Enterrada viva #NoviembreDinámico

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Disparador:

Por un momento pensó que se moría

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Por un momento pensó que se moría. Sintió que su carcelero por fin había logrado acabar con ella. Pero luego se dio cuenta de que era aún peor. El hombre que la humillaba a voluntad, que la mantenía dominada y al que temía con cada célula de su ser, había ideado un plan para someterla a la tortura de un último acto de maldad inimaginable: la enterraría viva.

Cuando sintió que se desvanecía tras beber del vaso que le ofreciera momentos antes, creyó que la había envenenado. Sin embargo, al despertar y percibir que no podía moverse ni hablar, mucho menos gritar ni pedir auxilio, fue que comprendió que, mediante su asesinato encubierto, el monstruo con el que había convivido los últimos años, iba a salir impune de la violencia a la que la sometió durante todo ese tiempo.

Apenas supo que ella quería romper la relación, le sirvió esa bebida que no era otra cosa que una droga muy potente, que la había dejado paralizada. Redujo tanto su respiración y sus latidos, y la dejó tan pálida, que el médico que la revisó la declaró muerta enseguida.

Con muy convincentes llantos desgarradores, el malvado había impedido que le realizaran la autopsia. En una actuación merecedora del premio al mejor actor, había argumentado que ya era suficiente el sufrimiento de haberla hallado tras su repentina muerte; no quería además tener que verla despedazada. Y así había fingido pena frente a los deudos, y recibido los abrazos y pésames de todos lo que acudieron al velorio.

Finalmente, condujo el féretro al panteón de la familia y solicitando un último momento a solas con su amada, sabiendo que ella podía oírlo, le había susurrado al oído la frase más aterradora:

-Si no sos mía, no serás de nadie... no serás nada.

Al marcharse su asesino, dejó el cajón abierto para que los insectos empezaran su labor cuanto antes. Con espanto ella oyó el ruido del cerrojo y la cadena que mantenía a los intrusos y saqueadores de tumbas, fuera del mausoleo ricamente adornado, digno del abolengo de los difuntos que albergaba.

Gruesas gotas resbalaron por la comisura de sus ojos cerrados. Lloró durante horas, hasta que ya no hubo lágrimas que llorar; sintiendo su estómago retorcerse por el hambre, su garganta quemando por la deshidratación, y el hormigueo de los bichos que empezaban a corretear sobre su cuerpo inmóvil e indefenso.

Tres días pasaron hasta que su corazón finalmente dejó de latir. Se había acabado el sufrimiento pero al contrario de lo que él pensara, ella se sintió liberada y poderosa: nunca más podría lastimarla.

Se levantó dejando atrás su lastimoso cadáver y dándole un último vistazo, abandonó el recinto cerrado, atravesando la puerta. Ya no la retenían el cerrojo ni el candado. Y sabía muy bien a dónde debía ir.

Quizá en vida no había podido escapar de aquella cripta, pero ahora era completamente libre...

Para llevar a cabo su venganza.

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