El poblado

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(Relato creado para el concurso de relatos de #CrazyWriterAwards - Ganador del concurso Golden Express - Misterio/Suspenso)

La ruta parece interminable y no se divisan luces. El sol hace rato que se ocultó tras el horizonte y la noche está cerrada. La conductora suda de la ansiedad; le asusta que algo pueda pasarle en medio de la nada.

De pronto clava los frenos. Observa por el retrovisor, y no ve a nadie detrás. Pone la reversa y retrocede unos veinte metros. Se detiene, inspira profundo para darse valor y mira hacia su derecha. Momentos antes le había parecido ver, de refilón, una luz a lo lejos; pero ahora escruta el camino rural que se extiende frente a sus ojos y no logra distinguir nada.

Vuelve la mirada al frente, abatida; hace horas que conduce y está agotada. Necesita un descanso, pero no piensa detenerse en ese solitario lugar. Previo a reemprender la marcha, da un último vistazo hacia donde había creído ver la luz y allí está de nuevo: un resplandor en la lejanía, parece un pueblecito.

Se refriega los ojos con ambas manos: el cansancio parece estar jugándole una mala pasada. Mira de nuevo y sigue ahí.

Cierto alivio afloja su tensionado cuerpo. La contractura que le subía por la espalda, empieza a remitir, anticipando el descanso que tendrá cuando llegue a aquel poblado. Buscará un hospedaje y, de no encontrar nada abierto por la hora, simplemente detendrá el coche frente a una casa y reclinará el asiento para dormir allí mismo, con la tranquilidad de saber que no está sola.

Realiza la maniobra con el vehículo y toma por el sendero sin asfaltar. Avanza hacia las luces que, poco a poco, van haciéndose más grandes.

Ingresa a la población cruzando una arcada que reza: «Bienvenidos a...»; el nombre está ilegible. Recorre lentamente la callecita principal y baja el vidrio de la ventanilla para poder ver mejor.

Cada casa tiene la farola del pórtico encendida, pero no parece haber autos, perros ni ninguna señal de los habitantes. Cuando su vista se acostumbra a la penumbra, observa que los jardines no están cuidados, sino que las hierbas crecen salvajes por todos lados; las casas están derruidas y las ventanas tapiadas con maderas y chapas. Todo es desolación.

Se detiene y apaga el motor; solo se oyen crujidos y chirridos. Y de pronto, una campanada que la sobresalta. Se ha levantado viento y este mueve la pesada campana de bronce en lo alto de la ruinosa capilla, al final de la calle.

Los árboles agitan sus ramas produciendo un rumor fantasmal. La brisa arrastra las nubes dejando al descubierto una gran luna llena que baña con su plateado fulgor las viejas paredes agrietadas.

Por un momento cree ver a los habitantes de aquellas devastadas ruinas, observándola desde el interior de sus moradas.

Las nubes vuelven a cubrir la luna. La luz de plata se desvanece y se descubre sola en medio del campo. Ya no hay casas ni calles ni capilla. No quedan rastros del poblado.

Sin demora enciende el auto; gira y abandona el lugar por donde vino. Ya lejos oye una campanada. Mira por el retrovisor y acelera para alejarse de las luces del pueblecito maldito, que ha vuelto a aparecer.

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