Nuevo hogar

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Cuando llegamos al antro, Consuelo se baja del auto y corre hasta la entrada del lugar para pedir información del tipo golpeado ayer.

Suspiro frustrado y mis manos pasan del volante del auto a mi cara. Cubro mis ojos y mis mejillas con ellas.
Hubiera traído un pantalón, así hubisemos sido dos quienes lo buscaramos.

Tiene que ser él, tiene que ser él. Repito ese mantra en mi mente una y otra vez.
Algo dentro de mí me lo está diciendo, es como un presentimiento. Ayer, fue como un deja vú, como si eso ya lo hubiese vivido, es por eso que me quedé en shock y no supe cómo reaccionar.

Tal vez lo soñé.
Sí, tal vez fue eso.

Volteo hacia el bar y mis nervios aumentan. Consuelo sigue sin aparecer y ya tiene un rato que se fue.

«Cálmate, lleva apenas un par de minutos» Interfiere mi subconsciente.

Se me está haciendo eterno.
Reviso en la guantera si Chris dejó algún cigarrillo por ahí botado. Se cabreará bastante cuando no vea su carro en el estacionamiento y todavía más, cuando sepa que he venido hasta aquí en busca de Orlando.

Por fortuna hay una caja casi vacía de Marlboros junto con otra de cerillas. Cojo uno y me lo llevo a la boca, arrastro el cerillo por la parte rasposa y cuando enciende, lo junto contra la punta del cigarro y doy una calada profunda.

Echo la cabeza hacia atrás, recargandola sobre la parte superior del asiento y miro hacia el techo del carro mientras exhalo el humo. Tiene el efecto que esperaba: el relajarme un poco.

Cierro los ojos unos segundos y me vuelvo a llevar el cigarro a los labios.

Estoy cansado, cansado de todo esto.
Él ni siquiera está aquí y sigue atormentándome. Agotándome.

«Quizá sea hora de sacarlo verdaderamente de tu vida» Aconseja mi subconsciente.

No sé cómo lo conseguiría.
Espero que con la mudanza pueda dejarlo todo atrás.

Vuelvo a calar del cigarro y cuando exhalo, abro los ojos y miro hacia el frente. De inmediato mis ojos se abren de la impresión y parpadeo en varias ocasiones, tratando de agudizar mi visión.

—No mames... —exclamo en voz alta.

A la vuelta de la esquina veo pasar al chico vagabundo de ayer.
No lo pienso dos veces y abro la puerta del auto y me bajo del auto tan rápido como me es posible.
Tiro el cigarro y comienzo a correr sin importarme estar en calzoncillos y descalzo.

—¡No mames, no mames! —repito una vez más, con un tono más desesperado—. ¡HEY, ESPERA! —grito angustiado al tipo, quien dobla la esquina y se pierde de mi vista.

Comienzo a llamar la atención y las personas que caminan en la acera, se giran para ver el espectáculo que estoy otorgando.
Ahora mismo me importa un reverendo pepino.

Llego hasta la esquina y hay un mundo de gente que me impide encontrarlo.

¡Mierda!

El semáforo cambia a verde para los peatones y entonces la masa de personas se mueve, pero él ya no está.

—¡Ponte un pantalón, sin vergüenza! —me grita una señora de edad mayor.

Mi Verdadero VerdugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora