Capítulo 3

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¿Conoces la sensación de cuando te sueltan una bomba y tú, en vez de hablar, sientes que te vas a morir? Pues era así como me sentía en este mismo momento.

Aferraba con fuerza las asas de mi mochila como si fuera una niña pequeña en su primer día del colegio. Mis manos sudaban y pasaba de dejarlas colgando por si se notaba.

La verdad es que tenía la mente en blanco y la única emoción que sentía en aquel momento era la vergüenza. Estaba avergonzada y shockeada (bueno, eran dos emociones entonces).

Realmente no sabía como reaccionar ante lo que acababa de decir. Si mal no recordaba, al tener el accidente con aquel chico, no había nadie en los pasillos a excepción de él. Aunque, repito, no me había parado a observar el paisaje.

Alcé los ojos, antes clavados en el suelo como loca, hasta posarlos sobre el chico que tenía caminando a mi lado. Nuestros pasos se habían sincronizado y se me hizo más presente que era notablemente más alto que yo. Portaba en su rostro una mirada serena y los labios relajados. Había vuelto a a poner sus manos en sus bolsillos y seguía notándose relajado y suelto, otra vez a diferencia de mí.

Era bastante raro todo esto. No sé si estaba ante la representación de Jesús o que toda la gente que había conocido hasta ahora eran malas personas, pero me seguía pareciendo de lo más extraño. Aún así, aunque me hubiese ayudado dándome su sudadera o que me estuviese acompañando a mi clase, seguía creyendo que todo era una trola para cogerme por sorpresa y humillarme gastándome una broma pesada. Esto es lo que tiene tener una madre que critica todo lo que te toca, te mantiene despierto.

Volví a clavar mi vista en el suelo, concretamente en mis zapatillas, unas reebok gastadas. Mi siguiente hora era Historia del Arte y si metía la mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, podía verlo. ¿Entonces cómo es que él lo sabía? Si iba a compartir clase con él, vale, ¿pero que lo supiese? Sinceramente me parecía de lo más... raro.

Definitivamente raro era la palabra que le atribuía ahora mismo, a menos que siguiésemos hablando y conociéndonos y formase otra impresión de él. Fruncí los labios, divertida. Sería imposible que siguiésemos hablando y había miles de razones. Bueno, no tantas, pero sí significativas.

Las razones de porqué no podíamos seguir hablando era porque: a) Dudo mucho que un tío con pintas de popular dejaría que la gente le viese conmigo. La verdad era que yo parecía sacada de una revista. Una revista de "Cuando tu hijo tiene pintas de friki" . b) Porque si llegásemos a hablarnos más se daría cuenta de lo rara que soy y de lo difícil que es entenderme y se aburriría. Y c), casi todo lo que digo es malinterpretado y terminaría cagándola.

En fin, que ha sido un placer conocerle. Por decirlo de alguna forma.

-¿En qué piensas?

-¿Eh? -alcé la cabeza, sobresaltándome. ¿Por qué no paraba de sorprenderme?

-Que en qué piensas -repitió. Fruncí el ceño sin entender nada. ¿De qué hablaba? Él se rió-. Perdón, es que tenías pinta de que estabas pensando en algo.

-¿Y cómo lo supiste? -pregunté esta vez yo.

-Bueno... -se rascó la mejilla -Tenías los labios fruncidos y tus ojos no parecían mirar nada en específico. Es lo que hace la gente cuando está pensando en algo con profundidad. O puede que yo esté haciendo el ridículo ahora mismo.

-Ah...

Volví a mirar al frente. Pues sí que era observador el chico...

Miré al frente e intenté fijar mi vista hacia algo. Las taquillas azules, la gente que pasaba, las baldosas...

Cursi Saturno © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora