Capítulo 7

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  • Dedicado a Luciana Perez
                                    

Dos semanas pasaron desde la discusión entre Valentina y Alejandro, y ella seguía sin perdonarlo.

Ale tuvo que ponerse creativo.

Primero envió una rosa diaria de diferentes colores al apartamento de la joven y la pastelería —fue Priscila quien casualmente la encontró y le dijo a su colega su ubicación.

Todas terminaron en la basura, excepto por algunas que ella regaló a los clientes.

Luego, envió galletas de chocolate con tarjetas que decían: «PERDÓN», «DISCÚLPAME», «LO SIENTO», «SOY UN IDIOTA», «NO DEBÍ DECIR LO QUE DIJE», «VUELVE A MÍ». Pero ella rompía todas las tarjetas y regalaba las galletas a sus compañeros de trabajo.

Al segundo regalo de galletas, las trituró todas y junto a los trozos de las tarjetas, las envió de regreso a Alejandro.

En un tercer intento, Luna Valentina recibió la visita de un mimo a la pastelería. Sin palabras le explicó que Alejandro —mostrándole una foto— la extrañaba y quería que lo perdonara. Le entregó un ramo de flores y unos globos. Ella le pidió un momento al mimo y regresó con una caja de cartón, en su interior estaban aquellos regalos destrozados.

Afuera esperaba Alejandro, recostado en el capó de su auto. El mimo solo cumplió con entregar la caja.

Lo intentó una cuarta vez a través de la radio. En la pastelería escuchaba una específica, así que le dedicó canciones.

Nada.

Lo quinto que hizo fue poner papeles adhesivos en cada escalón del edificio donde vivía su querida amiga: «NO-ME-REN-DI-RÉ-HAS-TA-QUE-LU-NA-VA-LEN-TI-NA-ME-PER-DO-NE». Y en una hoja pegada en su puerta decía: «Llámame, por favor, Lu, hablemos».

― ¡Ugh! —sacó la hoja, arrugándola con fuerza.

― ¿No me rendiré hasta que Luna Valentina me perdone? —Ricardo la sorprendió al llegar— Tu amigo sí que sabe perseverar.

― Ha sido un mes muy loco. ¡Juro que estoy a punto de demandarlo por acoso!

― Entre ustedes hay cosas pendientes —ella guardó silencio—. Luna, hemos salido por unas semanas y es obvio que este tipo... Alejandro te preocupa aún.

― No...

― Lo mencionas en cada cita.

― No... —dudó.

― Sí lo haces.

― Pero solo para quejarme de él. Te dije que éramos amigos, peleamos por una tontería y no pienso perdonarlo. No creas que me interesa como hombre.

― Te empeñas tanto en negarlo que parece que tratas de convencerte a ti misma más que a mí.

― Ricardo...

― Eres una gran chica, Luna —la besó en la mejilla—. Te dije que me gustabas, pero tal vez lo mejor sea que mantengamos una amistad.

― Pero...

― Oye, aún podremos salir y pasarla bien. No te librarás de mí tan fácilmente —sonrió—. Cuídate. Nos vemos mañana. Disfruta tu domingo.

Y se fue al cuarto piso.

Ella quedó recostada en la puerta, sintiendo alivio internamente. Salía con Ricardo para distraerse, pero al menos él ya no albergaría ninguna esperanza respecto a ella.

Durante la tarde realizó una video-llamada desde su computador con sus abuelos, como cada dos semanas. La pareja de blancos cabellos la saludó con usual alegría.

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