18. Largo Viaje

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Cuando Catalina decidió venir a los Estados Unidos a vivir, siempre deseó poder viajar, recorrer y conocer el país. Pero jamás creyó que sería de esa manera.

Después de subir a un SUV negro, con los vidrios blindados y tintados, viajaron por varias horas hasta Harrisburg Pensilvania. Tiempo durante el cual solo se detuvieron de dos ocasiones para abastecerse de combustible, ir al sanitario y estirar un poco las piernas. Aquellos solo fueron intervalos de tiempo, no mayores a 20 minutos. De Harrisburg tomaron un avión privado pequeño que los llevó hasta la fría cuidad de Chicago, Cat no contaba con ropa adecuada para el clima de la cuidad, como abrigo solo llevaba el que le había suministrado la policía. En Chicago solamente permanecieron por cinco horas, tiempo durante el cual el clima fue bastante inclemente, debido a que fue durante la noche. Descansaron en un hotel sencillo, Catalina ocupó una habitación en compañía de la agente Powell, para que pudiese dormir un corto tiempo sintiéndose y estando a salvo. Salieron solamente por petición de ella, para que Black pudiese atender sus necesidades fisiológicas, aunque para ello entre los cuatro agentes desplazaron todo un protocolo de seguridad. Retomaron su viaje nuevamente en la madrugada, partieron a bordo de un avión comercial, en un que duró vuelo de casi seis horas con escala en Denver hasta llegar a Helena Montana. Recorriendo casi medio país en menos de 24 horas. Fue totalmente agotador y poco entretenido.

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Lo primero que hizo Roger tan pronto llegó a Nueva York, fue hablar con su superior acerca del proceder del caso, la ignorancia a la que lo habían sometido y el trato tan poco confiable que le habían proferido. Exponiendo sus argumentos.

- Jefe, discúlpeme. Pero me parece una falta de respeto para nuestro trabajo, que usted nos dejara por fuera del caso y sobretodo que se lo dejara a los malditos federales. – Espetó con mucho enojo. - Ellos se llevarán, como siempre, todo el reconocimiento y fuimos nosotros quienes recibimos las balas.

- A mí no me interesa el reconocimiento. – acotó Oscar con tranquilidad, sentado con parsimonia en una de las sillas, mientras que Roger visiblemente agitado se desplazaba como león enjaulado de un lado a otro.

- En verdad lo siento detective Brown. – Contestó el Jefe de policía de New York. - Pero la idea surgió precisamente de su compañero García, sabemos que hay un topo dentro. Lo que no sabemos es quien es, así que decidimos que era mucho mejor que la información solo fuera de conocimiento de un mínimo de personas. Incluso los agentes federales que recogieron a la testigo no saben de quien se trataba, ni de que caso, a excepción de Udrich y el jefe de este.

- ¿Me está acusando de algo, jefe?. – pregunto Oscar indignado y retador. – porque le recuerdo que García si conocía todo, y estuvo de igual manera en los dos atentados.

- Él estaba enterado, porque fue su idea. Y sí, todos son sospechosos hasta que encontremos a la persona que está filtrando la información. Solo que yo decidí arriesgarme a lo propuesto por García.

- Y ¿porque él y no yo? ¿Acaso le he dado algún indicio? – Preguntó indignado.

- Ninguna Brown, pero tampoco tengo por qué darle explicaciones de mis decisiones. – Contestó ya enojado el jefe ante la insistencia de Roger. – Por eso soy el jefe.

Roger respiró profundo y contó hasta diez recuperando la compostura, sabia que nadie debía enojar al jefe.

- ¿Y está seguro de que ella estará más segura con ellos que con nosotros?

- Totalmente no. Pero si se algo, es que nadie en este departamento de policía, ni siquiera yo, o García conocemos en qué lugar se encuentra, o a donde la llevarán... y eso Brown será la mejor prueba de seguridad para ella.

Tras lo manifestado por el jefe y habiendo realizado su informe Roger salió de las oficinas furioso ante los acontecimientos, ahora no solo había perdido la oportunidad de estar cerca de Catalina, sino que también era ahora sospechoso de ser el infiltrado en la policía, y este hecho era el que más le molestaba que nunca antes había sido sospechoso de nada.

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Hacía mucho tiempo que Yuri Záitsev, no se sentía tan furioso. Una simple mocosa inmigrante de un país subdesarrollado estaba poniendo en peligro a toda la organización. Los ineptos que había mandado por segunda vez a ejecutarla habían fallado. Pero era por que esas cucarachas asquerosas no sabían hacer su trabajo, ya habían recibido cada uno una bala en la frente. Lo merecían por estúpidos. No merecían menos que eso. Sergey se había salvado de que él mismo pusiera una de aquellas balas en su cabeza, debido a que había sido su compañero y fiel empleado durante muchos años, como para no tener la inmunidad por este mal resultado. Pero ya podía prepararse por que no habría tercera oportunidad fallida.

- Maldito seas собака, últimamente cada vez que llamas solo son malas noticias. – Discutía Yuri con su topo de la policía. – ¿Y dices que ahora los tienen vigilados? – le preguntó al otro receptor de la llamada. – Eso es imposible, no pueden vigilar a todos los policías de Nueva York

- Pero si a los que estuvieron de alguna manera implicados en el tema. – respondió Sergey desde su puesto, sentado al otro lado del escritorio de Yuri.

- ¡Maldición!... todos son unos ineptos. Tú la tuviste lo suficientemente cerca como para hacer el trabajo y lo dejaste pasar.

Yuri se mantuvo un momento en silencio, mientras el otro le narraba algo de interés.

- Es decir que la marca esta puesta. Solo necesitamos que le de calor. – suspiró un poco aliviado. – Bien. Sé que eres una maldita gallina, y que no me contactaras hasta que todo esto pase. A mí tampoco me interesa que me vinculen contigo. Suficiente mierda tengo encima como para echarme la tuya... y vaya que también es bastante. Si le diré a Sergey que este pendiente. La última marca se registró en chicago, pero después la perdimos de nuevo y no ha vuelto a localizarla. De ahora en adelante es nuestra, nosotros estaremos a cargo.

DESEOS CUMPLIDOS |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora