Marc Miranda no era el único que llegaba tarde de los tres cuando quedaban para ir a alguna parte: tirarse dos horas y media delante del espejo para dejarse la barba como el Seneca Crane de la adaptación cinematográfica de Los Juegos del Hambre, era una de las pocas cosas en común que tenían Jesse y Wentworth. La cita era, supuestamente, a las siete. Eran las siete y tres minutos y Jesse seguía con la toalla alrededor de la cintura, aplicándose aftershave con una canción de Fall Out Boy de fondo.
—¿Cuánto más vas a tardar? —espetó Wentworth, golpeando la puerta.
—Las cosas de palacio van despacio —respondió, poniendo voz de mujer. Se miró al espejo y guiñó un ojo—. Mira que eres guapo, no hay quien te aguante esa cara bonita que tienes...
—¿Te estás tirando los tejos a ti mismo?
—Llevo treinta y cinco años casado conmigo; no es tirar los tejos, sino recordarle que después de las bodas de plata lo sigo queriendo. Salgo en exactamente diez minutos.
Pero diez fueron los minutos que tardó en ponerse el pelo en su sitio. Estaba obsesionado con él, tanto que tenía claro que en otra vida fue peluquero. En esta le había tocado presentarse como el fetichista del siglo. ¿El terror de las nenas? El terror de las melenas. Cuando aún tenía veinte, no se dejó el pelo hasta las caderas porque se le enredaría en el atornillado de las sillas de la universidad, pero sí que lo llevaba al estilo Brock O'Hurn. También porque era demasiado vago para lavarlo casi todos los días. Cualquier excusa valía salvo la presión social que lo empujaba a llevarlo corto, como «todo hombre digno de llamarse hombre», o algo así decía su padre. Pero al final no pudo dejárselo como siempre soñó, y de ahí trasladó su debilidad a las mujeres. Una mujer con una melena larga y bonita era su perdición. A veces ni siquiera importaba el tamaño de su culo, o de qué color tuviera los ojos. El pelo era lo más importante. Imprescindible.
Procuró que cada mechón apuntase a una esquina distinta, y combinó unos vaqueros con una camiseta negra en la que ponía «no estoy gordo, estoy relleno de amor».
—¿En serio? —fue lo primero que dijo Went al verlo salir—. ¿Has elegido ponerte esta camiseta precisamente hoy?
—¿No tiene suficiente glamour para el McDonald's? Eh, que si es guapa me largo a la bolera con Caleb... Lleva unos días que solo se hace plenos. —Y se rio de su propio chiste—. Espera, no lo habrás pillado porque no sabes quién es, ni que se tira a su novia en...
—Quienes deberían ir tirando somos nosotros. Llegamos veinte minutos tarde, aunque no me ha enviado ningún mensaje. A lo mejor no ha llegado.
—Claro que no, tiene que empolvarse el culo... que diga... la nariz. ¿Sabes de dónde viene lo de empolvarse la nariz? De la coca, Wentworth. Tiene gracia, porque hago chistes de drogas delante de un poli.
—Estoy en mi hora libre, puedes ponerte hasta el culo de lo que quieras, que no pienso hacer nada al respecto. Cuando llevo vaqueros soy otra persona.
—Ni que lo digas, cielo, estás encantador esta noche. Vas a tener que reservarme un baile... ¿Tengo que firmarte el carné?
—Hablando de carné... Sigues sin poder conducir por la borrachera de la otra vez, ¿no? —Jesse asintió con cara de fingida tristeza—. ¿Cuándo piensas renovarlo? No va a estar eternamente incautado.
—Lo primero es que el coche lo pagó Tori. Si siguiera vivo, lo tendría ella. Lo segundo es que como me estrellé con él, acabó en el desguace. Y lo tercero es... Puedo elegir la emisora, ¿verdad? Un trato es un trato. ¿Puedo poner pop petardo del 2000?
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Desatar a la bestia
RomanceHay hombres que no creen en el amor a primera vista... por eso hay que pasar por delante unas cuantas veces más. Todos en Leighton Abogados coinciden en que Lea Velour sería la letrada más destacada del bufete si su jefe no insistiera en tratarla co...