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—¿Por qué tienes que ir a Manchester?
—Tengo asuntos que atender allí —respondió él mientras arreglaba su morral.
—Iré contigo.
—¿Que no tienes asuntos pendientes con el comisario de la ciudad?
—A ese lo tengo comiendo de mi mano.
—¡Ahora estás conmigo, no lo olvides!
—Lo sé grandullón, no he pensado volver a meterme con él. Solo lo decía por si nos fuera útil.
—¿Tú crees que se olvidaron de lo que le hiciste al ricachón?
—No lo sé, pero no tengo miedo Rob. Tú sabes que estoy dispuesta a cualquier cosa.
—Lo sé lindura, eres una mujer muy fuerte y me gustas.
—¿Estamos de acuerdo entonces?
—No, Vanity. Ya te dije que no y no pienso cambiar de opinión.

Vanity miró a Rob. No tenía por qué hacerle caso si no quería, pero estaba tan prendada de su cuerpo, que acaba cediendo a sus órdenes. Llevaban poco más de seis meses juntos y nunca habían tenido una diferencia que los hiciera disgustar, si hasta había conseguido que se deshiciera de sus hombres para quedarse solo con ella.

Juntos cometían pequeños y grandes robos, para después volver a celebrar a la casa que rentaban en uno de los callejones de Whitechapel. Era una casucha inmunda, pero hí era feliz con ese tremendo hombre que se había conseguido: Rob Alister. Ya vendrían tiempos mejores, cuando Rob diera el gran golpe que venía anunciando desde hace varios días.

—Me voy porque quiero estar allá mañana por la mañana.
—Podrías ir en tren.
—No puedo darme ese lujo, preciosa.
—Solo di si el viaje está relacionado con tu gran golpe.
—Sí... Bésame.
La dura Vanity, se agarró mimosa de él, y buscó sus labios para besarlo con pasión.
—Vuelve, no te quedes por allá.
—No te preocupes, a más tardar en dos días me tienes de vuelta.
—Adiós.
—Adiós.

Rob Alister se marchó silbando hacia la salida del callejón, si se daba prisa alcanzaría el coche de las ocho, y llegaría al amanecer a Manchester. Alguien se iba a caer para atrás cuando lo viera.

Cuando ____ llegó a la mesa del desayuno, Daniel la estaba esperando junto a las niñas, Kendall se había marchado más temprano porque tenía que preparar un envío que Ron debía llevar a Liverpool. Poco a poco el negocio creía, y habían podido abrir exportaciones para América con gran éxito.

—¿Por qué estás vestido para salir Daniel? —preguntó ____ con cariño.
—Papá me dijo que debo acompañarte, porque cuando él no está soy el hombre de la casa.
—¡Oh! —____ sonrió. En los últimos meses Daniel había crecido bastante y ya estaba de su porte. Con seguridad sería un chico bastante apuesto y no le faltarían pretendientes—. ¿Y tu padre no sabe que puedo salir sola?
—Yo sigo órdenes, si papá quiere que te acompañe, lo haré.

Los niños con naturalidad llamaban papá a Kendall. Habían tenido una charla con ellos, y el consenso había sido que era la forma en que deseaban dirigirse a él así que lo habían solicitado de manera formal. Ya no les importaba si alguno tenía padres o no, solo querían ser hijos de Kendall y ____.

—¡Nosotras también queremos acompañarte! —rogó Catherine que era la que menos hablaba de los cinco.
—¡Sí mamá, por favor! —suplicaron las otras a coro.
—Esta vez no, será la próxima. Recuerden que mañana vendrá la institutriz para ver en qué nivel están. Repasen lo que ya saben para que vea que no son unas niñas despreocupadas.
—¡Sí mamá! —respondieron nuevamente a coro, con sus caritas desilusionadas.
—¿Estás listo Daniel? ¡Vamos!

Cuando salieron los esperaba el carruaje grande con cochero, ____ lo miró con fastidio.

—¡Por favor Willie, traiga el pequeño! Solo somos dos y el trayecto es corto.
—El señor Schmidt me ordenó que...
—El señor Schmidt no está así que puedo hacer lo que me plazca, y me place usar el cabriolé.
—Como usted ordene señora.
Daniel iba feliz porque ____ lo dejó conducir el coche, al ser este pequeño y con un solo caballo era mucho más maniobrable que el coche de cuatro caballos.

EL Contrato (Kendall. S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora