Noche de Halloween

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(Relato creado para el concurso #MicroInfarto de la plataforma Inkspired).

La noche estaba calurosa y húmeda

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La noche estaba calurosa y húmeda. En el cielo había un resplandor anaranjado por el reflejo de las luces de la ciudad.

«Típica noche de Halloween», pensó.

Volvía a casa, como todas las noches, pero no le gustaba llegar tan tarde; corrían tiempos peligrosos. Oyó el eco de pasos a sus espaldas, sin embargo, al voltear no vio a nadie. Estaba segura de haber oído pisadas.

«Debe haber sido alguien que pasaba», trató de tranquilizarse a sí misma.

Dio la vuelta y apuró el paso hacia la entrada. Con la mano temblorosa hurgó en su cartera y rápidamente identificó la llave; la colocó en la cerradura y la giró, todo en un solo movimiento. Se introdujo en la vivienda sin siquiera encender la luz. Cerró la puerta y apoyó la espalda.

Ya estaba a salvo, pero tuvo que inspirar profundo varias veces para calmar su corazón que parecía querer salírsele del pecho. Aflojó los hombros y dejó la cartera en el perchero.

Se quitó los zapatos y caminó hacia la cocina, esperando no chocar con nada. Al llegar a destino presionó el interruptor de la luz pero esta no encendió. Volvió a apagarla y prenderla varias veces, sin cambios. Debía estar cortada por algún desperfecto en la red. Ya volvería.

Se dirigió a la heladera y al abrirla se iluminó el interior. «Entonces no está cortada; solo está quemado el foco».

Se dispuso a buscar algo para comer entre las sobras que había dentro, pero todo recipiente que levantaba parecía contener restos en mal estado, cubiertos de moho y bañados en un jugo espeso, producto de la putrefacción. Arrugó la cara y con asco, cerró la puerta. Había perdido el apetito.

Volvió a quedar sumida en la más absoluta oscuridad. Sintió al gato restregarse en su pierna y se quedó de piedra: el último gato que tuvo había muerto hacía mucho, atropellado. Con un movimiento reflejo volvió a abrir la puerta y frente al haz de luz apareció el felino.

Era todo negro y se veía en muy mal estado: le faltaba un ojo y en la cuenca vacía podían verse las numerosas larvas blancas que allí anidaban. El pelaje le faltaba en partes y tenía la mandíbula torcida; una costilla le asomaba por el costado y la pata trasera estaba doblada en un ángulo extraño. Parecía que un auto le hubiera pasado por encima, pero seguía vivo. O algo así.

Aquel gato era el suyo, sin dudas; el que había atropellado por accidente tiempo atrás. Al reconocerlo, retrocedió con horror hasta chocar con la mesada. La luz de la heladera alumbraba el pánico en su rostro.

—¡¡¿Qué querés?!! —le gritó a la aparición—. ¡Estás muerto!

Fue entonces que notó el rojo en sus ropas; por instinto se llevó la mano al cuello, para luego verla cubierta de sangre. Su propia sangre.

—¿Qué me pasó?

—Hace días, te asesinaron al regresar a casa... —dijo el gato—, pero como aún no te diste cuenta, he venido a buscarte…

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