El Vacío: Rota (2)

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(N, A. :A partir del siguiente capitulo, seguirá el arco de Hill.)

Nierya

—Ya no hay nada que hacer aquí, sacerdotisa —susurro alguien, poniendo su mano sobre mi hombro—. Hemos fallado y ahora debemos irnos.

Apenas preste atención a aquel que me pedía levantarme, así como a la otra mano, más familiar, que con calidez sostenía la mía. Simplemente me quede ahí, de rodillas ante el último lugar de reposo de Ci, llorando en silencio.

Así pasaron varios minutos en los que me arrepentía de lo perder a la última amiga verdadera que me quedaba en el mundo. Pero no solo sentía tristeza por haberla perdido, sino también envidia. Al final había acabado con su vida con un acto que creía justo, pensando en que hizo un bien y con unos ojos llenos de felicidad. Había sido liberada de las cadenas que habían sido su tormento tantos años.

¿Yo tendría el valor de hacer algo así? Lo dudaba, ella poseía una fuerza que a mí siempre me había faltado.

—Durante la guerra perdimos mucho —susurré. Sabía que Sarah estaba ahí y que me escuchaba. No quería, ella era demasiado inocente y lo último que merecía era que yo tiñera sus sueños de negro, pero necesitaba decirlo a alguien y ellos eran los únicos aquí—. Nuestros amigos y familiares cayeron ante nuestros ojos. Yo maté a una persona que no merecía morir, Kein termino preso del pueblo que siempre amo, condenado a vivir para siempre. La pena máxima de no poder morir. Y algunos, como ella, fueron arrinconados a tener que manchar sus manos con la sangre de aquellos que querían.

"La única razón por la que nadie ataca a esa niña demonio —continúe, sintiendo como mi garganta se tensaba por la rabia— es porque parece demasiado humana. Y porque algunos, como yo, conocemos la verdad. Sarah, espero que tú jamás tengas que soportar esto. El odio y el dolor. Es mi mayor deseo.

—Abuela... ¡Abuela!

La voz de Sarah, al principio dulce, de pronto se elevó en un grito de advertencia. Aunque no lo deseaba, tuve que alzar la vista ante un sonido que jamás había escuchado antes. Eran como piedras frotándose entre sí, pero con un tono un tanto peculiar, más parecido a un chillido o un aullido apenas audible.

—¿Qué está pasando? —pregunto Xi.

De improviso, aquellas pequeñas esferas del tamaño de una uña que adornaban el templo empezaron a caer de una en una y al llegar al suelo comenzaron a reunir la roca y tierra a su alrededor para formar una especie de muñeco humanoide del doble del tamaño de Xi.

Aunque no sabía que eran, me imagine que podía acabar con una o dos de esas cosas. El problema es que las esferas eran cientos y cada vez que una caía, una de esas cosas se formaba. Se mantenían inmóviles, como soldados en espera de una orden que no llegaba.

—¿Qué son esas cosas? —pregunto Sarah, retrocediendo.

Guiada por mi instinto, me levante y me coloque delante de ella, al mismo tiempo que empalaba a uno de los muñecos con una estaca de hielo. Al principio pareció funcionar, pues se desmorono en tierra y fragmentos de roca, sin embargo, momentos después aquella cosa se rearmo y comenzó a avanzar hacia nosotros, como si mi ataque le hubiera avisado de nuestra presencia. No fue el único, todos iniciaron su lenta marcha de la muerte. Sus movimientos eran rígidos, demasiado, lo que reafirmo mi idea de que uno de ellos no podría causar demasiado daño. Pero ahí había miles y crecían un poco más a cada segundo, asimilando todo lo que se encontraba a su alrededor.

Sentí escalofríos en mi espalda de solo pensar que tal vez a nosotros también podrían llegar a absorbernos.

—Bloquearon la salida —informo Xi. La ola de muñecos era tan grande que casi ocupaba todo el espacio. Inclusive las estatuas que antes lo adornaban ahora habían desaparecido, siendo ahora parte del cuerpo de aquellas cosas—. ¡Cuidado!

Theria Volumen 5: La batalla de MirieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora