Capítulo XXXIII

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POV AMAIA

Fui corriendo a la casa de Alfred, toqué a la puerta y me abrió Chus. Le di un beso y entre sin decir nada más, oí como ella me llamaba pero ahora mismo nada me podía parar. Llegué a su habitación y abrí sin tocar, no había nadie, me quedé paralizada entonces cambien el rumbo y fui a su sitio especial, la sala de su vida como le llama él y como le llamo yo, la sala de la música. Abrí también sin llamar pero no había nadie, había guitarras por todas partes, miles de partituras tiradas por el suelo, el piano tenía botellas de alcohol por encima. No me podía creer lo que estaba viendo, entonces Chus llegó a mi lado y se quedó junto a mi mirándo.

- Ayer lo pasó muy mal -dijo sin mirarme a los ojos

- ¿Como puede haber destrozado su lugar favorito en el mundo? -mis ojos no paraban de moverse por la sala

- Segundo -le miré sin entender- su primer lugar favorito es estar junto a ti

Empecé a llorar, su madre me abrazó sin rencor alguno después de oír todo lo que le dije a su hijo. Nos quedamos unos minutos así, ninguna tenía la intención de moverse.

- Lo siento -le dije

- No te tienes porque disculpar, Alfred también se equivocó

- Pero yo me pasé, le dije que se olvidará de mí y de lo que había pasado en la discoteca -por primera vez nos miramos

- ¿Qué paso en la discoteca?

- Por favor Chus, si ya lo sabes, no me hagas ponerme más roja -las dos nos reímos- no se donde encontrarlo

- ¿Sabes donde no has buscado? -negué con la cabeza- en vuestro lugar- dijo remarcando "vuestro"

A continuación salí corriendo otra vez, cogí la bici de Alfred para darme más prisa. Todo el mundo me miraba impresionado al ver que iba tan rápido pero ahora mi único destino era el lugar donde habían pasado miles de historias. Había un poco de brisa, podía oír a las gaviotas, las olas del mar hoy rompían dulcemente, entonces lo vi desde lejos, sentado en la arena. Bajé de la bici y ni supe donde la dejaba, corrí pero cuando ya estaba a 3 metros empecé a andar. Tenía la misma cara que yo, la de haber llorado, pero en sus manos tenia un frasco con pastillas y al lado suyo una botella de agua, entonces el mundo se me vino abajo al darme cuenta que le había pegado un ataque de ansiedad fuerte. Me senté junto a él, pero sin llegarnos a tocar.

- Hola -dije con miedo

- Hola -me respondió secamente

Los minutos pasaban y ninguno de los dos dijo nada.

- Lo siento -no quitó la vista del mar- he sido una completa tonta, no tendría que haber pagado contigo todo

- Me lo merecía, al fin y al cabo te mentí -jugaba con los pies en la arena

- Pero todo lo que te dije estuvo mal -tenía los ojos llorosos

- Me lo dijiste porque en ese momento te sentías así -me miró por primera vez

- ¿Cómo estás? -dije mirando el frasco

- Como siempre, aprendiendo a vivir con ello -una sonrisa falsa apareció en su rostro, ante mi cara de preocupación- no te preocupes por mí -me acarició la mejilla

- ¿Cómo no lo voy a hacer si ha sido mi culpa? -dije con alguna lágrima traviesa bajando por mi cara

- Tú no eres la culpable, el culpable soy yo. Todos sabíamos que llegaría el día el cual lo sabrías.

Me apoyé en su hombro y el puso su cabeza encima de la mía, juntamos las manos, y los dos nos quedamos mirando las estrellas escondidas en el día.

El verano de nuestras vidas -ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora