Capítulo 1

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Toda esa locura comenzó cuando Draco mandó aquella lechuza con un delicado regalo para su madre en el día de su cumpleaños. Los Malfoy se habían trasladado a Praga luego de que Lucius fuera puesto en libertad tras cumplir una corta y benevolente condena en Azkaban. Draco los visitó con frecuencia durante los primeros dos años de su autoexilio, pero la relación con su padre se volvió distante desde que hizo público su romance con Harry Potter.

La búsqueda del regalo para Narcissa había terminado por volver loco a Harry, pues su caprichoso novio estuvo de mal humor por casi tres meses al ver lo difícil que se le estaba volviendo comprar lo que según sus propias palabras tenía que ser un regalo inigualable. Durante esas semanas, Harry lo acompañó algunas veces al mundo muggle. Draco le había explicado que irónicamente las mejores joyas siempre eran encontradas en el mundo muggle ya que era una actividad en la que estos se habían perfeccionado a diferencia de los magos de Londres. Sin embargo, conseguir un diamante negro no había sido tarea fácil. El heredero de los Malfoy visitó las más exclusivas joyerías de Londres, París y algunas otras ciudades de Europa, exigiendo en la joyería más exclusiva que encontró en el mundo mágico del Reino Unido que le consiguieran la preciada piedra y finalmente se salió con la suya a cambio de una cantidad exorbitante de galeones que a Harry no dejaba de parecerle exagerada.

El diamante que terminó engastado en una delicada cadena de oro blanco era una pieza única preparada exclusivamente para Draco y Harry tenía que admitir que una vez que estuvo en su poder la calma volvió a su casa, la que había compartido con Draco por el último año y medio.

Harry observó cómo los finos dedos de Draco tomaban la pluma y escribían con calma en el pergamino una carta para su madre y luego acomodaban el elegante envoltorio en la pata de su lechuza con una expresión de satisfacción que bien valía la pena todo el esfuerzo y las rabietas que le había visto hacer.

Fue en ese momento que aquel pensamiento pasó por su cabeza por primera vez. Se preguntó con autentica curiosidad qué tipo de cosas compraría él para su madre si estuviese viva. Con el pasar de los años había aprendido a no pensar demasiado en sus padres, era una forma de hacer más llevadera su ausencia, sobre todo en sus años de infancia y adolescencia. Sin embargo, tras la guerra y libre de continuos sobresaltos, su mente comenzó a tener más tiempo libre para pensar en la falta que le hacían sus padres y lo solo que se sentía sin ellos a pesar de los años transcurridos, de no haberlos conocido y de ser ya todo un adulto. Él trataba de ignorar esos pensamientos y el enorme vacío que le dejaban, mas al no lograrlo se había resignado a vivir con esa pieza faltante en su alma.

Esa noche, después de una maravillosa sesión de sexo con Draco y mientras éste dormía placidamente, la mente de Harry seguía divagando por los pensamientos de su infancia perdida, de esa familia que no llegó a conocer y entonces una idea se entrelazó con otra como una cadena interminable; de pronto Harry recordó algo que había olvidado por completo.

Su tío Vernon había invitado a cenar a su jefe, un tipo delgado, con un bigote horrible y de risa estridente, que había llegado con su esposa y su hija, una niña de la edad de él y Dudley con coletas rubias y las pestañas tan claras que parecían inexistentes. Dudley se dedicó a jalarle las coletas en el jardín mientras que Harry, experto en pasar desapercibido, se escabulló al ático de la casa para que su primo no fuera en su búsqueda. De pronto se encontró en medio de cajas y polvo. Nadie subía al ático nunca, era un poco oscuro y estaba sucio, pero Harry no tenía miedo, a sus siete años había aprendido muy bien a vivir en la oscuridad de su alacena. Los insectos lejos de asustarlo eran sus únicos compañeros en las noches solitarias. Se sentó en un rincón vacío en espera de que la cena terminase y él pudiese colarse en la cocina para buscar algo de comer. Escuchaba a lo lejos el bullicio de la conversación, las risas de los adultos y los gritos de su primo y aquella niña en el jardín. La curiosidad lo hizo asomarse por la pequeña ventana a la que casi no llegaba. Se puso de puntillas y llegó a ver a Dudley intentando arrebatarle la muñeca a la niña pero ella se defendió y le lanzo un buen golpe. Harry rió al ver eso y perdió el equilibrio cayéndose sobre un par de viejas cajas. Se paró rápidamente y comenzó a recoger las cosas que se habían caído junto con él y entonces algo llamó su atención. Era nombre de su madre escrito en un pedazo de cartón. Lo tomó en sus manos y comenzó a investigarlo. Dentro de la funda de cartón había un viejo disco de vinilo, de los que tía Petunia solía poner cuando hacía la limpieza. Afuera una letra juvenil garabateaba el nombre Lily en una esquina acompañado de un par de corazones dibujados seguidos por el nombre de James.

No Reason to CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora