Capítulo XXVII.

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   Las gotas de agua tibia dieron a mi espalda, dándome una sensación bastante placentera y haciendo que lograra relajarme bastante. Una ducha caliente era lo mejor luego de un día ajetreado.

   Eran alrededor de las cinco y se me hacía raro que John no estuviese de fastidioso, aunque al mediodía mencionó que debía trabajar un par de horas extras porque habían llegado nuevos productos y tenía que ordenarlo en los estantes.

   Envolví mi cuerpo en el albornoz blanco, sacudí un poco mi cabello, y acto seguido me dispuse a salir directo a mi recámara, pero el timbre me interrumpió.

   —¡Ya voy, domador! —carcajeé, al tiempo que me disponía a abrir la puerta.

   Me congelé al darme cuenta que era Stu. Tenía un ramo de margaritas —las que me daban alergia— en manos y una caja de bombones de chocolate con nuez.

   —¿'Domador'? —él rió y se adentró al departamento—. ¿Y por qué me llamaste así?

   —¿Yo? ¿Llamarte así? ¿C-Cuándo? Yo no lo hice. Escuchaste mal, Stu. ¡Muy mal!

   —Bueno, 'bizcochito' queda mejor. No me gusta ese apodo porque no es tierno, y tú y yo somos muy tiernos juntos.

   —Ah... claro. Pero yo no te dije 'domador'; te dije 'amor'. Lo que pasa es que escuchaste mal.

   Los ojos de Stuart se tornaron muy brillosos, y no tardó mucho en esbozar una amplia sonrisa.

   —¿¡Me dijiste 'amor!? ¡Ay, qué bizcochiemoción!

   Cada palabra que salía de mi boca era para desilusionarlo, y eso, de alguna forma me hacía odiarme. Yo quería que Stuart se desilusionara de mí por sí solo, pero eso, al parecer, no era lo que el destino quería.

   —¿Dónde dejo las flores, galletita? Las traje para ti con mucho galletiamor.

   Las movió un poco y de inmediato estornudé. No sabía cómo no podía entender que las margaritas eran miss flores menos favoritas porque me causaban alergias.

   —Ponlas en el florero que está... eh... ¡allá! —señalé el florero que estaba sobre la mesita de vidrio en frente del sofá—. Sí. Ahí se ven bonitas, ¿verdad?

   —Lo que tú digas, galletita. Todo lo que tu digas está bien.

   Caminó hasta allá, las colocó en el florero y al lado la caja de bombones. Segundos después se quitó la chaqueta de cuero, dejando ver la pulcra camisa blanca, que tenía algunas manchas de pintura azul.

   —Tendremos galletiintimidad.

   —¿Qué? —fruncí el ceño—. S-Stu... estoy cansado. ¿No podemos dejarlo para otro día?

   —No, galletita —su voz se escuchó algo triste—. Quiero estar contigo. Yo sé que no estás cansado, es sólo que te da vergüenza que te vea desnudo.

   «Vergüenza no; asco sí», pensé, sintiéndome el ser más malo del mundo.

   —Claro... c-como digas —emití una suave risa—. Eh...

   —Traje condones. Es que no quiero que me duela.

   —Ah..., ¿qué? ¿qué quieres decir con eso?

   Las mejillas de Stuart se tornaron de un leve color rosa. Se acercó un poco más a mí y desprendió su prenda superior, dejando ver su abdomen esquelético que lo hacía lucir gracioso.

   —No es el mejor cuerpo...

   —No, Stu —me apresuré a decir—. No estoy diciendo nada.

Girl or Boy? ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora