12.- Dreamt. II.

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     Avriel.

     Conocemos la asfixia en un concepto general.
     Es esa desagradable y desesperante sensación de no poder respirar en su totalidad, o simplemente no poder hacerlo.
     Nos advierten de esta asfixia en la secundaria, nos enseñan como prevenirla y qué hacer en caso de presenciar una o tal vez padecerla, pero nunca nos enseñan el otro tipo de asfixia.
     Ese ahogo causado por un nudo en la garganta, o tal vez por tantas lágrimas que no han podido ser derramadas, a veces por tener tanto miedo que te cuesta respirar a un ritmo normal y por ende, no llega el aire suficiente o de la manera correcta. Cuando sientes que tu yo interior ya no puede más y reclama un descanso dándote este pequeño colapso.
     Asfixia emocional.
     Dícese de Asfixia Emocional , estado mental en que la persona siente que no es capaz de respirar correctamente pues su cabeza está llena de todas aquellas preocupaciones que le inhundan, todos aquellos recuerdos que le ponen cadenas en sus brazos a través del pasado y todas las lágrimas que formaron un mar en su garganta.
     No sé cuantos hayan sufrido de esta terrible experiencia, pero yo, particularmente, la sufro de vez en cuando.
     Para mí son esos pequeños colapsos donde siento que soy tóxico en este mundo. Donde siento que las personas realmente ya no quieren oír hablar a un "pobre de alma". Donde las inseguridades atacan y esas ganas de llorar se hacen presentes cada vez más intensas.
     Me hace recordar peleas, situaciones vergonzosas, o de suma tristeza que nunca me gustaría haber pasado y me produce tanta cólera que me es muy difícil no golpear algo. Comprendo que es necesario pasar todo lo que se haya pasado en lo que hasta ahora se lleva de vida para poder pensar como piensas, para poder sonreír o llorar de la manera en la que hoy lo haces, para apoyar o bien apartarte del lado de una persona a la que consideres tóxica para tu vida. Todo para crecer espiritualmente.
     Aún así, durante estos colapsos me es casi imposible recapacitar. Es cuando uno más necesita de alguien, pero cuando menos está alguno para ti, sobre todo porque suelo padecerlos a altas horas de la noche.
     Cuando te das cuenta de que estás solo desde hace mucho, cuando empiezas a extrañar tener esos brazos que te sostenían  fuertes, pese a ser delicados y hermosos. Cuando recuerdas que tenías alguien que dormía junto a ti y te rescataba de todos los problemas que podías tener y tú la rescatabas a ella, o en otros casos, él.
     Pero te has dado cuenta de que has tenido que dejarla ir por cualquier circunstancia que no estaba en tus manos.
     Es cuando patéticamente, empiezas a mantener vivas las malas sensaciones a través de los recuerdos. Pero no culpo a nadie, siquiera a mí mismo, es inevitable.
     He estado pensando en eso desde anoche, cuando llegué a mi departamento totalmente exhausto y digamos que también queriendo morir inexplicablemente hacía unos días. No había tenido un breakdown tan largo desde los catorce años, tan solo un poco más de la mitad de mi edad.
     Es cansino tener la sensación de ahogo en el pecho continuamente, y juro que pensé que se me pasaría la primera noche ya que solía ser así, pero no, se fue extendiendo. No había hablado con nadie sobre eso, no suelo molestar a las personas con mis problemas sino dar esos largos paseos por el bosque, pero necesitaba tiempo libre para eso y no lo tenía.
     Recostado en mi cama y con mi pelo hecho jirones, decidí tratar de desahogarme con alguien. En mis contactos de WhatsApp se encontraban cuatro chats que eran los únicos a los que realmente me hubiera animado a contarles: Kevin, Mitch, Scott y Esther.
     Solo le tuve el valor de escribirle a Kevin. Mitch suele estar ocupado en sus cosas, muchas veces está con Beau; Scott se duerme temprano; Esther estaba de viaje y en el país donde estaba era mucho más tarde que acá.
     Mandé el mensaje y durante una hora mantuve esperanzas de que contestara. Traté de distraerme escuchando música o revisando alguna red social, pero solo me hizo recordar que cada segundo que pasaba era uno más hundido en lo que quería salir.
     Luego de esperar tanto, reparé en que el mensaje ni siquiera había llegado, debía de tener el teléfono apagado o estar fuera de su casa, haciendo algo de lo cual yo no estaba en absoluto enterado. Entonces decidí dejarlo estar, acepté que era algo que ya se me iba a pasar y que mientras tanto no podía dejarme derrumbar por completo.
     Ahí estaba, dándome palabras de aliento a mí mismo que solo me trajeron vientos de recuerdo. La música que salía de mis audífonos, poco a poco me fue absorbiendo y sin darme cuenta me había quedado dormido en el lecho de mi cama, con varias lágrimas corriendo por mis mejillas.
    Que patético se siente que a los veintinueve años te estés durmiendo mientras lloras, pensé.
     No sé cuanto tiempo estuve dormido, pero sentí que apenas cerré los ojos ya estaba volviendo a levantarme. No volteé a ver el reloj, pero algo me decía que eran eso de las dos de la madrugada. Mi teléfono estaba en la esquina de mi cama, con los audífonos conectados, pero no lo tomé. Por un momento sentí como si las acciones no las dominara yo.
     Suspiré dándome cuenta de que el nudo en la garganta seguía ahí. Mi ropa era la misma, no me había cambiado desde que llegué, entonces por mi mente cruzó la idea de escapar de la realidad aunque sea unas pequeñas horas. Tomé mi chaqueta y mis llaves, sin nada más encima salí de mi oscuro departamento y me dirigí a alguna playa en lugar de mis consentidos bosques, estaban muy lejos y la ciudad me ofrecía otra opción de despeje.
     En el camino solo iba pensando en que hace mucho necesitaba hablar, no necesariamente con alguien que conociera sino quien supiera escuchar sin juzgar y me entendiera.
     Al llegar, el escenario conmovió mi alma, no había una más que la mía y la luna se alzaba esta noche como la reina de los astros, ignorando por completo que el sol era quien le permitía brillar tan triunfante y a la vez consoladora, con todas las estrellas acompañándola en su mejor momento. El cielo no muy lleno de nubes y una brisa fresca movía mi pelo, decidí amarrarlo en la típica coleta que solía hacerme.
     En ese momento sentí mi corazón en mi garganta, aumentando el nudo que en ella se encontraba. Me acerqué a la orilla y me senté en la arena fría. La brisa traía el sabor salado del mar y las olas se movían con tranquilidad, mientras que el cielo se reflejaba en las aguas infinitas del océano.
     Cerré los ojos un segundo y el sonido de las olas rompiendo en la orilla me llevó a una tranquilidad que no había tocado hace días. No era plena, pero sirvió para poder comenzar a aclarar mi mente.
     Al abrirlos, mi oído percibió el sonido de pasos acercándose, entonces volteé lentamente a mi derecha,  sin miedo. Una figura femenina se acercaba, enfundada en un vestido de tela blanca que resaltaba su esbelta y envidiable figura, se plantó a mi lado; me observaba pacífica. Su piel era tostada, rostro de pómulos levantados y labios prominentes tintados de un tono un poco rojizo tan natural que tendí a confundir con el tono de unos labios recién besados; cabello brillante y negro, azabache, y ojos tan oscuros pero brillantes como aquella noche. Me observaba imperturbable, con una suave sonrisa que nunca en mi vida había visto, o me habían dedicado.
     —¿Está usted solo?—su voz fue como una caricia a mis oídos. Me tomó algunos segundos responderle.
     —Sí, señorita—me extrañé por la formalidad con la que había decidido contestarle.
     —¿Me permitiría sentarme aquí?—me miró a los ojos y sentí como si estuviera leyendo mi alma.
     Reparé en la flor que hacía acto de presencia en su oreja, la hacía lucir aún más radiante y pacífica. Me sorprendí a mí mismo asintiendo, sin remordimiento alguno.
     Lentamente  se sentó a mi lado y contempló el mar en silencio unos segundos. Le miraba de reojo y pude notar que su sonrisa no se borraba, me transmitía con su sola presencia una tranquilidad inhumana.
     Sentí como pude respirar con libertad después de tanto tiempo.
     —¿Cuál es su historia?—preguntó de repente, dejandome algo desconcertado.
     —¿Cómo dice?—traté de seguirle la formalidad ocultando mi confusión.
     —Me refiero a lo que lo ha traído acá—volteó y me miró. Ahora que estaba así de cerca, no podía evitar caer hipnotizado ante sus ojos y lo suave que lucía su piel.
     Suspiré suavemente volviendo a ver el mar.
     —¿En serio quiere oírme hablar sobre eso?
     —Para eso están los oídos, ¿No? para escuchar a quien necesita hablar.—Sus palabras me hicieron relajar mi ceño.
     Respiré profundo y me volví a ella.
     —Ni siquiera le conozco—al segundo me arrepentí de haber dicho aquello. Las últimas horas había estado rogando por alguien que me ayudara,  sea solo escuchándome o aconsejandome.
     Ella se quedó en silencio un segundo, con su sonrisa imperturbable.
     —Me llamo Kirstin Maldonado, tengo veintiséis años y amo cantar. Un gusto—estestiró su mano y la miré. Noté algunos de sus dedos en carne viva, imagino que producto de ansiedad—Vamos, no muerdo—habló una vez más, esta vez en susurro.
     Sin más que esperar, mi mano derecha tomó la suya y le dio una suave sacudida, intuí que debía decir algo.
     —Me llamo Avriel Kaplan, llámame Avi, tengo veintinueve años. También amo cantar—dije sin creerme que le estuviera diciendo eso a alguien en medio de la madrugada.
     —Peculiar nombre—me sonrió de lado y resoplé algo burlón.
     —¿Es que acaso ha oído el suyo?—sonreí levemente. Escuché su risa y sentí como de la nada mi corazón dio un vuelco. Nunca había escuchado una tan linda como la suya.
     El silencio dominó un segundo en el cual ella se dedicó a observarme.
     —¿Qué tipo de música suele cantar?—preguntó tranquila.
      —A Capella—contesté orgulloso de ello.
     La verdad es que podría decir que me fui de ahí al poco de iniciar la conversación, pero no hay nada más ajeno a la verdad. Había algo que me obligaba a quedarme, no sabía si era lo dulce de aquella hermosa chica, por su hablar y su brillante sonrisa, o por la sensación que en ese momento pude distinguir.
     Fue como si, por unos cuantos minutos, todo lo que me atormentaba se hubiese ido volando. La tranquilidad de la noche era tan embriagadora que no me hubiera impresionado si fuese lo que anestesió mis preocupaciones, pero sé que en verdad no fue eso.
     Me quedé ahí, con ella, hasta bien entrada la madrugada. Creo que nunca en mi vida había hablado tanto y tan cómodamente con alguien. Se sentía como si en el mundo no importara nada más que la conversación de dos extraños bajo una luna de plata, siendo las olas las únicas que no tenían voto de silencio en todo aquel maravilloso escenario.
     Conversamos de todo un poco. De ciencia, de creencias; opiniones y arte; deportes y biología; fue la charla más interesante que había tenido en toda mi existencia.
     Hablamos sin parar sintiendo que le conocía de toda la vida. Las palabras resultaron ser el alcohol que nos embriagó, no nos detuvimos hasta que ella cortó a media frase dejando unos segundos de silencio. Entonces decidió contarme su historia.
     Me dijo que ella siempre había sido una persona de pensamientos no muy optimistas o positivo. No le fue difícil confesarme que su vida había estado rodeada de percances y atolladeros que se pegaron como alimañas a su alma, succionando sus plenas ganas de vivir.
     Todos tenemos demonios, pero ellos tienen la importancia y el tamaño que decidimos darles. Son las piedras que nos impiden caminar sin tropezar, y nuestro error es darle el primer plano haciendo que los problemas incrementen.
     A veces las ilusiones son muy crueles, creemos que nos mantenemos luchando pero la verdad es que apenas y estamos tocando nuestro objetivo. Con esto me refiero a que creemos que ponemos un esfuerzo cuando la verdad es que preferimos seguir tirados, dando lástima y esperando por alguien que venga y nos saque, sin darnos cuenta de que eso queda más que todo en nuestras manos.
     Kirstin llegó a aquella ciudad, sola, donde conoció a quien creía ella sería el amor de su vida. La misma fue desmoronándose de a poco y a pedazos más grandes cuando fue diagnosticada con depresión a la edad de veintiún años, se mantuvo luchando durante mucho tiempo hasta que decidió tirar la toalla. Un intento de suicidio más tarde, se encontraba en el hospital, junto a Jeremy, su novio.
     Sin pena o remordimiento, arremangó la tela del vestido y pude ver una cicatriz a lo largo de su brazo. Se trataba de la marca que había dejado la cuchilla. «Fue un milagro haber sobrevivido» confesó. Pese a ser un suceso fuerte en su vida, esa no era la razón completa por la que estaba en ese momento, a esa hora hablando con un pobre tonto que creía tener problemas.
     —Cuando me encontré estable físicamente, una noche él me trajo aquí. Me prometió que saldría de todo aquello y que me ayudaría. Creo que fue la gota que derramó mi vaso. No entendía cómo era que mi depresión había alejado a todos menos a él, aunque fuera la peor mujer del mundo. Tres años después la relación se acabó, se fue con otra chica y yo tuve que mantenerme de pie sola, desde entonces vengo aquí al menos una vez a la semana solo para pensar y despejarme.
     Me dio una breve mirada con una leve sonrisa. Apretó sus labios y se encogió de hombros lanzando una pequeña risa, luego miró hacia el mar y detallé como el viento jugaba con pelo.
    Tantos demonios y su sonrisa sigue brillando, pensé.
      De pronto no se me hizo una total extraña.
     Entendí que en ese momento que a la final se trata de eso, de brillar aún cuando tengas el alma rota. Brillas tanto como quieres hacerlo.
     Pese a captar todo lo que la vida había decidido regalarme en ese momento, apenas sentí la mitad de mi cuerpo fuera del oscuro hueco donde me encontraba. La otra mitad seguía buscando la luz.
     —Lo siento mucho—fue lo único que fui capaz de pronunciar.
     Ella se volvió a mí y noté que su sonrisa había disminuido considerablemente, pero seguía ahí. Negó con su cabeza y suspiró suavemente.
     —Creo que hay cosas que aún quiero mantener vivas—contestó finalmente y no hice más que asentir.—¿Qué hay de usted?—intentó indagar de manera delicada.
     Di un respiro profundo.
     —Solamente soy un tonto, no creo que sea importante escucharme—dije sin mirarle.
     —Es que aún no ha usted entendido, ¿No?—su pregunta llamó mi atención y la miré interrogante—Hay veces en las que no importa lo que uno piense de sí mismo, esa visión no la va a tener nadie más que usted. Sé que guarda algo y está ansioso por sacarlo, yo sí quiero escucharle.
     Casi me visualicé palideciendo por sus palabras que cayeron sobre mí como un balde de agua fría. Inhalé profundo, tratando de respirar el aire que parecía haberse sodilificado. Cambié de posición y le miré fijamente unos segundos, ella mantuvo la mirada y sus ojos parecieron hablarme, como si tratasen de calmarme.
     Entonces, las palabras comenzaron a fluir como agua en un manantial. Puras y transparentes, ya que todo lo que le exprese era nada más y nada menos que mi verdad. Me pregunté por qué se me hacía tan fácil contarle, y cómo ella se expresó tan libremente conmigo, luego comprendí que un extraño nos ve como realmente somos, no como nos quiere ver. No se presta a creer que tenemos una manera específica de pensar o no se desilusiona ante lo que uno expresa pues no tiene una idea de lo que manejamos en nuestro interior.
     Le hablé de todo, de mi niñez y de esas caídas que tenía. Que terminé criandome con mis hermanos mientras que apenas veía a mis padres en el día. Que hasta el sol de hoy, mucha gente seguía apartándome de su camino por mis creencias, pues soy judío. Le hablé hasta de mis sufrimientos sin sentido, sin embargo, cuando acabé y las olas tomaron su tiempo para intervenir rompiendo el silencio ensordecedor, comprendí que hasta eso no fue suficiente.
     La desesperación casi me domina durante ese momento, hasta que ella llamó mi atención con sus palabras.
     —No es del todo cierto que lo único que usted necesita es sacarlo—una vez más, sus ojos de ángel envolvieron mi alma en una calma súbita—usted necesita algo que le saque lo suficientemente de sus casillas para empezar a dejar las preocupaciones de lado.
      —¿Y cómo se supone que haga yo eso?—contesté algo desesperanzado. Nuevos segundos de silencio dominaron el ambiente.
     —Permítame hacer algo, pero no se asuste—la miré con un poco de desconfianza, pero terminé cediendo.
     Sus ojos detallaron todo mi rostro y me di la libertad de hacer lo mismo. La luna hacía brillar el lado derecho de cara, creando un efecto de contraluz, lo que me dio a entender que faltaba no mucho para el amanecer. No puedo negar que me pareció simplemente hermosa. En pocos segundos ya no pensaba en eso, sino en lo suave que se sentían sus labios sobre los míos.
     Sus manos acariciaron los costados de mi rostro mientras que entendía el motivo de aquel beso, era un pase para despejar la mente y pensar en algo que no necesariamente tenía que tener sentido.  El sorpresivo beso relajó mi ritmo cardíaco y sentí como si un algodón fuera el que estaba teniendo tal acercamiento sobre mí.
     Segundos después se separó, ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio perfecto que se apoderó del aura en ese momento. Lentamente, su mano subió a mi frente y su pulgar trazó en ella lo que me pareció una cruz, luego susurró unas palabras que no pude entender.
     Me dejó desconcertado pero contradictoriamente tranquilo. Sin despedida alguna, se levantó sonriendome suavemente y con un asentimiento se dio la vuelta, caminando en la misma dirección de la que había venido.
     Pude notar como la tela de su vestido comenzaba a iluminarse de manera inhumana, de la nada se convirtieron en pétalos plateados que fueron arrastrados por el viento en dirección a la luna, por cada pétalo desaparecía una parte de su ser. No entendía lo que ocurría hasta que desperté, y fui consciente de que todo había sido un sueño.
     El final de "Lovely" de Billie Eilish junto a Khalid sonaba en mis oídos siendo los audífonos culpables de ellos. Mi corazón golpeaba tranquilamente y a diferencia de cuando me dormí, me sentía ligero.
     Al contrario de frustración denoté calma, y no pude dejar de pensar en aquel sueño y lo bien que me había dejado. El reloj del teléfono marcaba las ocho de la mañana y decidí tomar una ducha y marcharme a la cafetería.
     En el camino, mientras le daba vueltas una y otra vez al asunto, comprendí todo lo que mi mente había querido comunicarme. A veces no es necesario un viaje para un despeje, tampoco contarlo o comunicarse con alguien de íntima confianza; a veces se trata de conocer otro mundo siendo otra persona dueña del mismo; otras veces se trata de pensar en algo totalmente ajeno a lo que te rodea, es bueno contagiar tu mundo de cosas nuevas.
     Pensando y caminando fue como llegué a este punto, sentado, mirando a la joven mujer que se había aparecido en mis sueños. Ella, en su mesa, escribía sobre una libreta de manera delicada, hasta que levantó su mirada y me encontró, palideció súbitamente. Mi pulso aumentó y su mirada fue la que comunicó su duda, entonces entendí que yo también había formado parte de su noche. Finalmente asentí y le sonreí, justo como ella había sido capaz de hacerlo en sueños.

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Holaaaaaa, pues esta vez le tocó a Avi. :v
     Por si acaso, pueden ambientar el shot en cualquier ciudad de U.S.A. sucede que no sabía dónde y pues lo dejó a su criterio. Xd
     Espero hayan disfrutado, voten y comenten. Gracias por todo.

Se despide, su loca escritora:

Vicky_Maldonado__ 💕

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