Capítulo 5

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  • Dedicado a Tita Maria
                                    

Comían en la mesa, entre comentarios triviales, tratando de armonizar el ambiente antes de hablar sobre lo sucedido, la noche anterior.

― ¿A qué hora lo comentaremos, Ale?

― Mujer, no dejas ir nada, ¿no? —sonrió, llevándose a la boca un vaso de agua.

― ¿El trato?

― Lo cancelamos si quieres.

― ¿Y nosotros?

― Seríamos enamorados.

― Oh... Pero no sabes lo que siento por ti aún.

― No hace falta.

― ¿No crees que me entregué a ti por simple placer?

― Si hubiera sido por simple placer probablemente ambos hubiéramos terminado en la cama antes y no esperado cinco años de amistad para esto.

― Es probable —se sonrojó.

― Todo fue increíble, Lu —le apretó la mano sobre la mesa.

― Sí... —suspiró, sonriendo y enseguida se le desvaneció— Ale, aún me preocupan mis sentimientos y mi estado laboral. No pienses que por recibir tu dinero he dejado de buscar trabajo. Es todavía difícil. Pero quiero agradecerte. Estoy bien a nivel económico y eso me ayudará a seguir buscando trabajo con tranquilidad.

― El trato puede que se acabe, pero no dudes en pedirme ayuda, Lu.

― Ya te debo un montón de dinero, prefiero que no me des más.

― Ya te dije que te olvides de eso, no es necesario. Respecto a tus sentimientos, si quieres seguimos saliendo, conociéndonos como pareja y ya después me dirás si quieres ser mi enamorada. ¿Te parece?

― Es un nuevo trato...

― Sí.

― De acuerdo.

― Bueno, y ya que nos estamos conociendo cada vez más...

― Creo que no deberíamos repetir lo de esta madrugada hasta que defina mejor mis sentimientos —dijo a medida que se levantó de la mesa con los platos vacíos apilados, y dejándole un beso en la mejilla.

― ¡Tal vez te ayude a definirlos! —la siguió, llevando los vasos y una jarra de jugo vacía al lavaplatos.

― No me vas a convencer, Ale —rió.

― ¿Qué tal unos... —la abrazó desde la espalda por la cintura, mientras ella lavaba los platos— besos inocentes?

― Tus besos no tienen nada de inocentes y ya sabemos lo que provocan.

― Por favor...

― Mejor vete, Ale, mañana tienes que trabajar temprano.

― Yo llego cuando quiero, además siempre soy puntual, por un día que llegue tarde no pasará nada.

― Ese no es un buen ejemplo para tus trabajadores. Ayúdame a secar los platos y después te vas, ¿sí? Es mejor que descanses.

― ¿Nos vemos mañana, Lu?

― Me gustaría, sí.

― Entonces te llamaré —la besó en la mejilla y se puso en marcha con los platos.

Ambos estaban contentos, tranquilos, hasta Luna que no lo hacía, se puso a cantar mientras hacía sus tareas.

Tal vez no todo se arruinaría, tal vez su relación con Ale pudiera funcionar.

A las seis se encontraron para comer en una pastelería. Se sentaron en una mesita y pidieron cada uno un trozo de pastel, él de vainilla y crema de naranja y, ella de chocolate y manjar.

― ¿Te crees alguna clase de súper héroe porque cuidas al ambiente? —se llevó otra cucharada a la boca.

― Por supuesto. Y todos deberíamos estar comprometidos con él —comió de su pastel de vainilla.

― Yo trato de no gastar tanta agua y luz, eso es algo —sonrió—, ¿verdad?

― Es bastante, Lu, y siempre se puede hacer más.

De repente, la sonrisa de Luna Valentina se congeló al ver detrás del mostrador a Ricardo, secándose las manos en su delantal, conversando con la cajera. Cruzaron miradas, llevándola a ella a agitar una mano, y a Ricardo a esbozar una sonrisa.

Alejandro, desde la mesa, volteó.

― ¿Quién es? —preguntó.

― Mi vecino. No sabía que trabajaba aquí.

― Ahora parece que ya tienes una excusa para comer torta todos los días.

― ¿Qué? —rió nerviosa.

― Solo bromeo. A menos que sea cierto y te guste tu vecino.

― Ale, no hables tonterías.

― Eres libre de elección, aún no tenemos una relación formal.

― No me gusta Ricardo y tampoco que digas esas cosas. Lo nuestro tal vez no sea formal... —y susurró—: todavía.

― Ah, se llama Ricardo...

― ¿Estás celoso?

― ¿Celoso, yo? —resopló— Para nada.

― Que no me gusta, Ale. Ya no —susurró. Su compañero alzó ambas cejas—. Escuché que podría ser homosexual. Pero no es ese el motivo por el que ya no me gusta.

― Lu, puedes averiguarlo, no te voy a retener.

― Qué hombre tan terco eres.

― Deberías invitarlo a salir. Tal vez así puedas definir mejor lo que sientes por mí.

― ¿Qué te ocurre?

― Nada, si te gustó antes sin tratarlo mucho, podría gustarte ahora si lo haces.

― ¿Me mandas directo a sus brazos a pesar de todo lo que ha sucedido entre tú y yo?, ¿qué clase de mujer piensas que soy?

― Solo digo que si quieres puedes salir con él.

― Pero, Ale... Está bien. ¿Eso quieres? Lo haré.

Se levantó decidida, armada de valor. Lo que no había hecho meses atrás, al fin lo haría por orgullo.

― Uhm... Ricardo, ¿no? —sonrió.

― ¿Sí? —le devolvió el gesto.

― Hola, me llamo Luna Valentina. Es curioso, somos vecinos desde hace tanto tiempo y no habíamos tenido la oportunidad de conocernos.

― Sí, qué curioso.

― ¿Sabes? No recuerdo haberte visto con alguien, tampoco un anillo, ¿será que no reunimos en algún momento y comemos algo?

― Sí, suena divertido.

― Genial.

― Salgo a las ocho, Luna. ¿Paso por tu apartamento después?

― Perfecto.

― De acuerdo.

― Hasta luego.

Él asintió. Cuando Valentina regresó a la mesa, no encontró a Alejandro y vio que la puerta se cerraba detrás de él. Se dispuso a perseguirlo enseguida.

― ¡Fue tu idea, Alejandro! —vociferó, tratando de alcanzarlo— ¡Oye! —se paró en frente— ¿Qué te pasa?

― No tenía que quedarme.

― Tú me provocaste.

― Entonces sí te gusta y por eso te sientes confundida respecto a mí.

― ¡Ale, no!

― Sal con él. Tal vez te pueda pagar mejor —recibió una bofetada.

― Eres un idiota.

Se apresuró a la esquina para conseguir un taxi. Arrepentido, Ale intentó llamarla pero ella ya se subía al carro amarillo.

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