3

132 13 1
                                    


—¡Ella! Es la mujer que me echó la tinta encima.
La mujer del tabernero lo miraba sin comprender de qué hablaba. En su rostro había una expresión que señalaba a Kendall como enfermo de la cabeza.
—Hoy, en la mañana —explicó él—, cuando fui a la fábrica de mi padre, una mujer me tiró un balde de tinta amarilla.
—¡Ah!
—Bueno, por lo que sé mi padre la despidió.
—¡Pobre chica, quizás por eso se vino a la taberna! Llegan muchas mujeres en busca de algo de dinero. La mayoría son mujeres solas que tienen hijos que alimentar. Kendall percibió el reproche en la voz de la mujer y no pudo evitar sentirse culpable. Aunque el alboroto no había sido tanto, su padre no había perdido tiempo en deshacerse de la joven.
—Yo no hice que la despidieran señora Pipps. Ni siquiera lo sugerí, solo que mi padre es muy impaciente. 

La joven abrió los ojos, y observó lo que la rodeaba desconcertada. El hombre y la mujer que la acompañaban no se percataron que había recuperado la conciencia y siguieron charlando como si ella no estuviera allí. A la mujer no la conocía, y al hombre tampoco, ¿quién sería? De pronto Kendall se dio la vuelta hacia ella y pudo verlo de frente. ____ dio un respingo de la sorpresa, era el hijo del señor Schmidt, ¿pero qué hacía allí?
—Por fin despierta. —Kendall le habló con dureza—. Parece que estamos destinados a encontrarnos.
—¿Por qué lo dice? —ella lo miró con desconfianza.
—¿Me va a decir que no sabía que era yo?
—No sé de qué habla.
—Allá abajo, en la taberna.
—No me lo recuerde por favor, primera vez que lo hago. Le agradezco que me haya levantado del suelo señor Schmidt, pero ya debo marcharme.
—Está bien, pero debe decirme cómo lo arreglaremos.
—¿A qué se refiere?
—A mi traje, es el segundo que me arruina en un día.
—Yo... Usted... —____ lo miró de hito en hito, no podía creer su mala suerte—. No tengo defensa, solo puedo asegurar que no sabía que era usted.
—Me doy cuenta. Kendall se paseó por la habitación. En cierto modo se sentía responsable de la situación de la joven, si él no hubiera gritado, quizás su padre no se habría enterado y... Era inútil pensar en eso, porque de todas formas lo habría sabido por el capataz, que siempre parecía estar dispuesto a calentarle la oreja a Kent.
—¿Dónde vive?
—En casa de la señora Pattinson.
—Vamos. La acompañaré.
Salieron en silencio después de agradecer a la señora Pipps, y que Kendall le diera unas monedas para que se comprara algo lindo. Caminaron varias cuadras bajo el frío de la noche, seguramente nevaría porque el ambiente estaba gélido. Miró a la mujer que caminaba al lado suyo: un chalera todo lo que tenía para proteger el cuerpo del frío, y se lo aferraba con ambas manos cruzándolo sobre su pecho. Luego se miró a sí mismo, el fino abrigo estaba manchado y no olía bien, pero era muy cálido gracias al forro de fina piel. En un impulso de generosidad poco habitual en él, se lo quitó y lo puso sobre los hombres de ____. Ella lo miró agradecida pero no dijo nada.
—No sé su nombre, ¿cómo se llama señorita?
—____ Gray, y soy señora.
—¿Y el señor Gray, dónde está? ¿Por qué permite que ande vendiéndose en los bares?
—No es de su incumbencia, y no me andaba vendiendo.
—¡Ah! ¿Y qué hacía entonces? ¿Qué hubiera pasado si no se hubiera descompuesto? ¿Hasta dónde habría llegado?
____ no respondió. Apretó el paso, quería llegar lo más pronto posible a casa. Prefería enfrentar a la señora Pattinson que seguir caminando junto a ese hombre tan arrogante. Dieron vuelta por una calle mal iluminada, y ____ se detuvo frente a una puerta blanca.
—Ya llegamos. Gracias por acompañarme señor Schmidt, y en cuanto a su abrigo, espero poder pagarle algún día.
—Creo que los polos se derretirán antes.
—¿Cómo?
—Olvídelo.
Ella le entregó el abrigo y Kendall se despidió con una inclinación de cabeza. Se ajustó mejor el sombrero y se dio prisa para salir pronto de allí. Sin embargo no había avanzado mucho cuando escuchó unos gritos. Giró sobre sí mismo para ver de dónde provenían: ____ discutía con una mujer afuera de la puerta blanca. Kendall se devolvió, al parecer los problemas no terminarían nunca.
—¡¿Qué sucede aquí?!
—La señora Pattinson, ha dejado mis cosas afuera y no me deja entrar.
____ sollozaba de un modo, que algo se movió dentro del cínico Kendall Schmidt. Se adelantó para mirar la cara de la malvada señora Pattinson.
—¿Por qué lo hizo?
—Me debía dos semanas de renta. Yo se lo había advertido. Le dije que la botaría a la calle.
 —¡Pero esta mañana le di todo el dinero que me pagaron en la fábrica!
—No fue suficiente para cubrir todo.
—¿Sí pago la deuda de la señora, la puede dejar entrar?
—Págueme, pero ella no entrará. Ya renté el cuarto.
—¿Y qué voy hacer? ¿Dónde puedo ir a esta hora? Los albergues están cerrados.
—Vamos —ordenó Kendall con resolución.
—¿A dónde?
—Solo venga. Tomaremos un coche para que pueda llevar sus cosas más cómodamente, además estoy cansado con tanto ir y venir. —Kendall hizo señas a un cochero que estaba en la esquina. Le dio la dirección, y pronto estuvieron camino a Trafford Park. ____, temerosa, ni se atrevía a preguntar a qué parte la llevaba. Había trabajado tan poco en Schmidt & Son, que no tuvo tiempo de hacerse una idea de qué clase de gente era. Quizás era un depravado, ni siquiera le había dicho su nombre, solo sabía que se apellidaba Schmidt.
—¿Cómo se llama? —se atrevió a preguntar a su taciturno acompañante.
—¿Qué?
—Su nombre. No me dijo su nombre, me preguntó a mí pero no me dijo el suyo.
—Kendall, el resto ya lo sabe.
—Kendall Schmidt.
—Ese mismo.
Habían andado pocas calles cuando el cochero frenó los caballos.
—Bien, venga conmigo —ordenó él, bajando primero.
____ se quedó un momento adentro del coche esperando. Absurdamente había esperado a que Kendall le diera su mano para ayudarla a bajar. Claro estaba que no lo haría, no tenía por qué tampoco, pensó luego. Tomó aire, y con resignación se dispuso a bajar del coche a pesar de tener temor a lo que habría de encontrar fuera. El cochero dejó los bultos delante de la puerta y se fue, dejando a la pareja sola.En un arranque de compasión había decidido llevar a la mujer a su casa, pero ahora que estaban allí ante la puerta cerrada, ya no le parecía tan buena idea. ¿Qué diría su padre cuándo la viera? ¿Qué opinaría de que andaba recogiendo mujeres desvalidas en la calle? ¿Y su esposo, el señor Gray, qué sería de él? Ya no había remedio, así que tendría que afrontar las consecuencias de sus actos. Por lo menos no sería hasta el día siguiente porque ya era tarde. Kendall abrió con su llave la puerta y entraron al recibidor, apenas alumbrado con una pequeña lámpara. En otras circunstancias habría llamado a los sirvientes paraque se hicieran cargo del equipaje de la joven, pero ahora pretendía pasar desapercibido, así que llevó el mismo la vieja maleta, y la caja de cartón que eran las únicas pertenencias de ____. Indicándole que hiciera silencio, la condujo hasta la segunda planta. Una vez allí la guio hasta una de las habitaciones que estaban desocupadas, que justamente resultó ser la de su madre. Seguramente a Kent no lei ba a gustar la idea que una mujer desconocida, usara el lecho de su difunta esposa, pero una noche no era nada. Cuando entraron, Kendall prendió una lámpara y la puso sobre la mesita de noche.
—Duerma aquí hoy, mañana ya veremos.
—No tendré nunca cómo pagarle esto que hace hoy por mí.
—Tranquila señora Gray, no le estoy cobrado nada. Además es solo una noche.—De pronto, un ruido extraño llamó su atención. —¿Y eso?
—Son mis tripas —repuso ella avergonzada.
—Espere. —Kendall salió para volver enseguida con un vaso de leche y unas galletas. —Esto es lo que encontré más a la mano.
—No importa, de todas formas no tiene por qué ocuparse de mí.
—Cuando alguien tiene un gesto con usted, lo único que puede decir es, gracias.
—Gracias.
Kendall le dedicó una fugaz sonrisa y desapareció por la puerta. ____ se quedó en en aguas y se metió entre las sábanas con un suspiro. Nunca había experimentado sensación tan placentera como la que estaba viviendo ahora: recostar su cuerpo cansado sobre un buen colchón y sábanas que no fueran de saco como las que usaban en el orfanato. Sería una sola noche, así que tenía que absorber lo que más pudiera de esa experiencia, así en tiempos difíciles podría sonreír recordando la noche que pasó en la lujosa cama del señor Schmidt. Sin embargo sus intenciones duraron poco, porque se quedó dormida casi de inmediato y ya no supo más del mundo, ni de la cama de los Schmidt. En la otra habitación Kendall, sonreía mientras pensaba qué explicación le daría a su padre. Estaría furioso, pero poco le importaba que se enfadara a causa de la primera obra de caridad que hacía en su vida, y que en realidad era digna de elogio. Sabía que en el fondo lo único que deseaba era molestar a Kent Schmidt. Sin querer salió mejor que si lo hubiera planeado, pensó con cinismo. Esa noche durmió como nunca lo había hecho, quizás en toda su vida.

EL Contrato (Kendall. S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora