Capítulo 10 (primera parte)

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En cuanto la puerta de roble estuvo en frente de mí, sentí como como si acabaran de darme un bofetón de realidad allí mismo.

Un bofetón a mano abierta, con ganas y que te dejaba sin dientes.

"Oh, mierda".

Me repasé con la mirada de arriba hacia abajo y me di cuenta de que acababa de meter la pata hasta el fondo del fondo.

¡Vestía una maldita sudadera de chico! ¿Qué pensaría mi madre? Sabiendo como era, no me la dejaría pasar. En realidad, jamás me la dejaba pasar.

No tenía ni puta idea de qué podría hacer para que no me viese con la sudadera. ¿Y si me la quitaba? "Claro, porque para una madre es más tranquilizante que su hija venga en sujetador del instituto a que venga con una sudadera más grande que ella misma. No veo fallas en la lógica".

Volví a repasarme con la mirada, un poco harta de todo lo malo que me había sucedido hoy.

Era la persona con más mala suerte en el mundo, todo visto desde mi persona, claro.

Di vueltas sobre mí misma, pensé y volví a pensar hasta que me salió humo de las orejas, intenté hacer ecuaciones con todo lo que pasaría, me inventé excusas, probé a llorar de mentira...

Nada.

No funcionaba nada. Al menos con mi madre. Aquel era un acertijo sin respuesta.

Suspiré rendida y sintiendo el cuello más tenso que el tanga de un elefante. Lo que pasaría a continuación sería otro episodio con la mujer que me había traído al mundo que tanto evitaba.

Lo peor, es que no podía ir a mi habitación antes de que me viese. No. ¿Por qué? Pues por la simple razón de que cuando alguien cruza la entrada de mi casa, automáticamente entra en el salón. ¿Y que pasaba con ello? Mi madre siempre veía la serie que echaban a esta hora. Jamás faltaba.

Volví a suspirar con más profundidad y miré al cielo. Me iba a morir. Seguro. Ya estaba visualizando como mi madre apretaba el puño y tensaba la mandíbula mientras intentaba explicar algo.

Estaba muerta. No, lo siguiente.

Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón y las introduje en la cerradura mientras apretaba los dientes.

La giré al lugar indicado mientras repetía en mi mente: "No volveré a quedarme dormida, no volveré a comprar café, no volveré a distraerme mientras ando, no volveré a pasar por esto".

Parecían promesas que me hacía a mí misma, pero en el fondo sabía que aquello era más bien lo que le diría a mi madre cuando me soltase toda la mierda.

Abrí la puerta con disimulo, esperando oír el murmullo de la televisión o el ruido de la cocina, pero el sonido nunca llegó.

"¿Me habré equivocado de casa?", pensé  mientras cerraba la puerta tras de mí.

Me dirigí a la cocina pero no había ninguna nota ni madre por ahí.

¿La habrán secuestrado?

En ese mismo instante sentí una pequeña vibración en mi culo. Era mi móvil (¿Qué si no, malpensados?). Tenía varios mensajes y me sorprendió ver el remitente de uno.

AA mamá.
Vendré del trabajo a las ocho de la tarde. Hazte tu comida y la cena ya la haré yo. No rompas nada.

Aquello era realmente extraño. Mi madre jamás me hablaba. Nuestro WhatsApp estaba prácticamente vacío a excepción de un mensaje que le envié yo diciéndole que había sacado un diez en el examen. Me dejó en visto.

Cursi Saturno © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora