Bar

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Rápidamente corro hacia donde se encuentra Beto y pongo las jarras en la mesa.

—¿Por qué no te sientas aquí? —le sugiero mientras le ofrezco una de las sillas que está de espaldas hacia la puerta.

Me mira extrañado y hace lo que le pido.

—¿Por qué?

—Porque Lola me acaba de decir que solo me dejará estar contigo si no se llena el lugar, y así podré ver si sigue llegando gente o no.

Duda en creerme, pero luego se encoge de hombros y toma una de las cervezas.

—Por tu triunfo y por los que vienen —brindo, levantando el tarro y esperando a que él haga lo mismo.

Las jarras tintinean y cuando el sonido hace eco, los ojos de Orlando se paran en los míos.

Mi corazón se detiene y al mísmo tiempo se rompe de lo que comienzo a imaginarme. Ese hombre es malo.

Entra triunfal haciendo uso de su porte y presencia. Está vestido con un pantalón de mezclilla rasgado, una playera verde militar que remarca su enorme pecho y una bomber negra. Toda su ropa es sencilla, pero él es quién la hace lucir. Cualquier cosa que se ponga se le ve bien. Está guapísimo. Hugo se le une y le pregunta algo, susurrándole al oído. Las comisuras de los labios de Orlando se curvan en una sonrisa y deja de verme para responderle. Se acerca hasta su mejilla y en cuanto habla, Hugo estalla en una carcajada.
Maldito Hugo.

—¿Qué pasa? —pregunta Alberto devolviendome al aquí, al ahora.

Siento como mi semblante cambia de uno furioso a uno culpable.

—Nada —tartamudeo. Mis mejillas se ruborizan y me rasco la nuca mientras miro a las coloridas luces en el piso, tratando de esconder mi nerviosismo.

No me cree. Entrecierra los ojos y me mira fijamente. Se gira para apreciar lo que veo. Y su rostro cambia en cuestión de segundos.

—¿Qué mierda hace ese tipo aquí?

Me encara furioso con el entrecejo fruncido. Su boca en una delgada línea exige respuestas.

Lo miro a él y luego poso mis furiosos ojos sobre los de Hugo quien sigue riéndose como estúpido. Me encojo de hombros como respuesta. Beto intenta ponerse de pie, pero lo detengo.

—Alberto, ya fue suficiente. No nos está molestando, además, viene acompañado —apenas y puedo creer que haya dicho eso sin romper a llorar.

Alberto parece entender mi frustración y se acomoda en su silla.

Echo una ojeada a Orlando y comienza a buscar una mesa libre, pero no las hay. El lugar está casi a reventar.

Sus ojos vuelven a posarse en los míos y mi entrepierna vibra. Asiente con la cabeza como un saludo hacia mí y luego se gira para susurrar algo a Hugo, quien también está buscando una mesa libre.
Luego los dos me encaran y comienzan a caminar hacia mí, con paso firme.
Oh, no.

Tomo un profundo trago de la cerveza que tengo entre las manos y Beto hace lo mismo. Cuando dejo el tarro casi vacío sobre la mesa, Tengo a Orlando y Hugo de mi lado izquierdo.
Siento que mi cuerpo se debilita y mi boca se seca. ¿Coraje o miedo? Ni siquiera sé lo que estoy sintiendo.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2019 ⏰

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Mi Verdadero VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora