar a la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora