Capítulo 4

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  • Dedicado a Marisol Toledo Laporte
                                        

Vivieron en vilo hasta el martes que se encontraron de nuevo. Concentrarse en sus ocupaciones diarias fue difícil.

Luna Valentina se sentía confundida y nerviosa. Aquel beso fue estupendo, y definitivamente algo estaba despertando en su interior, pero se negaba a admitirlo.

En el colegio conoció a Felipe, ambos contaban con doce años entonces, y ella le atraía una barbaridad. A los catorce se lo confesó. Le dijo que la quería y esperaba que fuera su enamorada. Luna Valentina no lo esperaba, siempre lo consideró un buen amigo nada más. Y se lo dijo.

Felipe le rogó por meses y ella terminó aceptando. Pero peleaban constantemente.

La amistad se extinguió.

Fue una experiencia casi infantil, una vaga ilusión de adolescencia, que no dejaba de recordar cuando pensaba en Alejandro. Le dolió perder a su amigo Felipe, y nunca lo llegó a amar. Ahora temía perder al empresario, al que quería el doble y más.

A los dieciséis ya era una señorita independiente. Conoció a Enrique en un supermercado y con él aprendió a besar y a hacer el amor. Con el tiempo descubrió que él la engañaba, así que se desencantó del amor. A los diecisiete, mientras repartía volantes en las afueras de la compañía familiar de Alejandro lo conoció, le pareció mayor, pero interesante, y muy inalcanzable. No le llamaba la atención estar con alguien que no fuese de su edad. Después lo volvió a ver en la cafetería y le resultó amable. Otro día lo encontró en su propia oficina cuando le llevó la correspondencia, y él la sorprendió con un «hola» y finalmente cuando le entregó la pizza a su domicilio, a su lujoso apartamento, pues él rió y ella un poco cohibida también. Se presentaron y Ale la invitó a una exposición de la compañía, así como invitaría a cualquier otro. No tenía ninguna intención con ella.

Luna asistió porque le pareció de mala educación rechazarlo, y se toparon y pudieron conversar mucho. Alejandro no estaba tratando con una colegiala nada más, la encontró muy inteligente e interesante. También tímida, así que pasó un tiempo hasta que empezó a invitarla a salir, y siempre le aclaró que era en plan de amigos. 

Lo quería demasiado a Alejandro... Por eso se negaba a sentir algo más que no fuera amistad.

A las ocho y media de la noche Luna ya se subía al auto de Alejandro, metida en unos jeans, zapatos deportivos y una blusa con abrigo. A él no lo encontró menos apuesto, jeans, zapatos de suela informal y camiseta azul.

Irían al parque de diversiones.

― ¿Y cómo has estado en estos días, Lu? Lamento no haberte llamado antes, he estado bastante ocupado. Hoy solo quiero distraerme un poco y...

― No he dejado de pensar en el beso —lo interrumpió. No lo miraba, no se atrevía.

― Vaya... ¿Tan pronto vamos a hablar de eso? Apenas estoy arrancando el carro —sonrió.

― Discúlpame. Mis impulsos y yo..., sabiendo que me quieres...

― Lu, me encantó que lo hicieras. Y ya debes dejar de mortificarte por algo que yo siento.

― Ale, esto es agotador. Ya no sé qué pensar o qué hacer. Todavía no sé cómo es que terminamos besándonos. Yo...

― El  problema es que no te dejas llevar, Lu. Sobre analizas todo, por eso te estresas. Soy responsable de mis sentimientos y si después de dos, seis o doce meses te sigo amando y tú no quieres nada conmigo, lo entenderé. No dejaré de ser tu amigo por eso. Ese es tu miedo, ¿no? Repites que no quieres perderme y no lo harás.

― Significas mucho para mí, Ale —susurró al agachar la cabeza.

― Tú también, te lo aseguro —continuó después—: Dime, Lu, ¿nunca habías salido con un chico sabiendo que le gustabas?

Novia a sueldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora