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—Sí, por supuesto que nos casaremos, pero no creo necesario darle ese anillo, fue de mamá.
Kendall se veía visiblemente turbado, y ____ sintió que ante los ojos del joven era tan poca cosa, que no era digan de portar el anillo de su madre.
—¡Pruébatelo! —ordenó Kent. Ella asintió obediente y luego agitó la mano.
—No me queda bien, me aprieta el dedo.
Kent era brusco igual que su hijo, y con esa misma brusquedad cogió la mano de la chica para examinarla.
—No, está perfecto. Sé lo que intentas hacer, pero no hagas caso de mi hijo, estoy seguro que su madre querría que lo tuvieras. ¡Kendall, la sortija es para que se la pongas en la iglesia ante el sacerdote!
—¿En qué iglesia? Nosotros nos casaremos ante un juez de paz y eso será todo.
—¡No señor! Ustedes se casarán ante ambas leyes y no se hable más.
—Papá, tú no eres un devoto.
—No, pero soy creyente y eso basta. Ahora váyanse que necesito reunir fuerzas para el viaje de mañana. ¡Y tú ____ no te quites el anillo!

____ salió de la habitación con la cabeza baja, maldiciendo, ¿en qué nido de hombres dominantes había caído?
Por su parte, Kendall, después de dirigirle una mirada de reproche a su padre, también salió. No quiso comer y se largó a la calle pensando en dirigirse a la taberna del señor Pipps a suavizar su mal humor con alcohol, pero logró controlarse. En vez de eso, fue al puesto de coches de alquiler para reservar una para el día siguiente, ya que no quería exponer a su padre a viajar con la chusma de Manchester, que solía tomar la diligencia. Luego, fue hasta la cuadra donde se encontraban las pocas tiendas de categoría de la ciudad para ubicar alguna que pudiera llevar un pedido a casa. Después de mirar varias vitrinas, se decidió por la única que no tenía nombre francés: no entendía la necesidad que tenían las mujeres por comprar todo lo que pareciera provenir de ese país, si en Londres se fabricaban prendas mejores, con tejidos hechos en el mismo reino.
Entró a la tienda y tocó la campanilla que estaba encima del mostrador con impaciencia, hasta que salió una mujer de mediana edad que ya tenía canas en sus sienes.

—Buenas tardes, ¿en qué podemos ayudarle? —saludó ella con dulzura.
—Disculpe —dijo Kendall arrepentido—, necesito algunas cosas y quisiera saber si las entregan a domicilio.
—Por supuesto. ¿Qué, y para cuándo las quiere?
—Para esta tarde.
—¿No vendrá la dama a elegir?
—No puede —respondió Kendall lo más gentilmente que pudo—. Está enferma, pero las necesita con urgencia porque debe viajar mañana. La dama es mi futura esposa.
—¡Ah! Entonces debe conocer sus gustos.
—No creo, porque hace dos días le escogí vestuario de la casa de mademoiselle Angelique, y parece que no acerté en nada —informó él con una chispa de diversión en los ojos—. Ayer nuestra ama de llaves me ordenó que le comprara un ropero nuevo a mi novia, porque ni siquiera ella se pondría los vestidos que yo ordené para ella.
—Comprendo —la señora no pudo evitar sonreír ante la explicación de Kendall—. Bueno, dígame qué tiene en mente.
—____, viajará a Bath mañana con mi padre por un tiempo indeterminado y necesita todo lo que pudiera requerir una mujer en una ciudad como esa.
—¿A Bath? Es hermosa. ¿Ya tienen dónde hospedarse? En esta época va mucha gente, si no tiene reservado desde antes le será imposible encontrar sitio.
—¡Pero tenemos mucho dinero, podemos pagar lo que sea!
—No lo dudo —confirmó ella, midiéndolo con la mirada—, pero no se trata de eso. La mayoría de los asiduos a Bath son nobles y tienen casa allá, con suerte hay dos hoteles y se llenan.
—¡Demonios, no pensé en eso! ¡Oh! Disculpe, creerá que soy un patán.
—No se preocupe usted.
—¿Qué haré entonces?
—Le tengo una solución señor...
—Schmidt, Kendall Schmidt.
—¿De Schmidt & Son?
—El mismo.
—Discúlpeme señor Schmidt, pero no llevo el tiempo suficiente en Manchester para saber quién es quién.
—No se preocupe, señora...
—Elizabeth Pickering.
—Como le decía señora Pickering es mejor que no supiera de antemano quién soy, me molesta que la gente se sienta obligada a complacernos por quienes somos.
—Creo que tengo una solución a sus problemas. Tengo una hermana que vive en Crescent Hall, y se ha visto en la necesidad de rentar su casa, porque su esposo murió dejándola en la ruina. Era jugador el pobre.
—¿Su hermana es una Lady?
—Sí, pero es muy sencilla, de muy buen trato. Adquirió el título a través del marido, nosotras somos hijas de un párroco, nada importante. A ella nunca se le subieron los humos a la cabeza. Tuvo mala suerte la pobre, y ni siquiera le dejó hijos el difunto. La casa fue lo único que no alcanzó a apostar. Murió encima de un mazo de cartas.
La conversación estaba interesante pensó Kendall, pero aún le faltaba otras cosas por hacer. Con algo de impaciencia consultó el reloj.
—¡Le ruego me disculpe, yo entreteniéndolo con mis cuentos, y usted debe estar muy ocupado! Voy adentro un momento por la dirección.

La mujer volvió a los pocos minutos con un papel muy bien doblado. Kendall lo abrió y se leía con letra clara un nombre y una dirección, lo estudió unos segundos y lo guardó en el bolsillo de su abrigo.

—Ahora deme las indicaciones de su novia.
—____ es muy joven y menuda, de cuerpo muy delgado. Otra cosa, ella espera un bebé, y quizás pronto se le note la barriga. Los vestidos deben estar preparados para esa eventualidad. Nos casaremos cuando vuelvan de Bath.
—Yo misma llevaré su pedido alrededor de las seis. Vaya tranquilo, pero antes le enviaré un telegrama a mi hermana para que esté preparada.
—Le agradezco señora Pickering. ¿Cuánto le debo?
—No lo sabré hasta que reuna todo. Está bien, si yo no estoy le dejaré el dinero con el ama de llaves. ¡Adiós señora Pickering y gracias por el dato!

Kendall, se fue pensando en que tal vez había dado más información de la necesaria a la señora Pickering, pero la mujer tenía algo que invitaba a la confidencia. Ya era la hora de comer, y las tripas hacían ruido dentro de su estómago, iría al banco pensó y luego a una taberna a comer algo, pero no a la del señor Pipps, porque de allí no saldría con pies firmes. Retiró una cantidad importante, para que su padre se pudiera quedar tranquilamente un mes o dos si quería, acompañado de Betsy y ____. Después de meter los billetes e dentro del bolsillo interior del sobretodo, se dirigió al salón de la señora Gibbons que se especializaba en servir comida y no alcohol.

Cuando entró al lugar se preguntó por qué no iba más seguido por allí, el ambiente era limpio y primoroso. Los colores pastel de las paredes y el mobiliario, le daban un aspecto muy distinguido, similar a los elegantes salones de té de Londres.

—¡Por fin llega joven Kendall! ¿Quiere comer?
—No Betsy, ya comí en la calle, ¿y papá, cómo sigue?
—Imagino que bien, porque se levantó y está en la biblioteca.
—¿Y ____? —En su habitación.
—¡Ah, Betsy! A las seis vendrán a dejar la ropa nueva para ____, recíbela por favor. —Dicho esto se metió la mano en el bolsillo y le entregó unos billetes—. ¿Y tú, estás lista? El coche vendrá a eso de las nueve por ustedes.
—Sí joven, yo tengo listo mi equipaje, y ahora iré a ver el del señor Schmidt. Cuando lleguen las cosas de la señorita, haré el de ella.
—Gracias Betsy —dijo él y le dio un beso en la frente. Encontró a su padre inmerso entre libros y papeles.
—¿Qué haces? —le preguntó con tono reprobatorio.
—Estoy revisando y ordenando para explicarte todo lo que deberás hacer. ¿Y tú?
—Fui al banco —respondió Kendall, entregándole el dinero.
—¡¿Y esto, qué es?! ¿¡Te has vuelto loco?!

EL Contrato (Kendall. S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora