Capítulo XXVI.

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   Por inercia me lamí los labios al ver la erección de John. En eso, un bulto comenzó a crecer debajo de mí, por lo que me apresuré a subir mi prenda femenina superior.

   Gracias al cielo era de corte alto, porque de lo contrario, ya mi pene se hubiera salido.

   —Ven, puta. Mi pene quiere entrar en ti.

   Antes de que yo lograr atinar otra cosa, él logró levantarse, me tomó del brazo y me jaló hacia él. Rodeó sus brazos en mi cintura, al tiempo que yo lo hacía en su cuello; apegó su rostro al mío, y gracias a eso logró besarme los labios con auténtica atrocidad. Deslizó su lengua en el interior de mi boca, hizo un par de movimientos, y antes de separarnos, mordió mi labio inferior.

   —Ojalá el idiota del pintor gay sin talento y lleno de sida pueda escucharte gemir mi nombre.

   —No lo hará porque no gimo tan alto, así que deja de decir estupideces.

   —¡No, para nada! —espetó, con un gran toque de sarcasmo.

   —Stu sí me quiere... tú no.

   Él rodó los ojos, tomó mi mano y la colocó en su entrepierna.

   —Está duro porque siempre te tengo en mi pene y siempre pienso en ti, puta eléctrica.

   —Qué romántico. Estoy que lloro.

   —No llore; gime. Eso lo sabes hacer mejor.

   —¿Vas a seguir? —bufé.

   —Por cierto —me soltó y carraspeó—, ¿dónde está lo que compraste en la farmacia?

   —Lo que tú me hiciste comprar —corregí, cruzándome de brazos—. Y está debajo del cojín.

   Encaminó sus piernas hacia adelante, se posicionó frente al sofá y apartó el cojín vinotinto que había. Agarró la bolsa plástica, metió su mano, y luego de buscar durante un par de segundos, sacó un bote de lubricante rosa.

   —Este era el último que quedaba de tuti-frutti.

   —Ajá, ¿y?

   Él no contestó: bajó la cremallera de su pantalón y luego se sacó el pene, para luego embarrarlo de la sustancia cremosa que tenía un olor agradable.

   —Ya mi pene sabe a frutas. Ven a chupar, puta.

   Caminé un par de pasos hasta posicionarme frente a él. De inmediato colocó ambas manos en mis hombros e hizo que me arrodillara. Mi rostro quedó frente a su pene, por lo que me apresuré a tomarlo entre mis manos y masturbarlo.

   Estaba brillante y se deslizaba fácil, gracias al lubricante. John gruñó cuando pasé la punta de mi lengua por el glande, haciendo pequeños movimientos circulares que lo retorcían de placer. Sentí sus manos acariciar mi cabellera, mientras yo seguía con lo mío.

   —Mhm —gruñó—. ¡Ah, p-puta! Mmhm, ¡ah, a-ah!

   Repartí besos por toda la longitud y cuando lo llevé a mi boca, sentí el agradable sabor de frutas mixtas en mi paladar. John empujó mi cabeza, haciendo que toda su intimidad entrara en mi boca y que su glande quedara más debajo de mis amígdalas.

   Tuve que sacarlo rápido porque no entró más aire y casi me ahogaba.

   —Agh, John —tosí: me había lastimado la garganta—. Qué tosco.

   —Perdón, puta. Es que chupas muy lento. Luego te hago un tecito con limón y mucho sirope.

   Lo miré de una forma no muy bonita y procedí a llevármelo a la boca con cuidado de no lastimarme. Besé su glande, bajé hasta sus testículos y los lamí, haciendo que la piel de esa zona se erizara. John comenzó a acariciarme el cabello, como una forma de drenar todo el éxtasis que se estaba acumulando en su cuerpo.

Girl or Boy? ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora