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—¿Qué haremos ahora? —preguntó Billy.
—Tú llevarás al señor Schmidt a su casa en el coche. Nosotros iremos a buscar a Kendall. Si está muerto, no podemos dejarlo como alimento para los roedores.
—¿No es mejor si vamos a la policía?
—No Ron. Nosotros no somos parientes y nos pueden arrestar como sospechosos.
En ese momento Kent volvió en sí.
—Señor Schmidt —le dijo Sam—, Billy lo acompañará a su casa y nosotros nos encargaremos de buscar a Kendall.
Kent se incorporó con dificultad y metió la mano en el bolsillo para sacar una bolsa con monedas.
—Tome Sam, consiga unos caballos... ¡Por favor!Sam dudó ante el ofrecimiento, pero Ron fue rápido y le arrebató la bolsa a kent.
—Así será más rápido —aseguró—. Señor, permita que llevemos la chaqueta de Kendall, mi cuñado tiene un sabueso, y nos puede llevar.
—Hagan lo que crean más pertinente.

Los dos hombres fueron a buscar caballos, y Kent con la ayuda de Billy, subió al coche. Mientras el carruaje carreteaba por el fango de la calle, tuvo una idea y golpeó el techo del transporte. El cochero se estiró en su asiento, para ver qué deseaba el pasajero.

—¿Señor?
—Lléveme a la delegación —le ordenó—. Habláremos con el alguacil — añadió para informarle a Billy, quien pensó que no era buena idea, pero no se atrevió a comentar nada ante ese hombre tan intimidante.

Cuando llegaron allí, Kent Schmidt parecía restablecido por completo de su desvanecimiento, y entró a la delegación y pasó como una tromba hasta la oficina del alguacil Rickers.

—¡Le advertí que le había sucedido algo a mi hijo!
Pilló por sorpresa al hombre, que no le pareció muy bien la intromisión en su oficina, así sin ser anunciado.
—¡Y yo le advertí que había que esperar, señor Schmidt!
—¡Le diré lo mismo a usted la próxima vez que vaya a pedirme apoyo para mantenerse en su cargo!
El alguacil, meditó unos instantes, y luego dulcificando el tono le invitó a tomar asiento.
—Por favor, dígame qué sabe.
—Yo lo estuve buscando por todas partes hasta que di con sus amigos. Ellos me acompañaron a continuar con la búsqueda, y fuimos al mercado, allí había un muchacho con el caballo que Kendall había comprado en West Midlandas, y con su abrigo.
—Pero pudo ser de cualquiera la prenda.
—¡¿Con sus iniciales grabadas en el forro?!
—¿Tiene el abrigo con usted? ¿Y el muchacho?
—El chico se escapó cuando sufrí un desvanecimiento. He estado enfermo hace poco.
—Tal parece que aún no se ha restablecido.
—El abrigo, lo tienen sus amigos. Ellos fueron a buscarlo, porque el chico dijo que se lo había quitado a un muerto, a un lado del camino.
—¿Los amigos de su hijo son como el que está ahí afuera? —interrogó el alguacil, señalando a Billy que esperaba afuera—. ¿Confía en ellos?
—¡Más que en usted! —espetó Kent con furia y se levantó del asiento.

Luego que Kent, hubo abandonado la delegación, de mala gana llamó a unos hombres para salir en busca de Kendall. Si la responsable había sido Vanity sería mejor que ya se encontrara lejos, por su propio bien. Tonta, ¿cuántas veces le había advertido que no asaltara gente de los alrededores? Seguramente no se había podido aguantar al ver a un hombre elegantemente vestido. Si ella resultaba ser la culpable, no tendría más remedio que cazarla, y si el hombre estaba muerto, no le esperaba nada menos que la horca.

—¿Estás seguro de que este perro flaco nos servirá de algo? —interrogó Sam a Ron, mientras iban a paso lento detrás del can, sobre sus caballos.
—Está entrenado, era perro de caza. Se quebró una pata, y lo iban a sacrificar, pero mi cuñado se lo pidió al dueño para los niños, por eso camina tan raro.
—¡Se parece a mí! —exclamó Sam con jocosidad y rompió a reír.
Ron exasperado se volvió a bajar del caballo para que el perro oliera por quinta vez, el abrigo de Kendall.
—Creo que esto no resultará amigo mío.
—Hombre sin fe. Continuemos.

Los dos hombres se enfrascaron en una discusión sin sentido, hasta que de pronto el perro se puso a ladrar, y comenzó a correr internándose en el bosque.

EL Contrato (Kendall. S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora