Asalto al castillo: Trabajo en equipo.

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Horrible, era horrible.

—Juro que no volveré a quejarme de los carruajes de Fili —murmuré—. Pero, por favor, que esto pare. Creo que vomitar ahora.

—¡No se te ocurra Hi...! —me regaño Yunei, cuya cintura agarraba con fuerza, tal vez demasiada. Seguramente se iba a quejar, pero ella también tuvo que taparse la boca con la mano al sentir el mismo mareo que yo—. ¡Maldición! ¡Yo también vomitare!

—¡No se quejen tanto! —exclamo, divertida, la joven de los caballeros. Creo que se llamaba Sarin. No, Samin. Samin, que no se me olvide—. ¡Resistan! ¡Ya casi dejamos atrás el risco!

De haberlo sabido, le habría dicho a Karla que me dejara montar a Mifi con ella.

Pensándolo bien, esa opción podría haber sido incluso peor.

El viaje que me causaría pesadillas a partir de ahora, comenzó cuando salimos de los túneles de la ciudad y nos encontramos con lo que la general había denominado "caballos de guerra". Pero lo que esas cosas tenían de caballos yo lo tenía de físico experimental experto en partículas subatómicas. Lo que es igual a nada.

Eran cuatro y parecían sumamente enojados. O al menos a mí me lo parecían. Si los viera de noche y con solo la luz de la luna iluminándolos, tengan por seguro que escaparía a toda prisa.

—Niño tormenta, elfa, irán en este —nos ordenó el capitán, dándole las riendas a Yunei—. Gemelos, en el otro. Cadete, conmigo. En cuanto a la chica demonio...

—Iré en Mifi —lo interrumpió Karla, subiéndose al lomo del gran lobo, que había aparecido de entre los arboles—. No quiero tocar esas... cosas.

No podría estar mas deacuerdo. Creo que pediré ir con ella sobre Mifi.

—Yo y mi compañero iremos sobre las ramas de los arboles —continuo—. Estamos acostumbrados a ello.

Olvida lo que dije antes, no quiero morir cuando las ramas se partan bajo el peso del descomunal lobo blanco.

—Hill...

—¿Si, Karla, amiga mía?

—El día en el que Mifi y yo caigamos de los arboles será el mismo en el que tu cabeza ruede sin su cuerpo.

—Por supuesto, amiga mía.

—Está bien, conozco algo sobre la capacidad de montar el viento del lobo de Greis —intervino el capitán. Esperen, ¿montar el viento? ¿Acaso puede volar?

—Los seres como Mifi pueden desplazarse con delicadeza y rapidez, como si montaran el viento —respondió Karla a mi pregunta no formulada.

—Kilbet, toma el sobrante —continuo el capitán, sin prestarnos atención.

—¡Si, señor!

—¿Acaso tú también quieres ir solo, Hill? —me susurro Yunei al oído, con aire pícaro.

—No, gracias —le respondí—. Siento que me comerán si me les acerco sin compañía.

—Sí, eso sí...

El tamaño de esas cosas si era similar al de los caballos, aunque un poco más largos, pero con eso acababan las similitudes.

Las criaturas, a las que por conveniencia llamare anfibios mutantes de guerra, poseían una cabeza parecida a la de un renacuajo, con una boca enorme repleta de afilados dientes puntiagudos. También, al igual que estos, una piel cubierta de una espesa baba, así como seis patas cortas y una cola cubierta de un fino pelaje grisáceo, lo que los hacían verse similares a perros salchichas cruzados con ranas. Estas patas terminaban en extremidades parecidas a las de los geckos. No era una casualidad, al igual que aquellas criaturas, estos "caballos" se podían aferrar a cualquier superficie. Lo que era la causa de nuestras nauseas, ya que el capitán le había ordenado al suyo ir por un lado del risco que seguía el rio y, como si fuera su líder, los nuestros lo siguieron.

Déjenme decirles que un paseo vertical no es muy divertido que digamos.

Por suerte, el calvario término una vez entramos en la zona baja. Fue ahí cuando Mifi se unió a nosotros. No sabía dónde había estado hasta ese momento, pero su hocico estaba lleno de sangre.

—Exploradores —dijo Karla, como si me explicara.

Será mejor no preguntarle que les hizo.

—¡Cadete! —grito de pronto el capitán, como si presintiera algo—. ¡Vigile!

Ya me habían dicho que ella podía detectar tropas ocultas e incluso la vi actuar una vez, aunque hasta ahora no sabía cómo lo hacía. No fue sino hasta que volteo y me miro con sus ojos, ahora teñidos de rojo, que me di cuenta. Ella también podía ver la energía mágica.

—Los veo —respondió Samin—. Es una emboscada, a la seis en punto, nueve a cuatro grados a la derecha y seis sobre un árbol, a las diez. Los de los arboles parecen ser Fide'il y están armados con arcos y flechas. Dos magos.

—Me encargo de los de los arboles —aviso Karla, antes de que Mifi saltara a las ramas de un árbol cercano.

No me puedo ni imaginar cómo puede andar allá arriba con ese cuerpo tan inmenso que tiene, aunque que los arboles de esta zona, parecidos a robles, posean una anchura promedio de nueve metros, debía ayudar mucho.

—Bien, dejémoslo a la demonio —asintió el capitán—. Astar, Lurent, a los de abajo. Ahora.

Los gemelos Silist asintieron y empezaron a enfocar su magia. El primero creo varias lanzas de hielo y las arrojo contra los arboles donde se escondían los presuntos enemigos, mientras que el segundo creó un escudo de aire para defenderse de las flechas y la magia que con la que comenzaron a bombardearnos. El capitán, por su parte, quito sus manos de la montura y tomó el arco que llevaba a su espalda y lo arrojo al aire. A su vez Samin creo un avatar juntando el polvo que creaban nuestras monturas al cabalgar, el cual tomo el arco y comenzó a disparar flechas creadas por la magia de luz del capitán.

Ni siquiera tuvimos que detener un poco nuestro paso.

Desde arriba comenzaron a escucharse gritos, tras lo cual varios cuerpos cayeron al suelo, empapados en sangre.

Cuando pasamos por el lugar solo se podían ver los cadáveres. No dejaron a ninguno con vida.

—Deberías entrar en nuestro grupo —le dijo el capitán a Karla cuando se unió a nosotros—. Sé que eres una noble, pero encajarías bien.

—No puedo. Tengo cosas que hacer —le respondió ella.

—Solo piénsalo —la alentó Samin—. Un equipo tan bueno como lo son tú y tu compañero nos vendría muy bien.

—Lo pensare...

—¿Viste eso? —le pregunté a Yunei, ya que ninguno de los dos pudo hacer nada para ayudar.

—Sí —me respondió ella. Como iba detrás, sujetándome de su cintura, no podía verla, pero si sentí cuando suspiro.

—¿Te sientes inferior?

—Un poco.

—Yo también.

—Hill.

—¿Si?

—Vas a entrenar después de esto, ¿verdad?

—Esa es la idea.

—¿Te puedo acompañar? Después de todo, te acompañare a Virelia cuando todo esto termine y me sentiría mal de ser solo un estorbo.

—Suena bien la idea —le respondí—. Solo espero que podamos acoplarnos bien en combate.

Entonces giro su cuello y me sonrió.

De verdad que algún día me gustaría estar con tanta sintoniza con mis compañeros como ellos. Aunque, claro, también se necesitaba un comandante tan bueno como el capitán.

En el camino nos encontramos con otros cuatro grupos de emboscada y, como antes, el grupo se encargó de ellos sin apenas hacer algún esfuerzo, mientras que nosotros solo veíamos. Y tras una semana de cabalgar sin parar, llegamos hasta nuestro destino.

Alzándose frente a nosotros se hallaba, imponente, la fortaleza de Nilbest.

Theria Volumen 5: La batalla de MirieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora