Entrada 2. Mascotas

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¿Soy la única persona a la que la parte que más le cuesta de escribir de toda la entrada es el comienzo de esta? Me quedo bloqueado sin saber si saludar, si ir directo al grano o si meter tres apuñaladas al lector.
Finalmente es como «Saludar no, porque queda de subnornal. Ir directo al grano tampoco, porque al ser esto improvisado no tengo ni puta idea de qué voy a hablar (empezamos bien). Y las apuñadas, mmmm, las haría pero no tengo lectores y qué paja ir hasta su casa».
¿Os pasa también a los que tenéis un vlog?

Bueno, ¿De qué tenía planeado hablar hoy? Pues voy a hablar de las mascotas, si no me lío y termino hablando de otra, claro está, que tampoco descarto esa opción.

Unknown-Sempai, ¿Qué es una mascota?.— Preguntas con intención de jugar un poco.

Tu cerebro.— Respondo sin perturbar mi expresión impasible y sexy.

¿Mi cerebro?.— Repites con confusión.

Tu cerebro.— Vuelvo a decir como si no me hubiera enterado bien.

¿Por qué mi cerebro?.— Tus orbes curiosos se clavan en mí prestando atención a mis palabras.

Porque sólo duerme y caga, por eso tienes ideas de mierda.

Ahhhh.— Formas una sonrisa adorable en tu rostro.— Entonces el cerebro de Unknown-Sempai es un caballo.

¿Porque soy magestuoso y elegante?.— Paso una mano por mi cabello.

Porque todas las ideas que tiene son truños del tamaño de uno de un caballo.

¡Corten, corten!

Ejem, ejem, fallos técnicos, mejor ignoremos esto y retomemos el tema de las mascotas. Sí, mejor...

La mayor parte de la población ha tenido al menos una mascota en su vida (digo aunque realmente me he sacado esta afirmación del cul—). Sino una real, una imaginaria cuando era un niño pequeño.
O quizás soy yo el único imbécil que, como no tenía amigos, ataba una cuerda a un palo y lo arrastraba por el parque fingiendo que era un perro...

De alguna forma subliminal creo que comienzo a entender un poco el por qué nadie se quería acercar a mí en mi barrio. Quizá, a lo mejor me equivoco, no lo descarto, pero tengo la pequeña sospecha, aunque creo que es más que probable que sea cierta mi hipótesis, creo que me enviaban porque mi perro era mucho mejor que el suyo.
Yo a mi palo-perro lo quería mucho, me lo llevaba a casa, lo lavaba en la bañera. Además yo lo podía usar de varita y en vez lanzarle un palo a un perro, podía lanzar a mi propio perro e ir yo a recogerlo. Me lo pasaba muy bien. Además era un modo de defensa de la hostia, cuando tienes un palo-perro la gente se empieza a reír cuando le puedes que ataquen, pero haber si luego se ríen tanto cuando se lo claves en el ojo por gilipo—.

Bueno, bueno. Aparte del palo-perro había una mascota que de pequeño yo estaba muy ilusionado de llegar a tener. Se lo pedí múltiples veces a mi padre, quien siempre me decía que no porque criar a una mascota así es muy complicado y además pesado, ya que acostumbran ser pendejos, no hacen nada y no aportan nada a tu vida.
Pero me daba igual, yo le seguía pidiendo un hermano pequeño.

Un día, después de años insistiéndole que quería un hermano pequeño, mi padre se acercó a mí, me dijo que me iba a hacer muy feliz y me regaló un perro. Bueno, una perra (abstenerse graciosillos).

No es lo que esperaba, pero estoy conforme.

Y al tiempo me regaló una gata gorda.

Las mascotas son mejor que el contacto con otros humanos, porque muchos de ellos son animales inteligentes que te respetan y no te hacen fotos mientras duermes para después subirlas a su instagram bajo el hashtag #Miracomoduermeelsubmormal. También es un buen punto que juega a su favor que cuando les preguntas por sus gustos musicales no dicen «A mí me gusta Maluma Beibi».

Las mascotas son geniales. A menos que tengas una tortuga, las tortugas son la peor mascota que puedas tener.
Vale, un segundo, no me revientes a comentarios insultándome por lo que he dicho.

¿Entonces lo retiras?

No.

No me gustan las tortugas. Yo de pequeño tuve una y era una cabrona.
De primeras la jodida se sabía escapar del recipiente donde la teníamos y estuvo a punto de escapar de casa. De segundas, no la podías tocar porque te mordía. Y encima era aburrida porque no podías hacer nada con ella.
Lo único que me entretenía de la tortuga es que mi perro tenía un extraño miedo irracional hacia la tortuga y eso me daba risa.

La mayoría de mascotas te quieren y te respetan, te ven como un amigo, como su dueño. Y luego están los gatos, que los tienes que querer y respetar porque tú eres su lacayo y ellos, tus dueños.

Mi gata, que llamé Lucifer, es una obsesa del orden, o eso sospecho. Cuando dejo la cama deshecha, por ejemplo, se pone encima del colchón y empieza a maullarme, como si me estuviera retando, hasta que me acerco, ella se baja y me mira hasta que termino de hacer la cama y ya se va. Creo que le gusta que esté ordenado porque piensa que si está deshecha me voy a volver a meter a dormir y no podré atenderla.
Otra cosa curiosa sobre mi gata, es que normalmente es muy mimosa, algo así como «Humano, dame mimos YA», pero cuando viene visita ni siquiera me deja tocarla porque me empieza a arañar y rasguñar como loca.

Una de dos, o es tímida en público o me ha visto la cara de gilipollas y le gusta dejarme en ridículo cuando digo «Sí, tengo una gata muy cariñosa y tranquila».

Mi perra, por otra parte, es muy protectora, cariñosa y juguetona. ¡Ah! Y le tiene miedo a las tortugas ¿Ya lo dije? Es que es genial.

Animales que yo nunca tendría serían aves porque creo que nuestra relación sería un pelín complicada.
Sospecho que no le caigo bien a las aves porque una vez me mordió un pato y luego le robó el bocadillo, fue la experiencia más traumática de mi vida y desde entonces creo que no vuelto a ser el mismo.

Si tenéis experiencias graciosas con animales, dejadlas en los comentarios y así os hago bulling. Recordad que el cloro y el amoníaco son bebidas saludables para tomar en el desayuno y nos vemos cuando me apetezca volver a torturaros.

Vlog De Un DesgraciadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora