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—Betsy ¿está Kendall en su cuarto?
—Llegó hace un rato señor.
Kent Schmidt, daba cuenta de un platillo rebosante de huevos revueltos, mientras leía el diario. Betsy, ya le llenaba la segunda taza de café del desayuno. Luego de un viaje a América se había hecho adicto a este líquido y lo bebía a toda hora apesar de que Ross Leyton, el médico de la familia, se lo había prohibido por sufrir de la presión.
—Que baje a desayunar. Necesito hablar con él.
—No creo que se despierte señor, no hace ni dos horas que se acostó. Si quiere le digo que vaya a la fábrica más tarde.
—¡Basta! —gritó, golpeando la mesa con el puño cerrado—. ¿Por qué lo mimas tanto? ¿No te das cuenta que es así gracias a los mimos de ustedes?
—Usted sabe señor todo lo que sufrió la señora Bennet para traerlo al mundo, y luego, fue prematuro. La partera dijo que no viviría. —Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas al recordar.
—Lo sé Betsy, yo lo amaba tanto como mi mujer. También pasé noches sin dormir para velar su sueño, porque temíamos que por la mañana no estaría vivo. Yo también sufrí, pero ahora es un adulto con obligaciones, ya no es un niño.
—Él no quiere casarse, me lo ha dicho —comentó Betsy, porque sabía a qué venía toda esa retahíla: quería que Randall sentara cabeza y buscara esposa.
—Necesita formar una familia. Hacer algo productivo con su vida. A la fábrica va solo a pedir dinero o molestar a las chicas. Si yo enfermara, él no estaría capacitado para dirigirla. Yo ya no soy tan joven, en cualquier momento voy a reunirme con mi esposa, ¿y qué hará Kendall con la fábrica? ¿Apostarla en el casino? Tengo miedo a morir y que todo el patrimonio que le voy a dejar se vaya por el caño.
—¡Dios no lo permita señor! Yo sí creo que podría, por algo ha ido a las mejores escuelas de Londres.
—Sí, pero lo que no sabes es que lo echaron de todas por mala conducta.
—Usted nunca lo comentó.
—No quería
—Sí señor. Trataré de aconsejarlo. A veces me escucha.
—Bueno —dijo, mirando el reloj de la pared—, ya es tarde... Betsy, dile que lo espero hoy sin falta.
—Sí señor.
Betsy comenzó a recoger la mesa con lentitud. Trabajaba en casa de los Schmidt hacía más de treinta años, desde que los esposos estaban recién casados. Había llegado como doncella y con los años se transformó en el ama de llaves y la persona de más confianza de los Schmidt.
En sus comienzos, la fábrica del señor Schmidt consistía en un pequeño local que albergaba dos telares dejados por su padre, y él con mucho tesón había logrado en menos de diez años ser uno de los fabricantes de telas más ricos de Manchester, gracias a Schmidt & Son, la fábrica textil más grande de la ciudad.

El aroma a licor dentro del cuarto era muy fuerte y Betsy abrió las ventanas de par en par para que la brisa se llevara el mal olor.
—¡Qué haces Betsy! Cierra las ventanas o voy a congelarme.
—Deje de rezongar y levántese. Mire, le traje su favorita para darle ánimo y salga de la cama sin chistar.
—¿Nunca dejarás de tratarme como si aún fuera un niño?
—Para mí, nunca dejará de ser un niño. ¡Vamos, coma!
Kendall se enderezó para tomar el platillo de tarta de chocolate, de las manos de Betsy. Ella lo había tratado siempre como una segunda madre, le había curado las heridas cuando se golpeaba con algún otro niño, y le había prestados sus faldas para esconderse cuando su padre lo quería regañar. En su vida había estado más presente que Dora Schmidt. Su madre siempre tuvo una salud delicada y era bien poco lo que disfrutaba de su compañía, pero lo amaba, y siempre que podía buscaba la forma de consentirlo, aunque fuera a través de Betsy. Por esa razón, siempre escuchaba con respeto lo que ella tenía que decirle.
—No me digas. ¿Y qué quiere ahora?
—Usted sabe, lo mismo de siempre.
—Sí. Tengo que encontrar esposa y tener muchos hijos, ojalá varones para asegurar la continuidad del apellido y la fábrica.
—Él tiene razón, usted sabe que el señor Schmidt no tuvo hermanos varones, y sus dos hermanas ya murieron.
—Seguramente tiene primos.
—No entiendo por qué no quiere casarse.
—Porque no podría tener una mujer distinta cada noche. Y lo más seguro es que me alejaría de las mesas de juego.
—Su baño ya está listo... No sé cuál de los dos es más terco —murmuró Betsy, mientras salía de la habitación.
La fábrica estaba a una cuadra de la casa en la misma calle, Trafford Park. La casa de los Schmidt no era lujosa, ni grande, y Kendall no entendía por qué, su padre continuaba viviendo como un burgués de clase media teniendo tanto dinero.

Caminó por la calle, evitando a los niños mugrientos que pedían monedas, y los carros cargados de carbón, ¡cómo odiaba esta ciudad tan inmunda y llena de hollín! Si el negocio fuera suyo, seguramente cambiaría de rubro,"lo más probable es que pondría una casa de juegos con muchas mujeres", pensó, y la ocurrencia lo hizo reír.
Todavía conservaba la sonrisa en su rostro, cuando entró en la fábrica. Desabotonó un poco su abrigo y se quitó el sombrero para saludar a los trabajadores, que sudaban gracias al calor infernal de las calderas que hacían funcionar los telares. Algunos levantaron la mano para saludarlo, y otros lo miraron con envidia, porque era por todos sabido que su trabajo era dedicarse a la buena vida. Las mujeres murmuraban, mientras le dirigían miradas de codicia. Algunas habían tenido la osadía de insinuarse, pero nadie había tenido suerte: a Kendall Schmidt le gustaban las mujeres sofisticadas, o al menos las que lo parecían, como las muchachas de Madame Pompadour. Al final del almacén estaba la escalera que conducía al despacho de Kent. Era una habitación con las paredes casi por completo de vidrio para estar pendiente de lo que sucedía en la fábrica. A pesar de saber el sermón que le esperaba, estaba de buen humor y comenzó a silbar. De pronto vio que una hilacha blanca estaba pegada a su pantalón, antes de quitarla, inclinó un poco la cabeza para ver si tenía más.

—¡¡Pero, qué demonios!! —gritó, al verse repentinamente empapado con un líquido amarillo.
—¡Señor, le pido mil disculpas, no lo vi! El balde está muy pesado. —La joven, en vano intentaba limpiar la tinta del traje de Kendall.
—¡Es obvio que no me vio!
—¡Si usted hubiera venido mirando al frente, me habría visto! —le espetó ella con rabia.
—¡¿No sabe con quién habla?!
—No señor, pero por favor cálmese. Estoy segura que tiene más trajes como este.
—¡¿Cómo se atreve?!
—Señor Schmidt ¿qué sucede?— El capataz se había acercado a ver qué sucedía, porque varios trabajadores ya estaban cerca mirando el espectáculo.
—Esta mujer me ha tirado la tinta encima —contestó él enojado.
—¿Señor Schmidt? ¿Es el hijo del dueño? ¡Oh!
—Sí tonta. Ahora te despedirán —el capataz pareció regocijarse con el pavor de la joven.
—¿Qué hará ahora que sabe quién soy? —le espetó Kendall.
—Nada señor, el daño ya está hecho. Es obvio que no debí hablarle así. Lo único que puedo hacer es disculparme por no tener cuidado.
—¡¿Qué pasa aquí?! —gritó Kent Schmidt desde arriba de la escalera.
—Nada. Ha sido un accidente, no te preocupes. Voy a cambiarme y vuelvo.
—Señor Schmidt, _____ volcó una tina de tinta encima de su hijo —intervino el capataz con la clara intención de entregar un culpable.
—¡Lewis, he dicho que fue un accidente! — Kendall sabía que su padre despediría a la joven, no tenía fama de ser magnánimo con sus empleados, pagaba mejor que la mayoría, pero no daba segundas oportunidades.
—Y bien señora Gray, ¿qué sucedió?
—Volqué la tinta sobre su hijo. No sabía que era su hijo señor Schmidt.
—¿Piensa que si no hubiera sido mi hijo, no la castigaría?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque a nuestros hijos los cuidamos y defendemos más.
—Está equivocada, la castigaría igual. Si no fuera mi hijo, seguramente habría que haber tenido que pagar el traje... Está despedida. El contador le pagará el salario del mes, pero le descontaré la tina de tinta.
—¡No señor, por favor! ¡Enviudé hace poco! —____ sollozaba. Si la despedían, ¿qué haría para sobrevivir?
—Pase a la oficina de Jack para que le entregue su despido.
—¡Señor Schmidt, se lo suplico! —____ se arrojó a los pies del hombre.
—Levántese mujer, no haga esto más penoso.
—¡Es que usted no comprende..!
—No hay nada que entender. Salga por favor. ____ se dio por vencida, se levantó y salió de la oficina. Ni siquiera se volvió a mirar atrás, no valía la pena.

Kendall volvió a la fábrica con traje limpio, pero esta vez no se distrajo saludando, eso sí le llamó la atención que la mayoría lo miró con animosidad, pero no le dio importancia: de gente extraña estaba llena el mundo.
—Bueno papá, aquí me tienes, una vez más. ¿De qué hablaremos? ¿De tu tema favorito?

EL Contrato (Kendall. S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora